26
de Julio
ENTREVISTA: Al profesor Antonio de
la Cova, PhD en Historia, autor del nuevo libro “The Moncada Attack” sobre “El
Asalto al Cuartel Moncada” realizada por http://www.cubalibredigital.com
Pregunta: ¿Qué lo llevó a Ud.,
siendo un opositor al régimen de Fidel Castro, a ahondar en la historia del
primer hecho de guerra promovido por el actual dictador cubano?
Respuesta: En 1974, cuando comenzaba
mis estudios de historiador en Florida Atlantic University, un profesor
marxista me asignó hacer una reseña sobre “La Historia Me Absolverá,” la obra
basada en la autodefensa de Fidel Castro al ser juzgado después del asalto al
cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. En dicho relato,
Castro acusa al sargento Eulalio “El Tigre” González, de haber asesinado a Abel
Santamaría, un héroe revolucionario. Curiosidad histórica me motivó buscar a
González en la guía telefónica de Miami. González me dijo, entre otras cosas,
que su apodo era “El Mulo” porque había trabajado con la compañía de transporte
de mulos en La Cabaña durante veinte años y que Fidel Castro inventó el apodo
de “El Tigre” para presentarlo como feroz. Posteriormente confirmé a través de
otros militares que conocieron a González, que su apodo siempre fue “El Mulo,”
y que Castro estaba mintiendo. Mi entrenamiento como historiador me decía que
donde hay una mentira, siempre hay otras. Posteriormente encontré en la revista
oposicionista “Bohemia,” de diciembre 27, 1953, página 70, en un breve recuento
sobre el juicio de Fidel Castro, que había terminado su alegato de defensa
diciendo: “La historia, definitivamente, lo dirá todo.” Esto indica que Castro
falsificó el lema “La historia me absolverá.” Estos descubrimientos fueron los
que me motivaron a rescatar la verdad histórica, para que esta y futuras
generaciones comprendan cuales fueron los verdaderos sucesos del 26 de julio.
La mayoría de los 115 protagonistas que entrevisté ya fallecieron. Si yo no
hubiera tomado sus testimonios, se hubieran perdido para la historia, ya que
ningún otro historiador los había entrevistado. Entre estos testimonios
rescatados está el del magistrado Aldolfo Nieto, que presidió el juicio de la
Causa 37, donde fueron juzgados Fidel Castro y los implicados en los sucesos
del 26 de julio.
P: ¿Qué diferencia tiene este libro
suyo sobre el Asalto al Cuartel Moncada, de otros libros similares que tratan
un tema sobre el cual se han escrito muchos libros antes, tanto por autores
comprometidos con Fidel Castro, como por autores independientes?
R: En el prefacio de mi libro hago un análisis
de todas las obras que han tratado el tema del asalto a los cuarteles de Bayamo
y del Moncada el 26 de julio de 1953. Señalo como los errores históricos se han
perpetuado como mitos revolucionarios, sin que ningún historiador haya
realizado un estudio académico o crítica de la “versión oficial” del gobierno
cubano. Por ejemplo, en 1961 el periodista Robert Taber publicó “M-26: The
Biography of a Revolution,” donde dice que Castro era “presidente de la FEU” y
que “apareció brevemente dentro del cuartel” Moncada durante el ataque. Ni el
propio Fidel Castro jamás ha dicho que entró en el cuartel en aquel momento.
Taber se acoge a la “Leyenda Negra” creada por Castro en “La Historia Me
Absolverá,” diciendo que los prisioneros rebeldes fueron torturados, les
extirparon los ojos, los castraron, los mutilaron, y que a Haydée Santamaría le
quemaron los brazos con hierros calientes, una mentira tan absurda que ni ella
la repitió en sus memorias sobre el Moncada. Ningún historiador jamás ha
cuestionado la veracidad de esos alegatos. En 1965, el novelista francés Robert
Merle fue contratado por el gobierno cubano para escribir “Moncada: Premier
Combat de Fidel Castro.” Merle entrevistó a sesenta rebeldes participantes, a
seis civiles, y a un solo militar, el teniente que arrestó a Castro. Dicho
libro carece de un relato balanceado, ya que solo presenta la “versión oficial”
de los sucesos. Igual ocurre con las numerosas obras publicadas en Cuba por
Marta Rojas, Mario Mencia, y otros autores, que se acogen a la advertencia que
Fidel Castro dio en una reunión de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos en
agosto de 1961: “Con la revolución, todo; contra la revolución, nada.” Hasta el
momento, no se había publicado una obra sobre los sucesos del 26 de julio por
un académico con un doctorado en historia. Mucho de lo que se ha escrito es por
escritores comprometidos con el régimen castrista o por neófitos que no tienen
el entrenamiento universitario adecuado necesario para ser historiador.
