Mi ciudad duerme,
tristemente sumida en el letargo...
Gira la noria al compás de los tiempos
pero ella no escucha los lamentos
de sus hijos que se han marchado lejos.
Mi ciudad duerme
el inexplicable sueño de los indiferentes,
no la despierta el ruido ni los gemidos
de sus calles moribundas, ni los ladridos
de sus perros sedientos de sangre.
Mi ciudad duerme
a pesar del próspero festín de la miseria,
enriquecido por el desfile de alegres pederastas,
que acuden de todas partes
en busca de las carnes frescas.
Mi ciudad duerme
mientras el cementerio avergonzado
abre sus enormes puertas,
esperando a los muertos en vida,
víctimas del huracán de enero.
Mi ciudad duerme,
recogida en sus miedos.
Nadie entiende esos rostros
de miradas perdidas, indiferentes,
cual silenciosos cómplices de la rutina.
Mi ciudad duerme,
mientras las cárceles se agitan
por los rostros furiosos de bocas cocidas,
y puños rebeldes ante las botas de hierro
que impúdicamente laceran sus cuerpos.
Mi ciudad duerme
con la complicidad del mundo
que aplaude sonriente al tirano de turno,
a pesar de las quejas, y marchas, y denuncias
de todo los males que sufre mi pueblo.
Mi ciudad duerme
aunque los jovenes griten blasfemando
del presente, futuro de sus padres y abuelos,
ingenuos soñadores, ciegos y sordos,
a pesar del destierro, las guerras y las muertes.
Mi ciudad duerme
mientras agoniza la luz del día
que no llega y se convierte en angustia
infinita de los que no duermen
el sueño eterno de los conformistas.
Mi ciudad duerme,
con ese sueño enfermizo
que le consume el aliento,
le cala las entrañas,
y la petrifica sembrándola en la nada.
Esperanza E Serrano
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