Pequeña crónica de una manifestación indeseable.
Mientras en Egipto cientos de miles de ciudadanos decidían el destino de su país dando término, mediante contundentes y sostenidas manifestaciones públicas, a una dictadura de 30 años, en un escenario local de La Habana se dirimía una disputa diametralmente opuesta dictada por la filosofía de la supervivencia: la batalla por la papa. El comentario podría parecer una broma, pero se trata de hechos completamente reales de los que fui testigo presencial.
El agromercado aledaño al parque Trillo, popular foco de la geografía centro-habanera, fue la locación; los actores, multitudes de cubanos ansiosos por adquirir la socorrida vianda –virtualmente ausente de los mostradores de los puestos de venta desde que fueron “liberadas” en virtud del anunciado proceso de alivio de subsidios estatales–; en tanto la trama fueron las enconadas reyertas para alcanzar las 10 libras asignadas a cada comprador una vez vencidas las tres horas de cola, empujones y codazos que debían sufrir antes de retirarse con su valiosa adquisición.
Los hechos ocurrieron hace poco más de dos semanas, cuando comenzó la distribución de papas a los 18 puntos destinados para su venta en la capital y los habaneros se lanzaron tras ella como si de la conquista de la libertad se tratara. Hasta donde he podido indagar, el mencionado punto en Centro Habana ha sido uno de los más conflictivos y multitudinarios. La cola se alargaba más allá de una cuadra y la formaba todo un conglomerado humano en completo desorden, pugnando por adelantarse y meterse de cualquier manera, lo que provocó el derribo y atropello de varias personas, algunos ancianos entre ellos, y una riña que provocó la intervención de varias patrullas de la policía y un vehículo para detener a los más conflictivos. Hubo fracturas, contusiones y laceraciones.
En los días subsiguientes, cada llegada del camión que transporta las papas ha sido seguida de inmediato por la de los agentes del orden, tratando de evitar que las broncas pasen a mayores. Es común, desde la mañana, ver cómo comienza a formarse la fila de los más disciplinados, esperando “por si acaso” llega el ansiado tubérculo. La gente se resigna a esperar durante horas, vigilando por turnos el orden y patrullando la zona hasta que aparece el esperado vehículo, si es que se permite la gracia de aparecer. ¡A ese nivel de miseria espiritual se ha dejado rebajar una gran parte de este pueblo! Eso explica por qué es posible que haya un estallido social por la libertad en medio de la geografía más árida del planeta mientras en una fértil isla tropical la gente se golpee y se maltraten unos a otros por 10 libras de papa. ¿Se percibe la “sutil” diferencia?
Sin embargo, pese al triste espectáculo, me permito la esperanza. La cifro en otros muchos cubanos que vi llegar al lugar, mirar reprobatoriamente, casi con repugnancia, el panorama, y retirarse indignados. Muchos aseguran que prefieren atragantarse con un boniato que someterse a la humillación de combatir contra otras personas por unas papas. “¡Qué vergüenza!”, se lamentaba un anciano, “¡Nunca en mi vida había visto semejante matazón por unas libras de vianda! ¡Hasta dónde nos van a llevar!”. “Hasta donde les permitamos, abuelo”, le respondí. Y me sorprendió el apoyo inmediato que recibí de la mayoría de los curiosos que nos agrupábamos en la acera opuesta.
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