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martes, 8 de marzo de 2011

Interludio sin final





Ya no sé por qué

se han vuelto tan familiares


tus pasos en mi ventana;


es como si la brisa de tus manos

se tornara niña traviesa,


niña jugueteando en los balcones


de mi cansada memoria...




Ya no sé por qué

el trinar de las aves

se escapa entre las tardes de agosto,

ya no sé por qué las jaulas

permanecen llenas,

ni por qué la luna se asusta

con el grito de los gatos.




Hoy, que el sol atrevido

se ha colado en mi almohada,

debo confesarte que tengo miedo...






Miedo a la oscuridad,

miedo a los ruidos del silencio final,

miedo al después del mañana;

miedo a que se escapen los aromas dulces,

las rosas, las mariposas y todas las cosas

que me diste aquel domingo de mayo,

frente al mar...






Mar celoso que, furioso,

corría a la orilla a besar

mis pies descalzos,

y llegaba tibio,

y abrazaba mis piernas desnudas

con el ímpetu del amante soberbio.




Mar deseoso de llevarse

mis risas, mis llantos, mis sueños...

Mar disputándose el alba

en mis entrañas,

en mis pupilas asustadas

de soledades y miedos.




Mar que retaba tu arrogancia

de marino errante,

de copas en las madrugadas

y de mentiras parlantes...




Hoy que estoy triste te repito

que no sé por qué

tus pasos en mi ventana

me anuncian desvelos,

y otra vez te confieso

que siento miedo,

de esa noche sin fin,

sin ti,

sin mi,

sin nosotros perdidos en la nada.


Esperanza E Serrano

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