P: ¿Cuáles son sus credenciales como
historiador?
R: Yo recibí el doctorado en
Historia de la Universidad de West Virginia en 1994, y este es el segundo libro
que publico con una prensa universitaria, que es el más alto reconocimiento
intelectual que se le puede dar a una obra.
P: ¿Cuáles fueron sus fuentes
principales de información, dado que Ud. no vive en Cuba y no ha viajado a ella
para escuchar la versión de los principales líderes de la acción que relata?
R: Mi libro está basado
principalmente en entrevistas grabadas y transcritas que realicé durante
treinta y un años con 115 personas que participaron directamente en los hechos,
además de publicaciones contemporáneas de aquella época, y cientos de artículos
y obras que se han publicado en Cuba desde 1959. Todo está citado en la
bibliografía del libro. Además, puse mis entrevistas en la red en
http://www.latinamericanstudie.....vistas.htm para que los lectores puedan
formular sus propias opiniones. Los dirigentes revolucionarios que participaron
en los sucesos del 26 de julio, ya han dado sus versiones a la prensa cubana,
acogiéndose a los parámetros dictados por el régimen. Yo los cito cuando
concuerdan con la verdad, o señalo donde hay discrepancias. Por ejemplo, Robert
Merle escribe en 1965 que cuando Abelardo Crespo cayó herido en combate, Jaime
Costa lo metió dentro de un auto en retirada. Sin embargo, después que Costa
fue detenido en Cuba, Crespo cambia su versión para omitir a Costa y decir que
Fidel Castro fue quien lo asistió. Entrevistar a estos protagonistas en Cuba no
rendiría mucho más, ya que no van a contradecir la “versión oficial” o lo que
ya dijeron en entrevistas previas. Sí tuve la oportunidad de entrevistar
telefónicamente a dos personas en Cuba, Gustavo Arcos Bergnes, quien iba en el
mismo carro que manejaba Fidel Castro al ataque, y el ex teniente Jesús Yanez
Pelletier, supervisor militar de la prisión de Boniato donde estuvieron
encarcelados los acusados en la Causa 37. Como los dos eran disidentes, no
tenían miedo a decir la verdad y contradecir la versión entronizada. Además, en
Estados Unidos logré entrevistar a catorce rebeldes exiliados que tuvieron una
participación decisiva en los sucesos. Por ejemplo, los tres dirigentes del
simultáneo asalto al cuartel de Bayamo, Raúl Martínez Ararás, Orlando Castro
García, y Gerardo Pérez-Puelles Valmaseda, rompieron con Castro en 1955 cuando
detectaron sus aspiraciones dictatoriales, lo cual denunciaron en una proclama
pública. Los tres han sido borrados de la “historia oficial” del gobierno
cubano, quienes le han achacado el liderato de la acción de Bayamo a Ñico
López, un analfabeto peón del mercado de La Habana. Ñico entorpeció el ataque
al cuartel de Bayamo al no cumplir su misión de llevar un alicates que se le
asignó para cortar la cerca de alambre de púas, porque se le olvidó. La
“versión oficial” es incapaz de criticar a un mártir de la revolución.
P: ¿Hay otros protagonistas que no
aparecen en la versión oficial del gobierno cubano?
