Desde la oscura oquedad de
mi agonía,
confieso que me ahogo,
me asusto,
ya no vivo…
Desde allá hasta acá,
se sienten las huellas de
los surtidores,
abastecedores de los
sepultureros de la vida.
Sepultureros que imponen las notas de la no
vida,
la no vida que cuaja en el cuaderno de silencios,
de palabras perdidas,
incapaces de nombrar
los absurdos de una
historia construida a golpes
con la tenacidad de gigantes hormigas negras,
que juegan a devorar los
andamios
de los recuerdos colgados en la luna.
Desde allá hasta acá no
existe la aurora,
ni los rayos del sol
maduran los frutos,
ni las olas del mar besan
las orillas
deseosas de caricias y de
manos amorosas.
Desde allá hasta acá
es un desierto enclavado en la pradera
es un desierto enclavado en la pradera
donde no hay cabida, ni sustento,
para los sueños de las
noches de verano;
el invierno es cada vez
más largo, más cruel,
no hay cobijas
que amilanen
sus efectos al pasar por
estos lares
de distancias recorridas
como un beso.
Un beso, uno de esos que caben en las manos
de un niño que se ha
quedado dormido
en la puerta del colegio.
En esa puerta
En esa puerta
donde espera el regreso de
los mayores,
mayores que no regresan
que lo han
dejado solo, a la deriva,
sin amparo, sin
padrinos, sin fiestas,
sin regalos, sin mimos, sin
canciones,
sin alas para volar a las
alturas…
Desde esta oquedad donde me
escondo,
les confieso que la luz
aquí no llega,
la soledad es la única invitada
de honor en mi mesa sin
vinos, sin rosas…
Mi mesa de manteles blancos
y manchas azules…
Manchas que delatan y
gritan a los curiosos,
que no miren con esos ojos
descompuestos,
no siempre las cosas
fueron de esta forma,
hubo un entonces, un
antes, un “yo me acuerdo”,
mezclado todo con un deseo insospechado, no confeso,
que se ha perdido en los
tragantes de la noche,
no hay jinetes que corran
a su encuentro,
ni lunas con estrellas que
alumbren el camino…
Desde acá también confieso que
mis horas se acaban,
no me reconozco al pasar
por los espejos,
el tiempo me ha robado la
sonrisa,
mis ojos se han quedado sin agua,
están llenos de arena,
mis pies no me llevan a la puerta de salida,
y mis cansadas manos no me
alcanzan
para quitar de mis pupilas tanto polvo.
Esperanza E Serrano
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