
Según
la mitología, tras la muerte las almas de los hombres iban a parar a un
lúgubre reino subterráneo, gobernado por el terrible dios Hades y su
esposa Perséfone. Héroes como Orfeo, Heracles o Ulises se atrevieron a
visitarlo.
Al igual que el cristianismo y otras religiones creen en un Más Allá
donde pervive el alma, los griegos de la Antigüedad también imaginaban
un inframundo al que las almas de hombres y mujeres eran conducidas tras
su muerte. Para los griegos, el reino de los muertos estaba bajo el
poder de Hades, hermano de Zeus y Poseidón. Estos tres dioses viriles y
barbados, que encarnan la masculinidad regia en el panteón griego, se
repartieron los diversos ámbitos de nuestro mundo tras derrocar a su
tiránico padre Crono y vencer a los poderosos Titanes en una épica lucha
por el dominio del universo.
Conocer el Más Allá

La visión que tenían los griegos del Más Allá cambió con el tiempo. Al
principio, el inframundo o Hades –como se le llamaba por el dios que lo
gobernaba– parecía un lugar poco deseable, como cuenta a Odiseo (el
Ulises romano) la sombra del héroe Aquiles en un episodio de la Odisea
de Homero; Aquiles manifiesta su deseo de volver a la tierra como sea,
incluso como un simple jornalero. Sin embargo, al menos desde el siglo
VI a.C. se empezó a ver el Más Allá desde una perspectiva ética, con una
división de los muertos entre justos e injustos a los que corresponden
premios o castigos según su comportamiento en vida. Así, se creía que
los justos se dirigían a un lugar placentero en el Hades, los Campos
Elíseos, o a las Islas de los Bienaventurados, el reino idílico del
viejo Crono, convertido en soberano de ese Más Allá. Seguramente esta
nueva concepción del inframundo obedecía al desarrollo de la idea de la
inmortalidad del alma, e incluso a la introducción del concepto de
reencarnación por parte de algunas sectas religiosas y filosóficas.
El deseo de conocer cómo era el Más Allá para encajar nuestra alma mejor
en él propició el desarrollo de uno de los motivos más fascinantes de
la cultura griega: el descenso a los infiernos o katábasis. La
literatura griega posee numerosos relatos sobre héroes míticos o épicos,
así como filósofos o figuras chamánicas, que descendían al reino de
Hades para cumplir una misión, obtener conocimiento religioso o,
simplemente, probar la experiencia mística de morir antes de la muerte
física para conseguir un saber privilegiado. Una de las historias más
famosas es la del cantor Orfeo, figura mítica que se convertiría en
patrón de una secta mistérica de gran predicamento, que garantizaba a
sus iniciados una vida más feliz después de la muerte. Otros héroes
viajeros, como Odiseo y Eneas, o figuras divinas como Dioniso y Hefesto,
coinciden en la peripecia de ida y vuelta al inframundo.

Hubo
asimismo figuras semilegendarias a las que se atribuyó un especial
conocimiento del Más Allá gracias al vuelo del alma o démon para visitar
esas regiones antes de su hora postrera. Un ejemplo es Abaris, un
mítico sacerdote de Apolo Hiperbóreo que, según la leyenda, viajaba
sobre una flecha de oro voladora y era amigo de Pitágoras. O Zalmoxis,
un chamán tracio del que se cuentan extrañas noticias sobre un descenso
subterráneo para mostrar que era capaz de morir y renacer. Otro caso es
el del viajero y poeta Aristeas de Proconeso, del que se contaba que
cayó muerto en un batán y luego fue visto en distintos lugares. Decía de
sí mismo que había acompañado a Apolo en un viaje espiritual
transformado en cuervo. También el filósofo Pitágoras realizó varios
descensos al otro mundo a través de grutas.
Entradas infernales
Tan enraizada estaba durante la Antigüedad la creencia en el inframundo,
que existían numerosas tradiciones que situaban la entrada al infierno
en puntos geográficos concretos. Podía tratarse de lagunas, pues el agua
era el elemento conductor por excelencia, como el lago del Averno,
cerca de Nápoles, que ocupa el cráter de un volcán extinto y cuyos gases
tóxicos acababan con la vida de las aves que intentaban anidar en sus
proximidades. También podía tratarse de grietas en el suelo, como la que
se abría bajo el Plutonio o Puerta de Plutón en Hierápolis (actual
Turquía), o una fisura en Sicilia, en la antigua Ena, por donde se decía
que Hades salió del inframundo para raptar a Perséfone.