R: De los 99 rebeldes
sobrevivientes, veintisiete se convirtieron en disidentes, por lo cual han sido
omitidos de la “historia oficial.” Fidel Castro no los invitó a participar en
los festejos oficiales del cincuentenario del asalto al Moncada. Otras personas
cuyo papel no ha sido reconocido o tergiversado son los casos de Raúl Castro,
Naty Revuelta y Reinaldo Boris Luis Santa Coloma. Raúl Castro va a Santiago de
Cuba por invitación de José Luís Tasende sin saber el plan. Fidel Castro se
sorprende al ver a su hermano allí en la granja de Siboney horas antes de ir al
ataque, y lo asigna al grupo de menos riesgo, los que toman el edificio del
Palacio de Justicia, colindante al cuartel Moncada, que eran dirigidos por
Léster Rodríguez. Sin embargo, el muro de contención en el techo de la
audiencia era muy alto y no les permitió a los rebeldes disparar hacia el
cuartel. Por eso, cuando Raúl Castro es detenido, la prueba de parafina que le
hicieron para comprobar si había disparado un arma, resultó negativa. Como
Léster Rodríguez era santiaguero y pudo escapar sin problemas, Fidel Castro
falsamente le achacó el papel de dirigente del grupo a su hermano Raúl. Natalia
“Naty” Revuelta Clews, la amante de Fidel Castro, también ha sido omitida de la
versión oficial, a pesar que donó más de cinco mil pesos para comprar las armas
que usaron los asaltantes. Reinaldo Boris Luis Santa Coloma aparece en la
“versión oficial” como el “novio” de Haydée Santamaría. Sin embargo, el
verdadero amor de Boris era Nereida Rodríguez, con quien tuvo un hijo que nació
el 13 de julio de 1953. Nereida y su hijo han sido borrados de la historia,
hasta ahora.
P: ¿Qué hay de cierto que Boris Luís
fue emasculado, que le sacaron los ojos a Abel Santamaría, y que otros rebeldes
fueron torturados después de capturados?
R: No hubo tal tortura organizada ni necesidad
para eso. La tortura generalmente se aplica cuando algún reo no quiere revelar
algo. Allí todos los capturados rápidamente admitieron quienes eran, que Fidel
Castro era el líder, y que estaban motivados por patriotismo para redimir la
patria. Según el teniente Jesús Yanez Pelletier, el prisionero Osvaldo Socarrás
Martínez, lo condujo hasta la granja Siboney, donde se habían acuartelado los
rebeldes antes del ataque. Unos treinta rebeldes capturados fueron
inmediatamente ejecutados en el campo de tiro de armas cortas dentro del
Moncada, bajo la autorización del coronel Alberto del Río Chaviano, quien
ordenó que regaran los cadáveres por el cuartel para hacer lucir que murieron
en combate. El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) le tomó una foto a cada
muerto, a quien le pusieron un papel con un número de identificación en el
pecho. El régimen castrista ha publicado algunas de esas fotos, pero jamás han
demostrado la foto del cadáver de Abel Santamaría. Yo reto al gobierno cubano
que publique dicha foto y que reproduzca todos los certificados de defunción
que redactaron los médicos forenses. Marta Rojas publicó algunos, pero no
todos, y demuestran que los rebeldes fueron ejecutados, pero no mencionan señales
de tortura o desmembramiento. Yo entrevisté para mi libro a Manuel Bartolomé,
director de la funeraria Bartolomé en Santiago de Cuba, quien recogió todos los
cadáveres de los rebeldes muertos. Él dijo que no vio señales de tortura y que
los médicos forenses de Santiago de Cuba que reconocieron los cadáveres
hubieran levantado la alarma si hubieran visto tal cosa. Uno de los médicos
forenses, el doctor Manuel Prieto Aragón, fue entrevistado en la revista
“Bohemia” en 1968, pero no confirmó el alegato de tortura de los presos, cuando
lo pudo haber dicho a la prensa castrista sin problemas. Haydée Santamaría,
quien más propagó la versión de la tortura de los presos y que su novio fue
emasculado, sin embargo, cuando testificó en el juicio, sin ser coaccionada, no
hizo dicha denuncia. El testimonio de ella en corte aparece en la prensa de
aquella época.
P: ¿Qué hay de cierto que los
soldados en la posta del cuartel y en el hospital militar fueron pasados a
cuchillo por los rebeldes?
R: EL coronel del Río Chaviano llegó
al cuartel después del ataque, según me dijeron varios militares. Cuando el
general Batista lo llama por teléfono indagando cómo los rebeldes habían pasado
la posta, el coronel le dijo que los pasaron a cuchillo y añadió que los dos
muertos en el hospital militar, el sanitario José Vázquez y el policía Roberto
Ferrándiz, también fueron apuñaleados. Ambos recibieron tiros en la cabeza al
asomarse a diferentes ventanas al inicio del ataque. Yo entrevisté a los
tenientes médicos Erik Juan Pita y Rolando Pérez Sainz de la Peña, quienes
estaban de turno en el hospital militar durante el ataque, y ambos confirmaron
que no hubo ningún militar herido o muerto con cuchillo. El soldado José Ferrá
Mulet me dijo que vio cuando los rebeldes desarmaron a los dos guardias en la
posta 3, Orlando Molina Amores y Walfrido Monzón, y los acostaron en el suelo
boca abajo sin lesionarlos. La controversia surge porque una vez que Batista da
su discurso al día siguiente, diciendo que la posta y los enfermos fueron
pasados a cuchillo, eso se convierte en la versión oficial del gobierno. Sin
embargo, la prensa contemporánea, que reportó los eventos del juicio, señala
que los testigos médicos militares confirmaron que no murió ningún soldado por
arma blanca. Otro dato interesante es que cuando Batista escribe sus memorias,
dice que los enfermos fueron asesinados, pero no pasados a cuchillo.
