Tú no me lo querrás creer, por estos odios míos, siempre crecientes, a poner en el papel las cosas íntimas del alma; pero el día en que supe tus bodas, como te creí dichosa, me sentí de fiesta. Hice visitas, cante un poco, y hable algo más (que) de ordinario. -Porque me estoy volviendo silencioso. -Tu marido me parece noble persona, y me inspira confianza. -Y tú tienes tantas y tan sólidas virtudes, y has salido de tal escuela de abnegación, y recibiste de la naturaleza tales prendas de calor de corazón y de bondad que, de seguro, cualesquiera que sean tus dolores naturales, serás dichosa. Hacerte sufrir, sería como estrujar con manos brutales un lirio. ¿Serás dichosa? -Porque para serlo es sólo necesario -aun en medio de los tormentas más recias de la fortuna- sentirse amado, encalorado, acompañado, bien cuidado, bien envuelto por alguien. -Pero este bien no se tiene sino ocasionando otro semejante. Nadie se dará jamás -sino a quien se dé a el. -E irresistiblemente, cuando una criatura se siente con la dulce dueñez de otra, se vuelve a ella, como cordero a su madre, cuando llueve o nieva, y se refugia en ella. Tú eres abierta, sincera, caliente de corazón, caritativa, pura, generosa. Quien no lo es, -es odioso, cualesquiera que sean sus galas de inteligencia o de hermosura. -Y si la falta de todas esas buenas cualidades es lamentable en el hombre, -en la mujer, que creemos urna y hogar natural de ellas, es abominable. -Pero así como el alma se aparta con disgusto de los de corazón frío, y mente calculadora y reservada, así se entrega con júbilo y sin rebozo a los de espíritu sencillo y ardiente, mano acariciadora, y pensamiento abierto. Es ley natural infalible que los que esto dan, -esto tengan; -y que los que esto no dan, no tengan esto, Se que tu marido te estima, y que tú eres como la luz del sol, que mientras más se la goza, se la gusta más. Pero esas dotes de alma en que tú abundas pueden tanto, que aunque te tuviera algún día en menos de lo que tú vales, volvería a ti de nuevo, afligido de lo que hubiese visto, y más enamorado despues de la experiencia del contraste, de tu alma luminosa y serena. -No puedo hacerte en mis grandes pobrezas, regalo mejor que esta profecía en tu mes de boda. De mamá he de hablarte ahora. -Meses hace que tengo ya pensado, y dicho, lo que intento hacer. Papá vendrá a mi lado, como imagino que el lo desea, apenas cedan los fríos, que será para marzo, o para fines de abril.
Anoche puse fin a la traducción de un libro de lógica, que me ha aparecido -a pesar de tener yo por maravillosamente inútiles tantas reglas pueriles- preciosísimo libro, puesto que con el producto de su traducción puedo traer a mi padre a mi lado. Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto. -Sangre invisible, me ha caído dentro del alma a torrentes. -En mí hay una especie de asesinado, y no diré yo quien sea el asesino. Pero nada me ha hecho verter tanta sangre como las imágenes dolientes de mis padres y mi casa. -Ahora, ya engrueso. Vds. reposan. Nadie más que yo trabaja. Papá puede venir a descansar. Me aflige sólo que mamá tenga que vivir en casa extraña. Desde el mes de abril recibirá, mes por mes, veinte o veinticinco pesos oro. Este, no le puedo mandar más que diez, que acaso vayan, sino hallo otro modo más seguro, dentro de esta misma carta, en un billete americano, que tu buen José me hará el favor de cambiar para mamá. Dos razones hay que me impiden pensar, -como de otro modo hubiera sin vacilación resuelto, -que mamá y Antonia viniesen también a mi lado. La más importante es -que traer acá a Antonia, que es ahora rosal en flor, sería como encarcelarla en un castillo de nieve. Y mamá, a poco, suspiraría con razón por volver a la tierra donde están sus hijas y sus amigas, y cuanto halaga y mantiene vivo al corazón, que aquí sólo de fuerza heroica si es mozo, o de haber resuelto ya, por matrimonio o por haber vivido bastante, los problemas de la existencia, -queda vivo.
Ya no tengo un momento. Si he de escribir una línea a Carmen, no puedo contestar hoy a José. Esta carta es ya para él y el sábado le escribiré la suya.
Tú me pides muchas cartas, tú -feliz -escribeme sin cesar, y oblígame a ellas. Y no me mires como a hermano alejado, sino como a parte de tu mismo cuerpo.
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