Algunas
grutas o cuevas que también se han considerado puertas al infierno son
la cueva Coricia, en una ladera del monte Parnaso, cerca del santuario
del dios Apolo en Delfos, o las cuevas del cabo Ténaro en Grecia. La
boca al infierno por excelencia en Occidente se identificó con la cueva
de la Sibila en Cumas, cerca del lago Averno, lugar donde vivían estas
mujeres que podían profetizar el futuro. En la Eneida de Virgilio, el
príncipe troyano Eneas, guiado por la Sibilia de Cumas, entra en la
cueva para acceder al reino de Hades.
Estas grutas de paso al Más Allá se encontraban a menudo junto a
importantes oráculos: el de Éfira, donde una tradición afirma que Ulises
bajó al inframundo por indicación de la maga Circe para consultar el
espíritu del adivino Tiresias; el antiguo oráculo de la diosa Gea (la
Tierra) en Olimpia, bajo el cual se abría una grieta en el suelo, según
Pausanias; el oráculo de Apolo en Ptoion; el santuario oracular de
Trofonio en Lebadea, o el oráculo que había en Heraclea Póntica (en la
actual Turquía), míticamente situado en la desembocadura del río
Aqueronte, al Oriente. Hoy en día hay allí una gruta llamada
Cehennemagzi (en turco, "puerta del infierno").
La geografía del inframundo

Las
múltiples descripciones del Hades por autores antiguos y modernos
permiten representar el desolador paisaje del infierno de los griegos,
repleto de lugares horrendos. Tras entrar por cualquiera de las bocas
del infierno existentes, el difunto se dirigía a la orilla del Estige,
el río que rodea el inframundo y que cruzaba a bordo de la barca de
Caronte. En la otra ribera el alma se encontraba con el guardián Cerbero
y con los tres jueces del inframundo. Los autores explican que en su
penar por el Hades las almas encuentran tres ríos de infausto recuerdo:
el Aqueronte o río de la aflicción, el Flegetonte o río ardiente y el
Cocito, el río de los lamentos. También separan nuestro mundo del Más
Allá otros lugares prodigiosos, como las aguas del Leteo, el río del
Olvido, que John Milton describe en su Paraíso perdido. Las almas de los
justos van a parar a lugares felices como los Campos Elíseos o las
Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en los misterios, que a
veces se hacían enterrar con instrucciones para emprender su viaje, se
aseguraban la llegada sin problemas a los Campos Elíseos invocando el
poderoso nombre de Deméter, Orfeo o Dioniso. Por último estaba el
Tártaro, lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.
Más datos sobre el inframundo
El guía de las almas
Hermes, mensajero de los dioses y guía de las almas hacia el inframundo,
aparece rodeado de los espíritus de los difuntos que esperan a orillas
del Estige para ser transportados por Caronte al reino de Hades. Óleo
por Adolf Hirémy-Hirschl. 1898. Galería Belvedere, Viena.
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La pasión del dios infernal
Gian Lorenzo Bernini recrea el rapto de Perséfone contemplado por el can Cerbero. 1622. Galería Borghese, Roma.
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Monedas para pagar el pasaje
Era costumbre colocar en la boca del
difunto una moneda para pagar el viaje a Caronte. Si el alma no disponía
de moneda, se veía obligada a vagar durante cien años por las orillas
del Estige hasta que el barquero accedía a llevarla gratis. Moneda con
el rostro de Perséfone, 260 a.C. Numismática Jean Vinchon, París.
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Cortejo funerario
En los entierros, las mujeres iban
detrás del cortejo y sólo podían acudir si tenían más de 60 años, a no
ser que fueran familiares próximas. En cambio, para los ritos fúnebres
se contrataban flautistas, cantantes, plañideras y danzantes, como las
que aparecen en esta escena, procedente de una tumba de Ruvo, en la
Campania, del siglo IV a.C. |
Hipnos y Tánatos
En las tumbas, sobre todo las femeninas, se acostumbraba a disponer como
ofrenda un tipo de cerámica característico, el lécito, de color blanco y
decorado con escenas apenas esbozadas. El que se reproduce junto a
estas líneas, atribuido al llamado pintor de Tánatos, muestra a los
gemelos Hipnos y Tánatos levantando el cuerpo de un guerrero. Siglo V
a.C. Museo Británico, Londres. |
Los jueces del inframundo
Gustave Doré realizó en el siglo XIX
esta inquietante pintura en la que aparecen los tres grandes jueces del
inframundo: Minos, Radamantis y Éaco, entronizados y dispuestos a juzgar
a la miríada de almas que se agolpan temerosas y desesperadas a sus
pies. Museo de Bellas Artes de La Rochelle.
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Heracles y Cerbero
Uno de los doce "trabajos" de Heracles consistía en bajar a los
infiernos para llevarse al can Cerbero. El héroe se presentó ante Hades
para pedirle que le prestara a su guardián. El dios accedió, siempre y
cuando Heracles pudiera atraparlo con las manos desnudas. Éste es el
momento que recrea muy gráficamente el óleo de Domenico Pedrini, que
muestra al héroe, con su clava y cubierto con la piel de león,
arrastrando encadenado al fiero can fuera del Hades. Siglo XVIII. |
Sísifo
Tiziano muestra en este óleo, pintado entre 1548 y 1549, el terrible
castigo al que fue condenado Sísifo, el embaucador que se había atrevido
a engañar al mismísimo dios infernal. Fue condenado a empujar una
enorme roca hasta lo alto de una colina, para luego verla caer y volver a
empezar de nuevo. Prado, Madrid. |
Ixión
Tras obtener el perdón de Zeus por matar al rey Deyoneo, su suegro,
Ixión, rey de los lapitas, intentó seducir a Hera, esposa de Zeus.
Furioso, el dios lo castigó atándolo a una rueda ardiente que giraba sin
cesar y lo precipitó al Tártaro, junto con los grandes criminales. El
cruel castigo se muestra en este óleo de Jules-Élie Delaunay, de 1876.
Museo de Bellas Artes, Nantes. |