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lunes, 22 de febrero de 2010

Jacinta


Aquella mañana Jacinta se levantó distinta. Se miró al espejo y sintió pena por ella misma. Se sentía cansada, vieja. No quería salir de su cuarto; necesitaba estar sola. Trataba de aferrarse a la idea de que esta vez Dios escucharía sus ruegos, y no la dejaría desamparada a su suerte.
La noticia había recorrido todos los caminos para colarse en su casa bien temprano en la mañana. Detrás de la puerta de su habitación, escondida de todos, pero alerta, como siempre, pudo escuchar los gritos desesperados, confundidos en la algarabía matinal. Nadie se preocupó por avisarle. Para "los otros", ella era algo irreal, inexistente. Era la sombra que se desliza por la vieja casa sin que nadie la vea.
Nadie sabía de sus secretos en las largas noches de luna, de sus miedos, de sus recuerdos. Recuerdos buenos y malos que llenaban su vida y tenían el poder de cambiarle la expresion de su rostro, de su cuerpo, de sus manos y hasta de sus pasos al caminar cerca de las paredes o de los árboles del patio.
El recuerdo de José muchas veces iluminaba su cara volviéndola niña... Con él se "sentaba" en el patio, buscando la sombra, debajo de la mata de mango, y de su mano se dejaba llevar por los hilos del tiempo...Su corazón latía con la misma intensidad de antaño, como si reviviera al recuerdo de la plenitud de sus quince años cuando se entregaba libremente al amor.
José era lo más hermoso que le había sucedido en la vida. Se enamoró de él desde muy pequeña. Era su héroe, su estrella, el galán de su novela adolescente. Juntos iban a la escuela, compartían los mismos amigos, los mismos libros de versos y las mismas canciones. Sus recuerdos se remontaban a las tardes de mayo, cuando apenas eran dos niños traviesos jugando, cómplices autores de locas travesuras, en el patio de la abuela. Allí pasaban horas persiguiendo mariposas, tomeguines, lagartijas, hormigas y hasta a los perros del barrio que, extraviados o por equivocación, cruzaban la verja abierta por el descuido de los mayores.
Lo mejor de aquellos encuentros infantiles sucedía al anocher, cuando casi todo estaba en penumbras y la luna no alumbraba las matas de mangos ni de aguacates, ni siquiera uno de sus rayos alcanzaba al alto mamoncillo. Los cocuyos, asustados, huían para no caer en las manos de aquellos traviesos. Conocían muy bien aquellas extrañas diversiones en las que terminaban enterrados en las pequeñas montañas fabricadas con aquellas manitas arrogantes, siempre afanadas en construir “una ciudad” en una “montaña” hecha con la tierra recogida debajo del cocotero. Ciudad a la que ellos, los cocuyos enterrados de fondillo, debían alumbrar hasta altas horas de la noche. Aquellas fiestas de verano en las noches sin luna, también eran terribles para las pobres luciérnagas que quedaban atrapadas entre las piedrecillas a las que le trasmitian sus destellos...

Los años de la infancia volaron como lo hacen las aves cuando emprenden el largo viaje sin retorno al nido que las vio salir del cascarón. Jacinta y José, como todos, crecieron. Entre estudios, dichas, alegrías, travesuras y fiestas un día los sorprendió la adolescencia y comenzaron a sentir una fuerza interior que los llevaba a buscar los momentos propicios y los lugares más apartados, donde no llegaran las miradas indiscretas de los chismosos del barrio.
Jacinta recordaba las siluetas de ambos abrazadas, tratando de alcanzar lo inaccesible; el lugar perfecto donde no llegan los miedos impuestos por las costumbres y creencias de los viejos. Sola, a la sombra de los árboles del patio, día a día revivía su infancia... Las imágenes desfilaban recurrentes, en armonía, coherentes.
Entre suspiros y alguna que otra lágrima, se "repetían" aquellos días en el bosque, en que, entre mimos, canciones, juegos y retozos, terminaban haciendo el amor sobre las flores silvestres del monte. Las aguas del río, las nubes, el cielo y alguna que otra paloma torcaza que por allí pasaba, fueron los únicos testigos de sus impulsos y de sus hormonas revueltas, pero ninguno de ellos podría decir de qué manera aquellos adolescentes comprometían sus vidas al compartir las divinas experiencias del primer amor que sentían y disfrutaban a sus anchas.
Cuando aquello su familia no sabía todavía por qué a ella le gustaba perderse con su bicicleta calle abajo camino del embarcadero. Todas las tardes de aquel verano inolvidable, cuando sus padres estaban ocupados en otras cosas, José la esperaba y juntos rodaban por las calles del puerto hasta perderse tras los árboles del monte, lejos de los caseríos de la zona. Juntos habían descubierto los parajes del río debajo de las grandes arboledas; los campos de flores silvestres, las piedras y la quietud del atardecer en esa zona no visitada por nadie gracias a las creencias y tradiciones del pueblo. Pueblo superticioso que creía las historias trasmitidas de generación en generación, inherentes a la idiosincracia de toda la comunidad.
La leyenda se remontaba a muchos años atrás, tan remotos que nadie podía precisar la fecha exacta de lo que por allí ocurrió. Todos hablaban de lo mismo cada vez que había una oportunidad para ello. Decían que "de las ramas del viejo algarrobo se había ahorcado el Indio Julián una noche de lluvia cuando descubrió que su esposa se había ido con el otro..."
Los vecinos decían que "ese monte estaba embrujado con el ánima del indio vagando en pena por los alrededores, y que sus gemidos lastimeros se escuchaban más allá de la loma. Que en las noches de lluvia o en los días de mucho sol, a cualquier hora, incluso en las hermosas mañanas, podía escucharse el lamento de su alma atormentada por los crueles castigos del infierno. Castigos que el indio tenía muy bien merecidos por haberse privado de lo que Dios le dio: ¡La vida! El indio Julián, actuando ciego y sordo por el dolor de la doble traición, se olvidó por completo que la vida es lo más sagrado que nos entregan al nacer y que debemos cuidarla por encima de todo y protegerla como el más preciado de todos los tesoros.
Julián, pobre indio enamorado, no supo escoger, no supo cuidar su vida y fue débil entregándole su alma al demonio al colgarse de un palo del monte. No merece perdón de Dios quien atenta contra su vida . Es débil quien no sabe enfrentar con valentía las ingratitudes que la vida nos presenta como pruebas. Julian fue un cobarde; se quitó la vida porque su morena se fue con un indio mal nacido que no supo respetar la amistad y la hospitalidad que él le ofreció cuando lo trajo a vivir a su casa el día que lo encontró herido, casi muerto a la orilla del río. Ese indio, del que nadie recordaba el nombre, cuando él lo recogió tenía quemado todo el pecho y andaba con el corazón destrozado porque un rayo acabó con su casa, matando a su esposa y a sus dos hijitos. Julián, buen cristiano, lleno de generosidad, se apiadó de él, lo recogió , le brindó alimentos y lo acogió como a un hermano por largo tiempo en su propia casa, permitiendo que Zulema, su esposa, lo cuidara con esmero todo el tiempo que estuvo enfermo.
Como todos los adolescentes Jacinta y José no creían en esos cuentos escuchados hasta el cansancio desde que tenían uso de razón. Se reían de los viejos y cada tarde se aprovechaban de los mitos y prohibiciones, para divertirse ampliamente sin pensar en los indios...ni en los rumores, ni en las maldiciones que la india María había sembrado al pie del algarrobo la tarde aquella en que vino, acompañada por los vecinos del lugar, a recoger el cuerpo de su hijo Julian, totalmente descompuesto por el calor y casi despedazado por los picazos de las aves de rapiña que merodeaban por el lugar.
Jacinta y José nunca se preocuparon por saber cuándo y cómo sucedieron los hechos que los viejos contaban, con lujos de detalles, sobre "los algarrobos, las muñecas de trapos, las ceibas marcadas y las tantas historias de jóvenes que no obedecieron las órdenes de los padres ni escucharon los consejos de los viejos y al final terminaron atrapados por el alma del indio y junto a ella ahora se pasean como malos espíritus en pena condenados a vagar por la zona. Los viejos ponían un énfasis especial cuando aseguraban que ya había un coro de almas dolientes, dueñas de aquellos parajes cautivadores por su belleza, como todas las cosas que el innombrable pone ante nuestra vista para seducirnos, y bien que les advertían a la muchachada del barrio que los escuchaba embobecida, que el que se dejara llevar por las falsas apariencias de la armonía y la quietud del lugar, caería en las redes de los malos espiritus y terminarían como ellos condenados en las llamas del infierno"
Jacinta y José, intrépidos como todos los jóvenes de su edad, con las hormonas revueltas, solamente deseaban estar juntos, sin testigos inoportunos, la mayor parte del tiempo posible. Pasaron meses, desde la primavera, correteando por las orillas del río, debajo de los algarrobos, cerca de las ceibas, sobre las flores silvestres, sin que nadie los viera y sin temor a ser sorprendidos por los indiscretos buscadores de noticias aplastadoras. Ellos se dejaban arrastrar por los instintos y por esas fuerzas internas propias de la adolescencia que nos dominan llevándonos a incursionar en todas direcciones en busca de lo nuevo, sedientos de dichas y de placeres hasta entonces desconocidos.
Cada tarde los jóvenes enamorados llegaban más lejos y más cerca en sus juegos. Un día descubrieron "la gran maravilla", seductora y divina, que significa la entrega total. Ocurrió espontáneamente, sin premeditación ni maldad, por instinto y por amor, fundieron sus cuerpos y sus corazones tierna y apasionadamente. Ambos conocieron ese día los placeres que brinda el sexo por amor. Desenfrenados y enamorados se convirtieron en esclavos de aquel sentimiento que les regalaba la imperiosa necesidad vital de estar juntos todo el tiempo. Fue como un vicio compartido con alegría, sin culpas ni miedos. Fueron meses de total felicidad, de crecimiento espiritual interior.
Vivían consumidos por la fiebre del amor y la ansiedad que éste genera. Apenas dormían en las noches devorados por el deseo de volver a estar juntos a la orilla del río. En sus ojos la ansiedad, el enamoramiento, el deseo y las hormonas, pusieron un brillo, un sello especial, pero los tontos que los rodeaban no se percataron de eso. Y no es raro, casi siempre las cosas hermosas no son captadas por quienes debieran hacerlo. Son como los mensajes divinos que se pierden por falta de fe. Para Jacinta y José el hecho de que los demás no se percataran de su felicidad, no era un problema. Complices de la dicha de estar juntos en aquellos parajes solitarios, se sentían muy seguros.
Una noche, ya bien entrado el otoño, los despertó el alboroto de la vecindad. Después de haber hecho el amor por largas horas, extenuados, sin darse cuenta, se habían quedado dormidos. Desde lejos, y cada vez más cerca, se escuchaban los ruidos y los gritos de los vecinos que, organizados en brigadas, andaban buscándolos, totalmente desorientados y angustiados por el terror que les inspiraba aquel lugar, los llamaban por sus nombres:
_ ¡ Jacintaaaaaaaaaaa! .... Josééééééééééééééééé!
Algunos caminaban rezando, con una cruz en la mano y en la otra una gran vela o un farol, otros iban gritando los nombres de los perdidos a la vez que avanzaban por la vereda repartiendo golpes con un palo a diestra y siniestra, mientras los más austeros se dedicaban a tirar piedras por doquier para ahuyentar los malos espíritus..
La vieja Pancha les había dicho a todos en el barrio que ella vio a la pareja entrar al bosque temprano y que no se había preocupado de avisarles antes porque todas las tardes los veía pasar y regresar sin ningun problema, además de que, como siempre, les había advertído, cuando la saludaron, que no se adentraran en el monte, que huyeran de los algarrobos, de las ceibas, de los pitirres y de las flores. Como no los vio regresar y ya era tan tarde, -pasaban las ocho -, decidió avisarles a todos porque se asustó al ver que caía la noche.
Pancha lloraba desesperada mientras se pasaba la mano por la cabeza. Se sentía responsable porque su casa estaba ubicada en las afueras del pueblo, casi a la entrada del sendero que conduce a esa parte del río, y ella, como persona mayor, debía estar al tanto de los muchachos del barrio por si alguno se escapaba y se colaba por esos lugares malditos. Pancha tenía miedo. Temblaba de pensar que algo malo les hubiera pasado. Al hablar, a la anciana le temblaban las manos. Un fuerte escalofrío recorría toda su columna vertebral....
Al cabo de los años Jacinta todavía recordaba aquella noche que cambió su vida para siempre. Recordaba aquella fatídica madrugada que la sorprendió pensando por primera vez, en el indio Julián y en todas las cosas que se decían de aquel lugar. Fue también la primera vez que tuvo miedo de los augurios, de las amenazas, de las almas en penas, de las murmuraciones y de las reacciones de sus padres...