P: ¿Cuál fue la participación directa de Fidel
Castro en los sucesos?
R: Fidel Castro, notorio por su
memoria y su verborrea, jamás ha descrito en detalle su participación en el
combate del Moncada. Nunca ha revelado si disparó un arma, cuantas veces,
cuando, o contra quien, como han dicho otros rebeldes. Su actuación la he
podido descifrar por rebeldes que estuvieron a su lado, como Gustavo Arcos, que
lo acompañó al Moncada, y Héctor de Armas, Carlos Bustillo, y Gerardo Granados,
que estuvieron con Castro en la balacera frente a la posta tres, pero no lo
vieron disparar su pistola Luger. Castro se pasó los veinte minutos que duró el
combate tratando de reagrupar a los rebeldes que se habían dispersado en los
patios de las casas del reparto militar y erróneamente penetraron en el
hospital militar fuera del cuartel. Un dato interesante es que después que
Castro es detenido y llevado a la prisión de Boniato, el médico forense José
Ramón Cabrales va a hacerle la prueba de la parafina, para ver si había
disparado un arma, y Castro se niega que lo haga. Según el libro de Georgina
Cuervo y Ofelia Llenín, “Moncada: Epopeya Heroica,” publicado en La Habana en
1973, página 116, Castro dice: “¿A mí? A mi no me la hacen; ponga que da
positivo porque yo sí tiré. A mí no hay que hacerme la parafina. Búsquenme un arma
y verán como sigo tirando. – Y fue al único combatiente que no se le hizo la
prueba de la parafina.” Parece que Castro sabía que su prueba de la parafina
iba a dar negativa, y no quiso desprestigiarse de esa manera, que siendo el
líder, no disparó ni un solo tiro.
P: ¿Cuáles eran los antecedentes de
los rebeldes del 26 de julio?
R: Castro escogió selectivamente a
los 160 rebeldes dentro de la juventud del Partido Ortodoxo, donde él militaba.
El libro “Mártires del Moncada” de Marta Rojas, publica biografías de los
rebeldes que indica que la gran mayoría no tenían instrucción más allá del
sexto grado escolar. Cuatro rebeldes eran graduados de la universidad y había
solamente dos negros y doce mulatos, incluyendo a Melba Hernández. Muchos
tenían empleos humildes, como peón de albañil, parqueador de autos, dependiente
de tienda, mozo de limpieza, campesinos, y desempleados. El hoy en día general
Calixto García Martínez era mensajero de bicicleta de la Farmacia Johnson; el
general Juan Almeida Bosque era asistente de albañil; el ministro Ramiro Valdés
Menéndez era ayudante de camionero; y Agustín Díaz Cartaya, autor del himno del
26 de julio, era un huérfano que tocaba guitarra por las calles de Marianao.
Algunos asaltantes eran delincuentes con antecedentes penales. Jacinto García
Espinosa era un marihuanero convicto por traficar narcóticos; Carmelo Noa Gil
estuvo preso por intento de asesinato; y Flores Betancourt Rodríguez había
cumplido un año en el reformatorio juvenil Torrens. Otros cuatro rebeldes
habían sido arrestados por fajarse con la policía. Por lo menos veinticinco
rebeldes eran huérfanos de padre. Era fácil para el abogado Castro, con su
verborrea de persuasión, apelar a los sentimientos patrióticos de dichos
jóvenes y manipularlos.
P: Después de tantos años
recopilando la información relevante para escribir su libro sobre el Moncada,
¿Qué conclusiones Ud. extrae sobre el carácter de esa acción de guerra, sus
lecciones y sus motivaciones?
