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miércoles, 26 de febrero de 2014

Desaliento



Desde la oscura oquedad de mi agonía,
confieso que me ahogo,
 me asusto,
ya no vivo…

Desde allá hasta acá,
se sienten las huellas de los surtidores,
abastecedores de los sepultureros de la vida.
 Sepultureros que imponen las notas de la no vida,
 la no vida que  cuaja en el cuaderno de silencios,
de  palabras perdidas, incapaces de nombrar
los absurdos de una historia construida  a golpes
con la tenacidad de gigantes hormigas negras,
que juegan a devorar los andamios
de los  recuerdos colgados en la luna.

Desde allá hasta acá no existe la aurora,
ni los rayos del sol maduran los frutos,
ni las olas del mar besan las orillas
deseosas de caricias y de manos amorosas.
Desde allá hasta acá

es  un desierto enclavado en la pradera
donde no hay cabida,  ni sustento,
para los sueños de las noches de verano;
el invierno es cada vez más largo, más cruel,
no hay cobijas que amilanen
sus efectos al pasar por estos lares
de distancias recorridas como un beso.
Un beso, uno de esos  que caben en las manos
de un niño que se ha quedado dormido
en la puerta del colegio. 

En esa puerta
donde espera el regreso de los mayores,
mayores que no regresan
que lo han dejado solo, a la deriva,
 sin amparo, sin padrinos, sin fiestas,
sin regalos, sin mimos, sin canciones,
sin alas para volar a las alturas…
Desde esta oquedad donde me escondo,
les confieso que la luz aquí  no llega,
 la soledad es la única invitada
de honor en mi mesa sin vinos, sin rosas…
Mi mesa de manteles blancos y manchas azules…
Manchas que delatan y gritan a los curiosos,
que no miren con esos ojos descompuestos,
no siempre las cosas fueron de esta forma,
hubo un entonces, un antes, un “yo  me acuerdo”,
mezclado todo  con un deseo insospechado, no confeso,
que se ha perdido en los tragantes de la noche,
no hay jinetes que corran a su encuentro,
ni lunas con estrellas que alumbren el camino…
Desde acá también confieso que mis horas se acaban,
no me reconozco al pasar por los espejos,
el tiempo me ha robado la sonrisa,
 mis ojos se han quedado sin agua,
 están llenos de arena,
 mis pies no me llevan a la puerta de salida,
y mis cansadas manos no me alcanzan
 para quitar de mis  pupilas tanto polvo.
Esperanza E Serrano

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