Pero este día de hoy, es diferente. Diferente, aunque seguía atada...
Quería huir del pasado. Jacinta se negaba a recordar, no deseaba salir al patio a caminar por las rutas de lo tantas veces transitado.
Paró de dar vueltas por la estrecha habitación. Se dejó caer en la cama. En contra de su voluntad, una angustia solidaria la llevó de nuevo a los inicios. Otra vez vivía los sinsabores de aquel día en que amaneció cargada de miedos. Recordó las veces que le lloró y le imploró a su madre para que le quitaran el castigo, para que no la enviaran a casa de su tía Susana.
Su madre se negaba pensando que ella suplicaba porque no quería alejarse de José. Ya la familia reunida habia acordado mandarla para la casa de los tíos , bien lejos del lugar, en otra provincia, en una ciudad donde no hay ríos, ni montes, ni flores seductoras, ni jovenes atrevidos como ese chiquillo irresponsable, que no levanta una cuarta y ya anda buscando problemas de hombres...
Por más que Jacinta lloraba, su madre no la escuchaba. La muchacha no tenía valor para explicarle que el problema mayor no era la separación de José, en aquel entonces estaba segura que él la buscaría donde quiera que ella estuviera. El problema no era su novio, sino el viejo Gregorio. Sentía miedo de su tío. El la miraba de una forma que le sacaba los colores a la cara. Sabía que detrás de aquellos ojos arrugados y brillantes se escondía un deseo reprimido. Lo intuía cada vez que lo sentía cerca, con su respiración entrecortada y su mirada perdida en sus senos adolescentes. Cuando sus manos frías y babosas la tocaban, o cuando apretándola contra el pecho la besaba por la fuerza, ella sentía una sensacion desagradable, semejante a la que se siente cuando tocamos uno de esos sapos feos, verdodos y humedos que nos parecen pequeños monstruos salidos de un pantano cercano.
La familia, nunca supo de sus angustias en casa de la tía Susana. Tampoco sabía de sus lágrimas amargas detrás de una ventana, ni de sus días cargados de ansiedad suplicándole a Dios para que ayudara a su tío a encontrar una amante que le calmara su salvaje y asqueroso apetito sexual.
Siempre tuvo miedo de decirle a sus padres el infierno que estaba viviendo aquella casa lejana, llena de perros y gatos ladrando y maullando a una luna que nunca pasaba, mientras la tía dormía plácidamente, abrazada a su almohada, disfrutando el sueño profundo que producen las pastillas para dormir cuando se mezclan con el te de tila, naranja, manzanilla y menta que el tío Gregorio todas las noches, como un ritual, le servía a la esposa, con la mejor sonrisa dibujada en su cara y que ella, la tía Susana, muy agradecida, inocentemente, consideraba ese gesto como un profundo y delicado acto amoroso de su querido esposo, quien, preocupado por su salud, la ayudaba a combatir sus largos insomnios ofreciédole aquel te de maravillas...
No. Nadie sospechaba de sus noches de sufrimientos y de sus miedos de niña; ultrajada, injustamente castigada por quienes debieron protegerla. Estaba segura de que los viejos del barrio se equivocaban con sus augurios y que por eso sus advertencias son en vano. El infierno, al menos el suyo, no estaba en el bosque ni en los algarrobos, ni en el río, ni en las flores, ni tampoco era cierto que el alma del indio solamente vagaba por aquellos lugares... No, nada de lo que le dijeron los viejos del barrio era cierto. Estaba segura que de que los vecinos se equivocaban en sus relatos al decir que los condenados se quedaban en las márgenes del río o en los montes. Ella había sentido al indio Julian y a todo su séquito de almas en penas durante todo el tiempo que vivió en aquella maldita casa. Los sentía cada noche cuando escuchaba los pasos de su tío Gregorio subiendo las escaleras después de dejar a la tía Susana dormida en el cuarto matrimonial ubicado en la planta baja.
Por aquellas horas de inocente amor cayó sobre ella la pena, la deshonra de la familia y los castigos...Tres años de castigos nocturnos por haber tenido la osadía de entregar su cuerpo virgen al amor de su vida. Fueron tres largos años viviendo la condena de sentirse abusada, despreciada, mancillada, constantemente violada.
Tres años en los que cada noche debía soportar aquel monstruo que no respetaba ni los días de recogimiento natural. Ni los dolores de ella, ni los flujos sanguineos lo detenían; al contrario, parecía que en días como esos disfrutaba más, se volvía más fiero, más salvaje, buscándola a todas horas, sin importarle si la tía dormía o no. Aquel sapo verde se pegaba a su cuerpo en contra de su voluntad, venciéndola por la fuerza tras de largos forcejeos, para penetrarla, hiriéndola, marcándola cruelmente con sus zarpazos de macho alborotado.
Cuando quedaba libre del morboso, ya en la ducha, debajo del agua por horas, Jacinta no podía evitar las nauseas, los mareos y los vómitos. Al recordar la crónica halitosis del viejo y la baba que le dejaba por todas partes, la muchacha se alteraba, temblando de pies a cabeza y hasta se le salía el orine, sin poder contenerse, por mucho que tratara de evitarlo.
Tres años viviendo en aquella casona y no fueron suficientes para liberarla del infierno.
Un día se miró al espejo: estaba mustia, como una rosa arrancada antes de tiempo, marchita en su capullo. Estaba débil. Dejó de forcejear, abandonándose a los caprichos del viejo, tratando de pensar en otra cosa mientras él la poseía. Esa noche descubrió que, si no ofrecía resistencias, el calvario de tenerlo sobre ella duraba menos tiempo, aunque adolorida y sintiéndose sucia a todas horas, comenzó a percibir que por lo menos su mayor agonía comenzaba a disminuir.
Cuando ya nada quedaba de su cuerpo de niña, cuando las ojeras se apoderaron de todo su rostro, cuando su piel andaba tan pegada a sus huesos que daba lástima mirarla y cuando ya no servía ni para lavar los trastos de la cocina, su tía reparó en ella y decidió llamar a su hermana para que viniera a buscarla por temor a que su "adorada "sobrinita se muriera allí, de tanta pena por el amor que había dejado en el pueblo. Ya la "niña" tenía 18 años y era el momento preciso para que ellos, sus padres, decidieran si le permitían o no que José la visitara."
Jacinta regresó a su casa convertida en una sombra. Tenía 18 años y era una sombra de mujer, enloquecida y triste vagando por los rincones.
Sin embargo sus tíos estaban satisfechos por el deber familiar cumplido; al menos ya los vecinos se habían olvidado o tal vez hasta hubieran perdonado, los descalabros de la chiquilla que, sin haberse casado, se entregó a un desconocido mocoso, a un don nadie, mancillando la honra y el buen nombre de toda la familia.
Otra vez Jacinta se levantó de la cama dispuesta a todo. Se miró al espejo y se preguntó si valía la pena fingir un dolor que no sentía, si valía o no la pena acudir a la capilla donde estaba toda la familia reunida llorando sin consuelo.
Habían pasado trece años. Durante todo ese tiempo, ella era el fantasma que recorría las habitaciones de la vieja casa, matando el tiempo mientras hacía los cotidianos quehaceres domésticos para ayudar a su madre, quien se decía muy enferma por los achaques propios de la edad, reclamando descanso para el cuerpo y para el espíritu.
Al terminar las faenas del día, casi siempre en horas de la tarde, cuando sus padres dormían la siesta, Jacinta se iba al patio a sentarse a caminar en el tiempo, rodeada por las gallinas, los conejos, los gansos y las matas de rosas; embriagada muchas veces por la brisa o por el olor de los mangos maduros o de los naranjos en flor, se dejaba llevar por los hilos que tejen los recuerdos... Lentamente su mente luchaba por liberarse para siempre.
Jacinta, refugiada en la costumbre de inventarse historias peregrinas para combatir sus miedos en las noches, habitaba otros planetas . Cerraba la puerta de su cuarto con tres cerrojos y al menor ruido su cuerpo se tensaba en acecho, buscando en la oscuridad de su habitación los monstruos que llegaban a montones a saciarse en sus carnes famélicas, desnudas de cobijas y de caricias. Eran pesadillas que la atormentaban y no la dejaban dormir. Era el sapo verde que siempre estaba allí, persiguiéndola, atormentándola, buscándola como un salvaje en celo, forcejeando con ella irresistiblemente para violarla una vez más.
Muchas veces quiso huir de sí misma, inventándose otro nombre, otra personalidad, otra historia...Riendo a carcajadas trataba de ahuyentar a los monstruos que la acechaban a todas horas.
Otras veces, mientras peinaba su larga cabellera, tarareaba una canción de cuna y hablaba con la almohada transformada en el niño, fruto de sus amores con aquel joven apuesto que una vez la amó y le bajó la luna y las estrellas del cielo para que ella se construyera la mágica carroza que la llevaría por el mundo protegida, bañada con los rayos de las luces siderales.
No obstante, por más que se esmeraba en creerse otra, siempre venían los malos pensamientos trayéndole de vueltas los monstruos y los sapos verdes y los te de tilo, naranja, manzanilla y menta y los paquetes de pastilla sobre la mesita de noche y los ruidos en la escalera, todo eso a veces se mezclaba con la imagen de la tía rendida en la hamaca del patio en las tardes de estío, rodeada de gatos y los perros aullando en el granero donde tantas veces su pudor de niña quedó destrozado por la desmesurada líbido de su tío, quien le mostraba sus partes privadas exaltadas, desnudas a plena luz del día, mientras se acercaba para decirle al oido que lo esperara por la noche y le tomaba la mano obligándola a tocarle aquella cosa fea que parecía sacada de un libro de horror, como una larga y gorda morcilla cubierta de pellejos blancos y apestosos que de solo verla le daban deseos de vomitar. Cada vez que esos olores y esas imágenes llegaban asi, de improviso sacándola de su mundo mágico, un alarido se escapaba de sus labios y trataba, a través de ese grito, huir de esas visiones, se tapaba la nariz y corría para el baño a vomitar, cuidando de no ensuciar las paredes y el piso que con tanto esmero limpiaba cada día, como todas las cosas de la casa.
Sucio. Todo estaba sucio para ella. A pesar de sus esfuerzos y sus constantes tiraderas de aguas olorosas por todos los rincones, estaba segura de que algo fallaba, porque mientras más limpiaba, y más se bañaba, más sucia se sentía y todo alrededor de ella le parecía necesitado de una limpieza más profunda. En días así, a cualquier hora, impetuosamente, tiraba agua por todas partes; agua con detergente, jabon o colonia, agua que llegaba también a las cortinas, a los adornos, a las lámparas y a los cuadros colgados en la pared, los cuales, de tanta limpieza ya habían perdido todos los colores.

