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lunes, 27 de julio de 2009

Banes en mi memoria.

No sé lo que pueda significar para otros ese pueblito perdido en la costa norte de la provincia de Holguín. Pero para mí, Banes es un lugar especial. Allí nací y crecí, en contacto directo con la naturaleza exorbitante que rodeaba la casa de mis padres. Todavía cierro los ojos y puedo ver el panorama...

Demarcando las cercas del patio, del huerto, del jardín y del establo, recuerdo que estaban los enormes algarrobos, cedros, guásimas, y hasta un flamboyán atrevido que cada cierto tiempo desafiaba el horizonte con su colorido rojo anaranjado por encima del verde equilibrado de los otros árboles, más modestos y hasta más elegantes en sus estructuras.

Mi padre era un hombre de campo. Le gustaba sembrar y sacarle el mayor provecho a cada pedazo de tierra que poseía. Por eso construyó la casa familiar en medio de una parcela de tierra que él personalmente atendía. Tierra fértil donde todo lo que sembraba se le daba a manos llenas. El tenía otras parcelas mas alejadas, donde tambien sembraba de todo lo que se le antojaba cultivar. En mi casa siempre había frutas frescas, viandas, legumbres... Como teniamos vacas lecheras no faltaba la leche, el queso y la mantequilla casera.

A mi viejo le gustaba el guarapo fresco. Sembraba cañas del tipo medialuna, cerca de la casa. Cuando las cañas estaban en su punto, crecidas, hermosas y cargaditas de jugo, las pasaba por una máquina moledora, a la que le llamábamos el trapiche. Con mucho entusiamo mi padre le brindaba guarapo fresco a los amigos, vecinos y familiares que pasaban por allí a visitarnos . Nunca supe por qué les gustaba tanto el jugo de caña medialuna, porque a mí, particularmente, no me agrada su sabor.

Cuando en las tardes todos se sentaban en la enorme sala a disfrutar sus vasos de jugo de caña fresca, entre conversaciones de mayores, risas y cuentos, yo andaba por los alrededores mordiscando una guayaba, un caimito, una naranja, un mango o una ciruela. Éstas últimas siempre me hacían daño, cada vez que me comía más de una, me enfermaba del estómago con eso que los guajiros de mi tierra llaman empacho. A mi no me importaban las consecuencias. Cuando miraba para la mata de ciruelas y encontraba algunas medio maduras, y nadie me veía, las tumbaba y a un rincón, lejos de todos, me iba a saborear la fruta prohibida aunque después la fiebre me mantuviera en cama por unos días. Los niños son tremendos, arriesgados a más no poder y yo no era la excepción.

Recuerdo que cuando los mayores hablaban temerosos sobre algo de lo cual en aquel entonces yo no entendía nada, a los niños nos mandaban para las habitaciones interiores. Eran cosas muy graves sobre elecciones, presos políticos, alzamientos en las lomas. Yo a duras penas escuchaba, aunque no entendiera "ni papas", de lo que hablaban, pero les aseguro que me daba una "roña" enorme no poder ir tranquilamente a corretear por las laderas de las lomas, o a las márgenes de los ríos que por allí corrían libremente.

De niña traviesa me gustaba correr detrás de las mariposas, de los gorriones y hasta de las palomas torcazas que tenían sus nidos en las ramas de los cedros. Pero los espectáculos mejores lo daban los pajaros carpinteros siempre martillando en las cortezas de los viejos arboles, mientras los zunzunes libaban la miel de las madreselvas que a ambos lados adornaban el sendero que conducía a la casa. Pajaros y zunzunes que jamas pude tocar pero que tenían la magia de mantenerme encantada durante horas observándolos mientras ellos se lucían con todo su esplendor; unos abriendo huequitos con un ritmo tan peculiar que para mi cabeza de niña soñadora, significaba el llamado a la danza del néctar de las flores a la que acudían prestos y muy activos los lindos zunzunes introduciendo sus largos picos en las corolas mientras se mantenían fijos en el aire gracias al veloz trepitar de sus lindas alas verde-azulosas que no paraban, como si una fuerza interna muy grande las mantuviera en un punto fijo, prendidas en el aire...

Tengo recuerdos muy bonitos de mi infancia en los campos de Mulas y de Banes, ese pequeño pueblo oriental donde desperté a la vida. Me gustaba caminar por sus calles limpias , perseguír el olor de las frutas de las placitas del puente donde un gran reloj marcaba la hora avisándome el momento exacto en que debía regresar a casa. En esa placita los campesinos de la zona vendían sus productos frescos, sobre todo frutas, viandas y vegetales, aunque también vendían huevos y pollos vivos. Siempre había mucha actividad en esa zona a cualquier hora del día.

Los domingos por la tarde me iba con mi hermana Dania y con algunas primas y amiguitas del barrio a jugar al parque infantil o a ver la película de la tanda del domingo en el cine teatro José María Heredia.

El parque infantil que más visitábamos era el de la Guira, prácticamente lo inauguramos nosotras junto con otros chiquillos del barrio. Fulgencio Batista lo mandó a construir en el año 1956, como parte de un complejo de servicios públicos gratuitos que incluía una biblioteca, una escuela primaria, un policlínico, una escuela para adultos llamada de Artes y Oficios y un salón de actividades o reuniones. La Guira que yo conocí en mi infancia era un barrio alegre, con muchas casas bonitas, limpias, con jardines llenos de rosas y de flores preciosas.

En ese barrio nació Fulgencio Batista. Casi toda mi familia por parte de padre vivía allí, de ahí que gran parte de mi infancia transcurrió en aquellos parajes de los que guardo recuerdos tan agradables que aún se mantienen frescos en mi memoria a pesar de los años y de la distancia que me separan de ellos.

En mi pueblo y en mi vida, un mal día todo cambió de repente. Las conversaciones de los mayores a penas se escuchaban, hablaban como en susurros dentro de las casas. Algunos comenzaron a hacer planes para marcharse del país antes de que fuera demasiado tarde. Por esa época y por esos cambios, perdí a casi toda la parentela de mi padre. Se acabaron los domingos en el parque de La Guira, las tardes en la biblioteca y los paseos a caballo por las lomas de Mulas.

Nunca he podido olvidar unas frases que mi padre repetía constantemente unos meses antes de morir en el año 1960 : "la sangre que han derramado no es nada en comparación con lo que se avecina. Ese loco es peor que Batista, acabará con Cuba y con todo lo que se le pare por delante". Cuando aquello yo era todavía una niña inocente y no entendía ni la mitad de las cosas que estaban sucediendo a mi alrededor. Mas tarde comprendí que el loco del que hablaba mi padre con tanto pesimismo, era Fidel Castro Ruz...

Esperanza E Serrano

2 comentarios:

Esperanza E Serrano dijo...

Gracias Mariano por tu comentario
Asi es, la inocencia de la infancia es algo increible. Solo lo podemos valorar cuando crecemos y no nos queda de otra que enfrentar la realidad tal cual es.

rutaveintiseislaguagua.com dijo...

Muy lindo relato Espe . me parece verla caminando en su pueblo . y los angeles cuidando sus pasos , a cuantos de nuestras edades los angeles no pudieron salvar , y murieron sin nunca tener lo que usted y yo tanto disfrutamos , el respeto y la libertad que exista en nuestra patria adoptiva . Un fuerte abrazo y y que sus memorias sigan regalandonos flore3s de su jardin literario . Ranulfo Ramirez.