R: Las acciones del 26 de julio de 1953
comenzaron a prepararse escasamente tres meses antes de realizarse. Raúl
Martínez Ararás, jefe del ataque al cuartel de Bayamo, señaló que el plan de
ataque era superficial, improvisado, y descabellado. Su segundo al mando,
Orlando Castro dijo que más fácil hubiera sido tomar el cuartel de Bayamo sin
disparar un tiro si hubieran detenido en su hogar al comandante del cuartel y
lo hubieran llevado allí para franquear la entrada. En aquel momento solamente
había cinco soldados dentro del cuartel de Bayamo. La prensa había anunciado
con anticipación que Batista estaría en las regatas de Varadero el 26 de julio
para presentar el trofeo al ganador. Hubiera sido más fácil si se le hubiera
hecho allí un atentado en vez de intentar tomar el Moncada. Fidel Castro trató
de adelantarse a un plan insurreccional que preparaba la oposición con el Plan
de Montreal en abril de 1953. Castro pensó que si él se alzaba primero, el
resto de la oposición tendría que secundarlo, como pasó con el prematuro
alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes durante la Guerra de los Diez Años. El
problema fue que los rebeldes iban vestidos de militares, y la oposición no
actuó porque pensó que aquello era una bronca entre militares. Otro dato que no
menciona la “versión oficial” es que Gustavo Arcos, Pepe Ponce, Abelardo
Crespo, Reinaldo Benítez, y algunos otros rebeldes fueron heridos
equivocadamente por otros asaltantes porque iban vestidos de militares. Arcos
estaba mirando hacia el cuartel, cuando el balazo le entró por la espalda, con
trayectoria de abajo hacia arriba. Ponce y Crespo tuvieron heridas de calibre
22 y Benítez fue herido con perdigones, calibres de armas que usaban
exclusivamente los rebeldes. En mi libro yo detallo todos los fallos del plan
de ataque, cuyo mayor error estratégico fue no tomar la azotea del edificio de
tres pisos frente al Moncada, desde donde un grupo de francotiradores hubieran
dominado el polígono, las salidas de todos los dormitorios, y hubieran
neutralizado la ametralladora que les prohibió la entrada por la posta lateral.
Los rebeldes iban mal armados, con rifles 22, revólveres, y escopetas, y con
solo un puñado de balas, para enfrentarse a soldados armados con rifles de alto
calibre, ametralladoras, y granadas de mano. Por cierto, los huecos de los
balazos en la fachada del Moncada inicialmente fueron hechos por una
ametralladora calibre 30 que disparó el sargento José Virués Moraga contra
cinco rebeldes que se atrincheraron en el ala izquierda del cuartel. Después
del ataque, aquellos daños se repellaron y se pintó la pared. Sin embargo, en
los 1970s, el gobierno abrió nuevos huecos en la pared, como aparecen ahora,
pretendiendo que son los disparos originales. Es evidente que Fidel Castro
llevó a esos muchachos a morir allí, para treparse sobre sus cadáveres, y
lograr su fama por primera vez a través de la prensa internacional. El ministro
de Información de Batista, Ernesto de la Fe, declaró que el coronel del Río
Chaviano debió haber sido llevado ante una corte marcial por no cumplir las
reglas de guerra y ejecutar a los prisioneros. Eso fue lo que permitió a Fidel
Castro convertir una derrota militar en una victoria política.
P: ¿Según su punto de vista, el Asalto al
Cuartel Moncada deja alguna lección importante que pudiera extenderse fuera del
territorio nacional cubano?
R: Lo más llamativo de esta obra es
la manipulación maquiavélica de Fidel Castro sobre sus seguidores para lograr
su ambición personal. En la granja Siboney, cuando Castro reveló su plan de
ataque, una docena de rebeldes se negaron a participar en lo que denunciaron
como un plan suicida. En Bayamo, Hugo Camejo, jefe de la célula de Marianao,
desertó a último momento, al igual que Ernesto Tizol, que había rentado la
granja Siboney. Tizol, mientras manejaba su auto rumbo al Moncada, se acobardó
y desvió una parte de la caravana motorizada de los asaltantes, muchos de los
cuales no participaron en el ataque, que solo duró veinte minutos. El
“Manifiesto a la Nación” que redactó Raúl Gómez García, que postulaba las metas
democráticas de los rebeldes, y por lo cual sesenta y uno de ellos dieron sus
vidas, nunca se llevó a cabo por Fidel Castro.