Esta mañana, Jacinta se comportaba diferente: estaba calmada, actuaba fríamente, estudiando cada movimiento, cada gesto...Iba de la cama al espejo y del espejo a la cama, debatiéndose entre el ir o no ir, calculando los pro y los contra entre el deber familiar y el deber personal, entre "el qué dirá mamá, qué dirá papá, qué diran las hermanas, qué dirán las tías, que dirá el Santo Padre que dará la misa, qué dirá la tía Susana, ...y qué realmente debo hacer"
Al fin tomó una decisión. Se bañó otra vez. Se vistió con sus mejores galas: su suave y "elegante" vestido de terciopelo rojo y sus zapatos de charol; se puso un poco de colores en el rostro. Luego de acicalarse como nunca antes , salió directo para la capilla de la vieja Iglesia del pueblo donde estaba tendido el ilustre muerto.
Allí estaba toda la familia reunida, conmovida y triste llorando sin consuelo. Nadie se explicaba qué había pasado, si solo hacía dos días el ahora difunto, parecía tan alegre, tan optimista... Había estado en la casa por largas horas, como siempre hacía cada vez que venian al pueblo de vacaciones, en aquellos meses de verano que les daba por descansar en el rancho de la finca de los abuelos. Esta vez andaba sin prisas y estuvo en el patio con Jacinta mirando las rosas y celebrando el buen tiempo, con sus bromas de siempre.. Nadie entendía por qué ahora estaba ahí tendido, si lucía tan rozagante y fuerte como todo un hombre saludable, como el guajiro campechano que siempre fue aunque viviera en la ciudad, en su casona de grandes patios coloniales donde los animales andaban a gusto.
_¡Pobre Don Gregorio! y otra vez al decir o escuchar esta frase todas las mujeres de la familia, llorando al unísono, se acercaban para abrazar a la desconsolada viuda. Mientras los hombres salían al portal a fumar sus largos tabacos o sus cigarrillos para matar el tiempo esperando por la misa.
El forense que le hizo la autopsia buscando las razones de esa muerte repentina, todavía no tenía los resultados de los exámenes. Según lo establecido, tendrían que esperar por lo menos un mes para saber la verdad de lo ocurrido al viejo.
Al llegar, Jacinta se detuvo unos minutos en la puerta de la capilla. En silencio los observó a todos por unos minutos. Luego, con pasos firmes y decididos se acercó al féretro. Se inclinó un poco para mirar al muerto. Lucía elegante. Lo habían bañado, maquillado; hasta le habían quitado la peste... Parecía todo un gran señor: noble, indefenso, delicado en su palidez mortal... Siguió observándolo por un tiempo prolongado sin decir ni una palabra, mientras los presentes la miraban con la respiración en vilo, entrecortada, por temor a lo que pudiera pasarle a la supuestamente muy dolida sobrina preferida de Don Gregorio...
De pronto, inesperadamente, sorprendiendo a todos, la muchacha comenzó a reirse a carcajadas, su risa descompuesta, altisonante se elevaba por los aires..
Toda la familia se asustó al verla tan “alegre". Su madre se le acercó tratando de abrazarla, pero Jacinta la detuvo, apartándola bruscamente de su lado, mirándola por primera vez en toda su vida, con los ojos llenos de rabia. Era la mirada de un fiera fuera de control.
Luego, ya dueña de la situación, la joven se volteó para que todos pudieran verle la cara,. Les mostró sus manos abiertas, con los brazos extendidos. Las volteaba una y otra vez para que pudieran verlas, quería que se convencieran de que habían estado muy sucias. Terriblemente sucias las sintió durante más de quince años. Tan sucias que toda el agua del mundo no le alcanzaba para limpiarlas...
Alzando la voz para que todos y en todas partes la oyeran, sarcásticamente y soltando largas carcajadas entre palabras, les dijo:
“_ ¡Ahí lo tienen! ... Ja ja ja ja ja ja ... ¡Mirenlo bien!... Ja ja ja ja ja.... Pero ¡No busquen otro culpable! ... Ja ja ja ja... ¡He sido yo!... Ja ja ja ja ja, "
Después de un breve silencio, llorando sin consuelo, pero con voz calmada,continuó:
_ Con estas sucias manos que pronto estarán muy limpias, le preparé el café, ¡su café!... Esta vez no me temblaron .¡ al fin pude echarle los polvos que guardé por tantos años! ¡El arsénico lo mezclé con su café... el último día que vino a visitarme!
Esperanza E. Serrano

