Fidel Castro exigió al gobierno peruano la entrega inmediata de las personas que habían entrado por la fuerza en la sede diplomática. De haberlo complacido largas penas de cárcel y el fusilamiento habrían sido indudablemente las sanciones aplicadas. Pero el gobierno de Perú no aceptó y el régimen cubano adoptó una medida que, como las demás tomadas por esos días, hizo parecer a sus testaferros que la pelota había sido colocada en terreno del adversario.
Las medidas tomadas por Fidel Castro
Fidel Castro ordenó retirar la protección y vigilancia alrededor de la sede diplomática incitando a todo cubano que quisiera emigrar a que entrara en ella. Muy pronto miles de personas, procedentes de todas las ciudades y pueblos del país, abarrotaron el lugar convirtiéndolo en un reservorio tangible del descontento que ya minaba a la sociedad.
El crecimiento del número de compatriotas que deseaba emigrar se hizo evidente y el gobierno, con el objetivo de desalentar las salidas que había propiciado, hizo del terror su método disuasivo por excelencia. Fue la primera vez que se aplicaron en el escenario público cubano los actos de repudio. Las golpizas y humillaciones abundaban por doquier. Las masas, alentadas por los grupos de poder y dirigidas por individuos de muy dudosa conducta social violaron las más elementales normas de respeto a la dignidad humana y el país convivió varias semanas con prácticas fascistas que lo mantuvieron en vilo hasta que la comunidad internacional protestó enérgicamente.
El gobierno exigió a los refugiados en la embajada y a todos los que deseaban emigrar que tenían que presentarse en sus centros de trabajo o de estudio para que les entregaran la baja. Los desempleados tenían que solicitar el documento ante los CDR (Comités de Defensa de la Revolución). Ese era el requisito indispensable para obtener el permiso de salida que permitía a las turbas interceptar a los solicitantes para atacarlos.
Otra acción política desvergonzada
Tuvieron que pasar algunos años, tener acceso a otras informaciones y, sobre todo, leer y escuchar testimonios indubitables en Radio Martí y aquí mismo, para entender la magnitud de los hechos y la perversidad del gobierno en esas jornadas denigrantes de nuestra historia.
Con el único objetivo de obtener provecho en una confrontación donde siempre sería mirado como víctima debido a la grandeza política, militar, económica y moral del contrincante, Fidel Castro sacó de las cárceles a peligrosos delincuentes, los introdujo en la embajada para crear el caos y luego exigió que las embarcaciones que venían en busca de familiares se los llevaran. Junto con ellos, viajaron no pocos enfermos mentales, se conoció después,
Fue una hábil jugada, pero de efímero valor y reveladora de la esencia anti ética del régimen, cuyo objetivo inmediato era descalificar a los nuevos emigrantes a quien la cúpula gobernante calificó de “escorias”. Pero también pretendía limpiar las cárceles cubanas y exportar hacia EUA potenciales elementos perturbadores de la sociedad, que Hollywood reflejaría en populares películas como Scarface.
El tiempo, el implacable, el que pasó…
35 años después de estos sucesos muchos de los cubanos que fueron catalogados como “escorias”, gracias a su trabajo honesto y a una sociedad que no es perfecta pero sí garantiza todas las libertades humanas, disfrutan en los EUA de una vida donde quizás la añoranza por la patria ocupe un lugar importante, pero en la cual viven según su modo de pensar, dignamente.
El Mariel no fue un éxito del castrismo, todo lo contrario. Un alto dirigente de entonces, Carlos Rafael Rodríguez, admitió ante una revista mexicana que la revolución no tenía nada de que enorgullecerse por lo ocurrido. Se rumora que fue el detonante del suicidio de Haydeé Santamaría y objeto de análisis en la carta de despedida que Osvaldo Dorticós escribió a Fidel Castro antes de morir por otro pistoletazo. Fue una victoria pírrica que muy pronto perdió el brillo artificial de los oropeles que los testaferros del castrismo le endilgaron para loar la supuesta genialidad del líder. Sus abusos, crímenes todavía impunes e iniquidades quedaron al descubierto para develar la esencia fascista de los métodos usados por las turbas alentadas y apoyadas por la policía y los dirigentes políticos.
Desde entonces los actos de repudio contra las sedes diplomáticas mal vistas por el gobierno cubano y los opositores pacíficos, especialmente las extraordinarias Damas de Blanco y los aguerridos miembros de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), no han dejado de practicarse en las calles y ante los domicilios de los hostigados.
Esto, unido a la represión y vigilancia constante de las fuerzas de la seguridad del estado así como la negativa del gobierno a respetar los derechos políticos y civiles fundamentales, demuestra que el terrorismo de estado es una práctica enquistada en el castrismo. Los norteamericanos no deberían olvidarlo, mucho menos ahora cuando detrás de pingües dividendos intentan suprimir a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo.