Moisés Naim, en una reciente entrevista, ha dicho que: "Chávez está enamorado de ideas muertas". Efectivamente, es asombroso cómo dos décadas después de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, Chávez quiera imponer en Venezuela el fracasado modelo comunista, lo que él ha llamado "el mar de la felicidad" cubano. Chávez ha confesado que es marxista-leninista y ha ordenado a sus seguidores que estudien el Manifiesto Comunista. Octavio Paz decía que la "verdadera enfermedad de América Latina es el retraso de 30 años en la reflexión, política, económica y social", y Enrique Krauze ha afirmado que el subdesarrollo socioeconómico y político latinoamericano se debe a la persistencia de lo que él denomina los cuatro paradigmas del retraso histórico de América Latina: el militarismo, el marxismo revolucionario y universitario, el caudillismo populista y la economía cerrada.
En el pensamiento chavista, se concentran tanto los cuatro paradigmas de Krauze, como el retraso que mencionaba Paz. La ceguera ideológica del caudillo militar es de tal magnitud que le ha impedido enterarse de la llamada "segunda revolución" china, la de Deng Xiaoping. Hace algunos años visité Pekín y me asombré ver, como consignas de la revolución, las siguientes frases de Deng: "Volverse rico es glorioso" y "Para el desarrollo es necesario que algunas personas deban hacerse ricas primero". Chávez, en cambio afirma que "ser rico es malo". Deng, a finales de los 70, advirtió que países como Sur Corea, Singapur y Taiwán, que, en los 50, tenían un PNB "per cápita" infinitamente inferior a casi todos los países de América Latina, nos estaban superando aceleradamente. Pero a Deng lo que debe haberle realmente impresionado y convencido, es la abrumadora diferencia entre el éxito de Sur Corea y el fracaso espeluznante de la Corea del Norte estalinista. Si a estas comparaciones le agregamos los diferentes resultados entre Alemania Occidental y Alemania Oriental y entre Austria y Checoslovaquia entre 1945 y 1990, es evidente que el socialismo colectivista fracasó rotundamente. Ahora bien, mientras en Asia la Corea de Kim Yong Il es vista como un residuo jurásico, la Cuba de Castro mantiene relevantes simpatías en América Latina.
Las causas de esta fascinación latinoamericana por el socialismo son evidentemente múltiples, sin embargo quisiera subrayar una: la diferente contundencia del fracaso socialista en Europa, Asia y América Latina.
En Europa y en Asia el fracaso fue evidente. En cambio, en América Latina el fracaso no es tan obvio. Los más pobres en Cuba están algo mejor que los más pobres en Haití, Bolivia y Honduras. Ahora bien, no debería olvidarse que Cuba, en 1959, era el tercer o cuarto país más desarrollado de América Latina, que recibió, anualmente, durante la Guerra Fría, un subsidio soviético de US$ 5.000 millones y que, actualmente, la economía cubana se mantiene vergonzosamente por las remesas de Miami, las entradas del turismo sexual y el subsidio petrolero venezolano. El meollo de la cuestión está en que mientras en Europa y en Asia, la comparación se hace entre socialismo y economía de mercado, en América Latina el socialismo cubano se compara con los resultados del también fracasado estatismo populista. Los países que han iniciado el camino hacia una economía de mercado solidaria y abierta hacia el mundo, como Chile y Costa Rica son los ejemplos a seguir.
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