Fort Myers, Fl, 2008
Nota>
la primera versi'on de este relato fue publicada el año pasado en la revista digital Vancuba en su pagina web

domingo, 30 de agosto de 2009

Hoy quiero decirte...


Hoy quiero decirte...

Desde acá, desde esta vieja ciudad donde vivo exiliada desde hace años puedo “ver” los barcos que se alejan en alta mar o los que llegan cargados de esperanzas a los puertos de los pueblos de mi tierra. Pueblos en los que la gente vive indiferente esperando lo que no acaba de llegar y que algunos, ya cansados, creen que morirán sin verlo.
Desde acá puedo mirar los ojitos tristes del niño parado detrás de una vidriera contemplando el juguete que desea y que sus padres no pueden comprarle porque cuesta más que todo el salario en pesos cubanos con los que le han pagado por un mes de trabajo, cualquiera que sea el oficio o la profesión que desempeñe en su puesto laboral.Qué más da cual sea el trabajo realizado si de todas formas el salario medio no alcanza para comprar un simple juguete a un niño que sueña con abrazar una pelota de verdad; una de esas pelotas grandes, llenas de franjas de colores, de esas que se ven tan bonitas reposando a los pies o en las manos de los turistas sin rostros definidos...
Turistas que se ven en cualquier portada de revista o en cualquier folleto, donde se anuncian y hasta se venden los paquetes de turismo a las hermosas playas cubanas, a sus elegantes hoteles con sus lujosas piscinas construidas con todo el glamur de la modernidad sofisticada, rendidora del culto a la buena vida y a la magia de los sueños imposibles de alcanzar para la gran mayoría, los que se conocen como “cubanos de a pie”.
Desde acá se puede ver la cara con la expresión marcada por la frustración del maestro que se esforzó inútilmente durante años creyendo que cumplía una misión sagrada, al querer educar al hombre nuevo, al "ser perfecto" para una sociedad perfecta, distinta a todas. El hombre nuevo, idealizado desde su concepción teórica como ser superior... Hombre nuevo carente de valores humanos, ciego defensor de una ideología que propicia el culto desmedido a la personalidad del líder.
Ideología que sólo ha servido para esclavizar a pueblos y a sociedades enteras, y que hoy parece que muchos pueblos de América Latina se empeñan en abrazar y hasta se ufanan de copiar los moldes fidelistas impuestos en Cuba por más de cincuenta años. Ideología que ha creado un hombre nuevo hecho de arcilla, de la arcilla con la que se funden los mediocres los pusilánimes, los inactivos carentes de opiniones y de acciones propias, los indiferentes, los apáticos y los cómodos seguidores de consignas, los muertos en vida, buenos para nada. En Cuba el tal experimento del hombre nuevo del siglo XXI ha dado frutos negativos aunque por suerte para la humanidad, muchos se les escaparon de las manos a sus supuestos formadores o educadores. Los escapados son los que hoy forman las nuevas generaciones de cubanos dignos y los vemos por doquier, afanados, luchando por romper las cadenas con las que quisieron atarlos para privarlos de un mejor destino.
Desde acá puedo ver esos rostros sin caretas enfrentados con dignidad a la realidad de la búsqueda del pan de cada día de una manera honrada y decorosa, sin doblegar la frente, sin complicidades ni miedos aunque actúen cautelosos para burlar las leyes absurdas impuestas por los amos entronizados en el poder por la fuerza desde hace más de medio siglo. Desde acá también observo que en ellos se vislumbra el amanecer de un nuevo día. Observo el panorama con sana envidia y con regocijo aplaudo sus pasos disfrutando a plenitud sus canciones atrevidas, sus cuadros, sus poemas, sus obras de teatro, sus retos cuestionando la vida cotidiana, algunos ya aprendieron a escribir sin miedos sobre el diario vivir de los cubanos publicando blogs que burlan la censura , y sobre todo, admiro y respeto a los cientos de presos en las ergástulas castristas que no se rinden y prefieren morir, para que se respeten los derechos humanos en Cuba, antes que mendingarle un perdón o hacer una “mea culpa” para que los liberen de sus condenas.
Desde mi condición de exiliada puedo escuchar el silencio de las Damas de Blanco desfilando por las calles de La Habana o sus voces reclamando justicia frente al mundo. Siento un profundo respeto por ellas y desde acá, siento la urgencia de unir mi voz a sus reclamos, aunque no sepa como hacerlo, el caso es, por lo menos intentarlo.También puedo ver cómo han pasado los años y muchos ancianos hoy se arrepienten de su ceguera cuando, al compás de la sordina de las tardes mustias, se mecen en sus viejos sillones o permanecen sentados inermes en un viejo balcón o detrás de una ventana, mientras sus mentes vagan recorriendo los caminos transitados...
Caminos que desde el comienzo han estado lleno de tropezones y de sufrimientos en los que se incluyen los fusilamientos, las condenas en los campos de la UMAP, los actos de repudio, la discriminación y la exclusión por falsos conceptos ideológicos y políticos, la separación de las familias, la muerte de los hijos, hermanos y sobrinos, en campos de batallas en países lejanos; el hambre y las carencias de las cosas más elementales... Caminos donde la falta de libertades civiles, las violaciones constantes de los sagrados derechos humanos, el odio, la envidia, los resentimientos, las frustraciones, la doble moral, la corrupción política y una gran represión, han terminado asfixiando a los seres humanos, condenándolos a una existencia llena de vicisitudes y carencias, sin esperanzas de alcanzar mejores niveles de vida. Estoy segura que ni el más experto de los especialistas en estudios sociales, pudo imaginar alguna vez que se podría llegar a ese estado tan deplorable de miseria económica y humana, en un país que otrora fuera tan distinto, tan próspero y tan alegre.
Muchas veces me domina la tristeza porque sé que hoy nuestro destino, sería diferente si todos nos hubiéramos unidos en el momento preciso, y nos hubiéramos enfrentado al monstruo desde un inicio.Han pasado muchos años y aun recuerdo la firme decisión de mi hermano cuando me dijo: “Yo no te acompaño, yo me quedo. Ellos son los que sobran, ellos son los que tienen que irse”. Fui tonta al no entender aquel mensaje. Como muchos, hice lo más fácil. Quizás actué por egoísmo, por cobardía, por inmadurez, o por estupidez, sin saber que también al hacerlo, perdía mis derechos más elementales como ciudadana cubana. Les di el gusto de irme y dejarles a su disposición lo que por ley también me pertenece.Han pasado los años y allá todo ha empeorado.
Desde acá puedo decir que me siento mutilada. Que me duele ver cómo andan las cosas en mi patria y cómo desde aquí casi no puedo hacer nada por cambiarlas. Allá, cada día la bestia es más salvaje castigando en las cárceles a los mas valientes, a los que se arriesgan a gritar a los cuatro vientos: “Queremos libertad, queremos que se respeten nuestros derechos humanos, queremos elecciones libres, queremos otros partidos políticos, queremos cambios, no queremos más autoritarismo, no queremos mas fidelismo ni socialismo, no queremos más dictaduras, queremos justicia paz y libertad en una Cuba con todos, por todos, y para todos los cubanos.”.
No miento cuando digo que desde acá siento la carga de mi culpa y la de otros como yo. De nada vale lamentarse pero es de humanos hacer un recuento y pensar en lo vivido, comparar y dudar y hasta tener el valor de reconocer nuestros errores, aunque sea un poco tarde para empezar de nuevo. He llegado a la conclusión de que Ellos, los presos políticos, los dignos hijos de Cuba, están en esas celdas por nosotros, porque les fallamos, porque no estuvimos a su lado cuando más nos necesitaron, porque dejamos que fueran solos a cumplir sus injustas condenas. Hicimos lo que hacen otros millones que se tapan los ojos y los oídos para no ver lo que pasa. Somos culpables por nuestra indiferencia, por nuestra apatía y por el conformismo cobarde que nos ata y nos vuelve incapaces, y nos convierte en cómplices de quienes ostentan por la fuerza el poder.
También creo que hemos sido y seguimos siendo, víctimas del miedo a inmolarnos, somos el resultado humano de quienes han vivido en la zozobra de no saber qué hacer o decir por temor al vecino o el familiar cercano que puede ser un informante delator. El temor impuesto por las represalias oscilantes entre el perder el empleo, y no tener donde ganarse los cuatro quilos prietos para comprar el mendrugo de pan que venden por la libreta de racionamiento, hasta ir preso, o ser fusilado si te juzgan y te declaran un enemigo o un traidor de tu pueblo. A veces me desesperan los días como hoy, cuando sintonizo la radio o la TV y escucho las noticias que hablan de estas verdades que llevo clavadas en el alma. Aunque quiera huir de mí misma y me empecine en creer que otros son los culpables, de mis y de nuestras desgracias, bien sé que nos moriremos de penas sin ver los ansiados cambios si todos seguimos atados a nuestras debilidades, a nuestros miedos, a nuestras frustraciones...
Todo esto que hoy escribo he querido decirlo desde hace mucho tiempo, pero mis manos y mi voz se apretaban en mi pecho y mis neuronas no daban el salto necesario para romper las barreras del silencio. Ojala los que me leen puedan entender que, a pesar de los años y de las miles de cosas que hoy me separan de mi tierra, aun la recuerdo con amor y con una gran nostalgia. Nostalgia propia de los que añoramos nuestras raíces, de los que vivimos exiliados en tierras extrañas y todo nos resulta ajeno, como si estuviéramos de paso, viviendo en una latitud que no nos pertenece, que no es nuestra. Aunque asimilemos la cultura del país donde residimos, y nos adaptemos a las nuevas condiciones de vida, no hay formas de escapar de ese sentimiento de no pertenencia, de no identificación plena con lo que nos rodea. No hay formas de escapar de ese deseo de regresar al lugar de origen, al punto de partida donde iniciamos nuestras vidas.

