Ya no sé por qué
se han vuelto tan familiares
tus pasos en mi ventana;
es como si la brisa de tus manos
se tornara niña traviesa,
niña jugueteando en los balcones
de mi cansada memoria...
Ya no sé por qué
el trinar de las aves
se escapa entre las tardes de agosto,
ya no sé por qué las jaulas
permanecen llenas,
ni por qué la luna se asusta
con el grito de los gatos.
Hoy, que el sol atrevido
se ha colado en mi almohada,
debo confesarte que tengo miedo...
Miedo a la oscuridad,
miedo a los ruidos del silencio final,
miedo al después del mañana;
miedo a que se escapen los aromas dulces,
las rosas, las mariposas y todas las cosas
que me diste aquel domingo de mayo,
frente al mar...
Mar celoso que, furioso,
corría a la orilla a besar
mis pies descalzos,
y llegaba tibio,
y abrazaba mis piernas desnudas
con el ímpetu del amante soberbio.
Mar deseoso de llevarse
mis risas, mis llantos, mis sueños...
Mar disputándose el alba
en mis entrañas,
en mis pupilas asustadas
de soledades y miedos.
Mar que retaba tu arrogancia
de marino errante,
de copas en las madrugadas
y de mentiras parlantes...
Hoy que estoy triste te repito
que no sé por qué
tus pasos en mi ventana
me anuncian desvelos,
y otra vez te confieso
que siento miedo,
de esa noche sin fin,
sin ti,
sin mi,
sin nosotros perdidos en la nada.
Esperanza E Serrano
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