Esperanza E Serrano
Fort Myers Fl, 2009

lunes, 10 de agosto de 2009

Desde acá



Desde acá
Hace unos días mi hija Julia regresó de Cuba. Tal como habíamos quedado, la fui a recoger al aeropuerto de Miami. La noté muy cansada y extremadamente triste. Sus ojos habían perdido el brillo que los caracterizaban antes de su partida. No quise ser indiscreta, por lo que no le hice preguntas. La conozco muy bien. Por su mirada triste y perdida sabía que otra vez había caído en un estado depresivo.
Le mostré mi alegría de tenerla de regreso. La mime como hacemos las madres cuando vemos a nuestros pequeños pasando un mal rato. La llevé a almorzar a un restaurante de especialidades cubanas. A pesar de que la comida estaba deliciosa, Julita a penas probó los frijoles negros, el arroz y el bistec de palomilla que había pedido. Tampoco se comió el flan de leche, su dulce preferido. Todo esto, unido a su mirada triste y su silencio prolongado, me tenían muy alarmada. Traté de animarla un poco hablándole de cosas comunes que nos atañen a las dos; le conté de lo mucho que la extrañé en esos quince días que estuvo por allá. Al ver que no me prestaba mucha atención, guardé silencio, esperando por ella. Sabía que en cualquier momento me contaría los detalles de su visita a Cuba.
Hicimos el viaje de regreso a casa sin intercambiar palabras. Coloqué en el CD Player del carro, el último CD de Billy Joe que ella me regaló por Christmas. Mientras conducía, tarareaba las melodías y las letras un poco a mi manera y lo suficientemente bajo para no molestarla. Ella mantenía su cabeza ladeada, aparentemente miraba el paisaje que bordea la ruta 41 a ambos lados del camino que atraviesa los Everglades. Sabía que su mirada estaba ausente, porque su pensamiento estaba más allá de la Florida...
Hace doce años que salimos de Cuba. Allá quedaron mis suegros, sus abuelos paternos a los que ella siempre ha querido mucho. Ellos la cuidaban cuando era pequeña, mientras su padre y yo trabajábamos largas jornadas en una escuela en el campo. Fueron ellos también los que la cuidaron cuando era una adolescente y nosotros seguíamos ocupados en buscar el sustento para toda la familia.
Julita era muy joven cuando salimos de Cuba, no había cumplido los dieciocho años. Ella no conocía nada de nuestros planes. Por precaución y para no preocuparla no le contamos nada hasta el ultimo momento. La sorprendimos la noche que nos escapamos en el barco pesquero que capitaneaba mi primo Alberto. Eran las tres de la madrugada cuando nos montamos en el jeep que nos llevó al puerto donde estaba anclado el barco. Ella estaba medio dormida, creía que salíamos de pesca clandestinamente. Protestaba molesta porque quería dormir. Cuando nos sentimos seguros en altamar nos sentamos a conversar con ella. Al principio no lo creía, pataleó y lloró queriéndose lanzar al mar. Lloraba por sus abuelos, por su novio, por sus primos, sus tíos sus amistades, lloraba por todo lo que se quedaba atrás. Fue dura la partida y más dura aun para ella que no entendía nada sobre el por qué nos fugábamos de nuestra patria.
Los primeros años aquí fueron muy duros para todos, sobre todo para ella que que no dejaba de pensar en sus abuelos y en sus primos cada vez que nos sentabamos a comer apenas disfrutaba de la comida pensando en ellos, sabiendo que no tendrían las variedades de frutas,carnes y golosinas que tenemos aqui...
Romper la barrera del idioma tampoco fue fácil para ninguno de nosotros, pero lo logramos con dedicación, sacrificios y mucha tenacidad. Gracias al esfuerzo de esos primeros años, hemos podido avanzar algo económicamente. Tan pronto tuvimos un dinero disponible invitamos a los abuelos para que vinieran para acá. La invitación se la pasamos con la idea de que se quedaran definitivamente. Pero al cabo de once meses ellos decidieron regresar. Ambos son personas mayores que han vivido toda su vida en su casita colonial en el municipio Playa, en Matanzas, cerca de las Cuevas de Bella Mar. Nos costó trabajo entenderlos, pero tuvimos que aceptar y respetar sus decisiones. Julita quedó muy deprimida con la separación de sus abuelos. Le prometimos que haríamos todo lo posible para que ella pudiera visitarlos todos los años, aun cuando tuviera que hacerlo violando las restricciones impuestas por el gobierno norteamericano.
Su primer viaje a Cuba lo estuvimos preparando por casi un año. No fue fácil reunir dinero suficiente para que ella pudiera llevarle al menos un presente de valor a cada uno de nuestros seres queridos que viven allá, incluyendo sus amistades de la infancia y de la adolescencia, y muchas de nuestras amistades también. Ella partió con mucha alegría, muchos sueños y muchos gastos adicionales por el exceso de libras permitidas, más los pagos de impuestos de aduana de aquí y de allá.
La alegría de Julita por su viaje a Cuba, compensaba todo el sacrificio que hacíamos para reunir el dinero de los gastos para que ella pudiera compartir ampliamente todo lo que quisiera con la familia y con las amistades. La tristeza reflejada en su rostro a su regreso, para mí, que nunca he visitado a mi tierra desde que salí de allá, era una gran incógnita. La ansiedad me devoraba mientras ella seguía impasible sin siquiera deshacer su pequeño equipaje…
Al cabo de tres largos días, mi hija rompió su silencio. Pausada, con una voz cargada de emociones encontradas, comenzó a hablar:
_ “Mami, si tú ves cómo está Cuba, te mueres de pena. Matanzas está destruida. La gente vive en unas condiciones infrahumanas increíbles. No vas a creer nada de lo que te diga hasta que no veas las fotos y los videos. Te vas a sorprender cuando veas a mis abuelos, a mis primos, a mi amiga Susana y sus dos niños; a Cuca, la abuela de Eduardo, y al mismo Eduardo, tan lindo que era y ahora está que parece que me lleva un montón de años. Se ha vuelto un alcohólico. Se ha divorciado dos veces y hasta le faltan los dientes. No sabes cuánto me impresionó verlo así. Yo que tanto lloré cuando llegué aquí por lo mucho que lo extrañaba, yo, que todos estos años he vivido con la ilusión de un reencuentro con él, siento que algo muy lindo se ha roto dentro de mí…
Julita lloraba mientras me seguía contando. La dejé llorar para que se desahogara

“.. Cuando lo vi así, tan destruido, tan equivocado de la vida, tan perdido, reclamándome por haber venido para acá y según él por haber traicionado a la revolución.. Si lo hubieras escuchado hablándome en un tono machista, haciéndome sentir mal mientras casi me exigía que le comprara botellas de Habana Club de las más caras que venden en los mercados donde no se paga con dinero cubano. Si hubieras escuchado las cosas que me decía, no sé lo que pensarías.. Me reclamaba como si tuviera derechos sobre mí. Como si por el hecho de que fuimos novios por más de tres años cuando vivíamos allá, ahora yo tenga que hacer lo que él diga. Parece que como todos estos años me he mantenido escribiéndole a su abuela y al tanto de todo lo de su vida, él piensa que eso le da derechos sobre mí. Qué trabajo me costó quitármelo de arriba”...

Mientras mi hija hablaba, yo la observaba en silencio, sintiendo como le temblaba la voz y mirando cómo sus manos trémulas nerviosamente abrían y cerraban el pequeño maletín, como si tuviera miedo de mostrarme las fotos, o entregarme las cartas o tal vez inconscientemente no quería hacerme partícipe de su dolor y por eso quizás demoraba tanto en mostrar las imágenes fotográficas que había traído de Cuba. Guardó silencio por unos minutos que para mi representaron casi un siglo, ya yo estaba a punto de lanzarme a abrir el maletín para sacar las cosas. A duras penas me contuve.. Al fin , después de unos largos minutos, ella prosiguió...
_”En los quince días que estuve allá, apenas pude compartir con mis abuelos, mis tíos y mis primos. El día entero y casi toda la noche la casa permanecía llena de gente. A veces había más de treinta personas sentadas haciendo cuentos de doble sentido, riéndose a carcajadas con un lenguaje callejero que yo ni entendía. Con todos los que estaban allí a la hora de la comida compartíamos lo que mi tía Aida preparara. Muchas veces me quedé sin comer porque por mucho que ella cocinara, no alcanzaba para todos los que iban llegando sin anunciarse. Mis tías no paraban atendiendo a todo el mundo. El fogón no se apagaba y el refrigerador a penas enfriaba de las tantas veces que se abría la puerta para sacar agua, refresco o cualquier cosa. Terminé comprándoles una nevera a mis abuelos para que por lo menos hubiera hielo”
”Gente que yo ni conozco, otras que ni me acordaba de ellos, pero que dicen ser amigos de ustedes, me besaban en la cara y me daban fuertes abrazos para luego pedirme dinero, o que antes de irme le dejara lo que yo traía puesto en ese momento.¡ Ay, mami! ¡qué dolor me dio ver en la forma en que se vive en Cuba!...
“La gente allí no trabaja. A cualquier hora del día están los portales y hasta algunas calles, llenas de gente jugando dominó, tomando cerveza o ron casero, haciendo cuentos, escuchando música... Es como ver a un pueblo de gente idiotizada que se ríe burlándose de todo mientras se matan buscando algo que comer o buscando cómo inventar para ganarse unos dólares clandestinos para poder comprar en el mercado lo que no les venden en las bodegas o en las tiendas de productos que se pagan con dinero cubano. Esas tiendas están vacías mientras en los mercados o shopping hay de todo como en cualquier tienda de aquí, solo que hay que pagar con CU y los precios son altísimos. Mi primita Rachel se antojó de un relojito pulsera chino, de esos que abundan en los Dollars Store de aquí, Imagínate que el relojito aquel me costó $30.00. Si llego a saber eso, hubiera comprado unos cuantos aquí por ese mismo dinero y se los hubiera llevado”
“Lo que de verdad da dolor es ver cómo se vive allá, sin aspiraciones de nada, detrás de lo que se les puede “pegar” como dicen ellos mismos tan pronto entran en confianza. El día que fuimos a las Cuevas de Bellamar aquello parecía una comitiva, te digo, de gente que yo ni conozco. Ellos se invitaron solos. No me dejaban ni caminar. Todos querían ser mis guías, como si se les hubiera olvidado que crecí correteando por esas cuevas. Al principio yo me sentía molesta , extraña, hasta que me di cuenta que ellos lo que querían era almorzar con nosotros en el restaurante. Ese día me gasté en el almuerzo casi $300.00, éramos mas de 25, pero no me pesa. Ellos se comieron aquella comida fría con un gusto como si fuera lo mejor del mundo”
“¡Que hambre hay en Cuba, mami, y como la gente inventa para poder comer, aunque sea una cajita con congrí, yuca y unos trocitos de carne de puerco!. Eso es un lujo allí.”
“El día que fuimos a Varadero no pudieron ir todos, porque no cabíamos en los carros...La playa sigue siendo tan linda como siempre, te diría que es lo único realmente bello que queda de los lugares de mi infancia. Ese día la pasé bastante bien, nadando y conversando con un poco de privacidad con mis primas cuando estábamos en el agua. Ese día nos fuimos antes de que llegara Eduardo, creo que por eso la pasamos mejor...”.

Cuando llegó a este punto, abrió el maletín, sacó la cámara, la instaló al ordenador y luego comenzó a mostrarme las fotos. Me costó trabajo reconocer a mis cuñadas, antes tan bonitas y elegantes y ahora me parecían mayores que yo. Mi suegra parece un esquelo vivo, mi suegro se ve un poco mas llenito que ella pero de cualquier manera se ve destruido..En la medida en que iban desfilando todos mis seres queridos por la pantalla del monitor, un nudo me apretaba la garganta. A todos los veía muy desmejorados. Me cuesta trabajo entender por qué siempre que llamamos allá, me dicen que están bien si yo los veo tan destruidos, a pesar de que siempre los hemos ayudado mandándoles algún dinero, ropas, medicinas y cuanto nos pidan. Si ellos, que tienen nuestra ayuda y la de mi cuñado; si ellos, que todos los meses reciben dinero de aquí, están así, ¿cómo estarán los otros, los que no tienen ayuda de nadie? Pensando en los pobres infelices empezaron a desfilar ante mi vista las imágenes del pueblo. Que feo luce el lugar. Todo se ve sucio, gastado, gris, La mayor parte de las casas coloniales están destruidas o han sido sustituidas por otras construidas rústicamente con piezas de hormigón prefabricadas, parecen cajas de cartones descoloridas. Las pocas casas coloniales que quedan están casi en ruinas, algunas están apuntaladas, a punto de derrumbarse. Las aceras y las calles están llenas de baches y de huecos, pero es como dice mi hija, la gente camina de un lado para el otro, como sambíes sonriendo ante tanta miseria.
Después de escuchar a Julita pude entender su mirada y sus lágrimas furtivas.
La Matanzas que nosotros conocimos o quizás la que hemos conservado en nuestra memoria, no existe, o tal vez somos nosotros los que hemos cambiado y ya no encajamos en esas imágenes cargadas de desencanto, miseria, y dolor... Dolor que también nos llega y sentimos, pero desde otro ángulo, desde acá, desde el otro lado del mar…
Esperanza E. Serrano

viernes, 7 de agosto de 2009

Sentada detrás de la ventana...



Sentada en su vieja poltrona, escondida detrás de las coloniales rejas de su ventana, día a día, Sofía mira pasar los transeúntes. A veces su mirada se pierde tras las viejas fachadas y ya sus ojos no ven nada de lo que pasa debajo de su ventana.
Se escapa por el largo camino de los recuerdos, de las cosas perdidas por el paso de los años. A veces se le confunden las fechas, y siente que todo se repite día a día, como si el tiempo le jugara una mala pasada, detenido en una larga jornada, en este lugar donde todo permanece estático y las personas actúan como robots movidos por un discurso interminable, repetidor de la palabra: sacrificios. Es el discurso del monarcastro de turno a sus súbditos; siempre ordenando más y más y ya no hay formas de apretarse el cinturón sin que se desgarren las costillas.
Más de cincuenta años han pasado desde que los barbudos entraron a la ciudad prometiendo un cambio, declarando “una revolución hecha por los humildes, para los humildes y con los humildes”. Los humildes que no tenían nada y querían vivir decorosamente, creyeron que al fin les había llegado su hora; aplaudieron con entusiasmo y se dieron a la titánica tarea de querer construir una sociedad nueva, en la que todos serían iguales, con los mismos derechos y deberes ciudadanos. Creyeron que estaban trabajando para una Cuba nueva; sin prostitución, sin abusos de poder, sin discriminación. Una Cuba próspera, humana, libre, soberana democrática...
Sofía busca y rebusca y no encuentra qué fue lo qué se trabó en el intento. Día a día revive las imágenes de los primeros juicios, los paredones de fusilamientos, la renuncia del Comandante Hubert Matos, la desaparición de Camilo Cienfuegos, la alfabetización y su estribillo, de “estudio, trabajo, fusil” las tres opciones de aquel momento. Sofía recuerda las llamas que convirtieron la tienda El Encanto en cenizas… las movilizaciones por Playa Girón y los cubanos de la brigada 2506 que vinieron a pelear contra los barbudos revolucionarios. Cubanos que fueron tratados como mercenarios al servicio de Estados Unidos y luego fueron cambiados por comida, compotas y leche… Sofía todavía no entiende qué pasó aquel octubre de la crisis de los misiles, solo sabe que por poco se desata la tercera guerra mundial. Por su mente desfilan confusas las imágenes de los alzados del Escambray y de la Sierra del Rosario. Imágenes que se confunden con los recuerdos de Julian, su hijo mayor. Cuando piensa en él, no puede evitar las lágrimas. Julian se fue en un bote pesquero con su mujer y sus dos niñas. Fue una tarde de mal tiempo. Su nuera se fue llorando por temor a la tormenta mientras sus dos pequeñas nietas reían contentas porque iban a conocer la nieve. Otra vez las lágrimas empañan sus recuerdos de aquel día en que también lloraba por el hijo culpado de traidor, de gusano apátrida...Su hijo y su familia condenados al destierro… Son recuerdos que se mezclan con otros ocurridos mucho después, cuando volvieron a encontrase en una visita de apenas unos días. Le duele pensar en su hijo Julián, en sus nietas perdidas para siempre por habitar en mundos diferentes…
Otra vez revive los remotos primeros veinte años marcados por las tantas guerras en países en los que Cuba, a penas un punto en la geografía, era presentada como "un faro y guía de América Latina, Asia y Africa con su cacareada “Gran derrota del Imperialismo Yanqui en América”. Uno de los países que se coló en la casa y vida de todos los cubanos fue Angola…
Para Sofía Angola es mucho más que un país de negros africanos. Angola es el recuerdo imborrable de su nieto Adriano…Las lágrimas otra vez se escapan involuntariamente. Sus pasos por el tiempo la llevan a la última vez que vio su rostro... Cuando partió con su uniforme verde olivo sólo tenía diecisiete años y su cabeza llena de sueños. Adriano se fue pensando que el servicio pasaría rápido. Soñaba con el mar y con los barcos en los puertos. Su nieto quería ser marinero mercante para recorrer el mundo y regresar a la casa cargado de regalos para todos. A Adriano lo mandaron a la guerra, a cumplir una misión internacionalista y allá quedó su sangre derramada en vano… Al cabo de diez años les entregaron una cajita sellada; les dijeron que en ella venían los restos del muchacho. Era una cajita pequeña, de madera forrada de una tela negra. Era igual a las diez mil cajitas que llegaron de regreso a casa allá por los años 90, como última remesa de la guerra en Angola. Pero Adriano no fue escogido para representar a su ciudad en el cementerio donde descansan los restos de los mártires ilustres. Solo catorce de los diez mil soldados muertos en Angola fueron enterrados en el mausoleo de los héroes. El pobre muchacho ni siquiera era militante de la juventud comunista de Cuba cuando perdió la vida en tierra extraña. Era uno más del montón, un joven adolescente que murió cumpliendo con "su deber" como recluta de siete pesos cubanos , enrolado, por su edad, en el servicio militar obligatorio de Cuba. Adriano no era más que un pobre soldado raso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, que por esa época estaban empeñadas en guerras de “liberación” en tierras lejanas para exportar la revolución fidelista_ socialista a los países del tercer mundo unidos por su odio al desarrollo de las potencias capitalistas, y sobre todo, por su odio a Los Estados Unidos de América. Era la época del sacrificio por el internacionalismo proletario…
Sofía, como la gran mayoría de las madres cubanas, nunca ha comprendido por qué el gobierno ha mandado y continua mandando a los jóvenes a pelear o a cumplir misiones especiales en tierras extranjeras si en Cuba siempre se ha necesitado de brazos fuertes para trabajar y sacar a la patria del estancamiento en que ha caído por los desastres y fracasos de planes y más planes que desde 1959 no acaban de dar resultados satisfactorios para que los pobres dejen de ser tan y más pobres que antes.
Como un relámpago vuelve "a vivir" el año del esfuerzo decisivo, seguido por el fracaso de la zafra de los diez millones… Aunque quiera no puede evitar pensar en Chile y en la libra de azúcar que les quitaron de la cuota, ya de por si escasa: seis libras por persona al mes, en un país hecho de azúcar. Aquella libra de azucar era "un pequeño sacrificio" pedido al pueblo cubano en solidaridad con el gobierno de Allende... Pero han pasado más de treinta y cinco años de los acontecimientos del Palacio de la Moneda, y hace más de quince que el dictador Augusto Pinochet entregó el gobierno de Chile a la democracia, y esa libra de azúcar sacrificada en aquel entonces, no ha regresado a la cuota. Cuota que luego fue reducida a cuatro desde el período especial de los años 90.
Sofía está convencida que esa libra de azúcar no volverá a la libreta de racionamiento, porque, aunque Cuba era un gran exportador de azúcar en otra época, ahora a penas se produce lo necesario para el consumo nacional. Sofia piensa que hay que hacerle un monumento al azúcar que tantas vidas ha salvado en estos años de crisis. Pero de nada vale que el agua con azúcar, caliente o fría, sea lo único que beban los cubanos al comenzar el día. Eso, a los que mandan, no les importa. Ellos desayunan otras cosas. El agua de zambumbia, hecha con azúcar prieta es parte de “lo nuevo” de estos tiempos, se ha impuesto en contra de gustos y costumbres por la falta de pan, galleta, mantequilla y una buena taza de café con leche… ¿Pero quién se acuerda que el café con leche y el pan con mantequilla era el desayuno predilecto del cubano antes de 1959?
Son tantas y tantas las costumbres y tradiciones cubanas perdidas en estos cincuenta años de constantes escaseces, que ya nadie se acuerda del café con leche ni de las frutas jugosas que se encontraban a montones en cualquier lugar. Son décadas y décadas en lo mismo: en acostarse y levantarse pensando dónde y cómo conseguir la comida del día…
Torpes y mal alimentados andan esos cuerpos que caminan como autómatas cargando una jaba plástica en la que echan lo que encuentren a su paso, así sea en el latón de la basura de los barrios donde viven los que compran en las shoppings, esos que no se sientan tras las ventanas de una habitación en ruina, a ver pasar la muchedumbre como jauría deambulando por las calles en busca de comida.
Muchedumbre que no piensa o no le importa lo que digan los papeles con las absurdas leyes que la privan de los más elementales derechos. Leyes tan ambiguas y absurdas que declaran ilegales a los nacidos en los campos y ciudades de otras provincias, pobres muertos de hambre que han llenado los "barrios de quita y pon”; los barrios marginales que abundan en los alrededores de la capital, donde viven niños declarados ilegales y que no tienen el derecho al litro de leche que le asignan a otros por ser menores de siete años como ellos, pero con la gran diferencia de que han tenido la suerte de nacer legales en La Habana.
Los ojos de Sofía están marchitos y agotados de ver tanta miseria en la que cinco décadas atrás era una de las zonas más alegre de La Habana: Prado y Neptuno, famosa también por el chachachá de Enrique Jorrín que la Orquesta Aragón inmortalizó con su estribillo: La engañadora.
Desde su vieja y destartalada ventana, Sofía mira y mira y aunque no encuentre nada nuevo, ella sigue fiel a sus recuerdos y como una vigía sigue oteando el horizonte, aunque nadie entienda lo que ve una señora, de más de setenta años, detrás de su ventana. A nadie le preocupa su existencia pero ella está ahí: firme, esperando para ser de las primeras, en ver lo que ha de llegar algún día, a pesardel discurso oficialista y de la monotonía que persiste en fulminarla
Esperanza E Serrano

domingo, 12 de julio de 2009

Hoy tengo la sensación de gravitar en el vacío...

Hoy tengo la sensación de gravitar en el vacío. Hay noticias que nos cortan la respiración por un instante. Es como un mecanismo de defensa biológica que nos protege de aquello que pueda afectarnos, lástima que la protección dure solo segundos.

La noticia de la muerte de Amanda me ha golpeado fuerte. La conocía desde hacía muchos años. Era vecina y cliente de mi hermana en Cuba, allá por los años sesenta. En aquel entonces ella no llegaba a los cuarenta y yo era una adolescente con muchos sueños en mi cabeza y un pelo largo que se me enredaba en el rostro con cada golpe de viento cuando paseaba por el ancho malecón de La Habana.

Recuerdo que por aquel entonces Amanda llevaba años luchando por salir de Cuba. Su familia la criticaba fuerte. Sus tres hermanas y su único hermano estaban enamorados de la revolucion de Fidel Castro, e involucrados en todas las consignas, y batallas del momento, por eso no la apoyaban, la marginaban y se avergonzaban de ella. A pesar de todo Amanda estaba decidida a abandonar el país, convencida de que se avecinaban tiempos muy difíciles con aquel demente en el poder que por poco lleva al mundo a una tercera guerra mundial por caprichos e intereses personales. Pocos en Cuba tenían la claridad de ver lo que realmente estaba sucediendo en el país. Amanda era una de las pocas que no creía en ninguna de las promesas y mucho menos en el socialismo instaurado de la noche a la mañana, como sacado de debajo de la manga ante una multitud frenética que gritaba a todo pulmón: "Fidel, seguro, a los yanquis dale duro... Pin pon fuera, abajo la gusanera...!

Las discusiones diarias con sus hermanas y con sus padres la afectaban mucho. Ella los quería y sufría por la incomunicación y por las barreras que se levantaban día a día entre ellos. Pocos la vieron llorar de angustia y desesperación, como la vi llorar yo cuando mi hermana le entallaba el traje que vestiría el día de la salida. En aquel entonces yo creía que para ella ya había pasado lo peor. Tenía todo listo para la salida después de haber cumplido la sancion de dos años trabajando fuerte en la agricultura en la zona de Artemisa, en Provincia Habana. Sanción que cumplió albergada en un campamento junto a otros que como ella habían solicitado la salida del país; todos tenián las visas, pero el permiso de salida o carta blanca no se los daban hasta que no cumplieran las sanciones impuestas por la absurda ley que los condenaba como "traidores a la patria, enemigos de la revolución y del pueblo", a realizar trabajos forzados en la agricultura.
Las manos de Amanda revelaban más que mil discursos, pero la tristeza escondida detrás de las pupilas, esa... muy pocos podían entenderla.
Amanda partió un día lluvioso de abril del año 1968. No puedo decirles quien la despidió en el aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, porque yo no estaba allí... Veinte años después de su salida, en Cuba algunas cosas habían cambiado. Entre ellas, la forma de ver a los otroras gusanos, convertidos en mariposas gracias al demócrata presidente J. Carter por autorizar los viajes de la comunidad exiliada a Cuba. A partir de entonces Amanda pasó a ser la "persona más querida" y de la que más se hablaba en el seno de sus familiares. Sus hermanas, sus sobrinas que nunca la conocieron y hasta su hermano, un alto jefe del Ministerio de Educación, hablaban de ella con mucho desenfado, orgullosos de las cosas que ella mandaba desde acá y que allá marcaban grandes diferencias. Su familia se sentía por encima del nivel del cubano medio, y sobre todo, por encima de los vecinos del barrio que no tenían familias en el extranjero, ni la posibilidad de salir de viaje aunque fuera a cumplir una misión internacionalista.
Cuando las cosas se pusieron peor en Cuba, después de la caída del muro de Berlín y el Comandante en Jefe, decretó el período especial en tiempo de paz, (posiblemente peor que cualquier período en tiempo de guerra), yo pensé que la familia de Amanda cambiaría un poco, al menos tenía la esperanza de que se les cayera la venda de los ojos y dejaran de ser tan comunistas. Pero no, me equivoqué. Ellos, muy bien vestidos y comidos, gracias al dinero que Amanda les mandaba además de otras cosas, se mantenían firmes, "dispuestos a vencer todas las dificultades", apoyando al máximo todas las medidas absurdas emanadas de la dirección del gobierno y por supuesto escalando las mejores posiciones en sus centros de trabajo...
Cuando salí de Cuba traje muchas cartas que me dieron allá para entregarlas aquí, mis vecinos, amistades y algunos familiares. Una sobrina de Amanda también aprovechó mi buena voluntad y me dio una carta para su tía...¡Qué sorpresa me llevé cuando me encontré con la amiga de mi hermana!. Amanda ya no era aquella mujer hermosa, la enfermera que salió de Cuba dispuesta
a enfrentarse al mundo... Habían pasado casi treinta años desde aquel día en que mi hermana le entallaba el traje para su viaje.
Cuando fui a entregarle la carta me sentí impactada, sorprendida. La imagen que tenía de la Amanda que durante años conocí en Cuba, se me borró por completo. La persona que tenía delante de mi era una anciana. Muy delgada, con dificultades para caminar y un tanto encorbada. Vivía en apartamento pequeño, rentado a una familia en Coral Gables. Todavía no estaba jubilada, seguía trabajando en una farmacia cerca del lugar. Por lo que me contó en aquella ocasión, su vida acá no había sido fácil. No pudo constituir una familia, por razones que no quise indagar pero que al vuelo capté cuando me habló de una clínica en la que trabajó y luego estuvo recluida por algún tiempo en los años setenta cuando se enfermó de los nervios porque Adrían, su esposo, la dejó por otra mujer más joven que ella...
Llevo doce años en este país y aunque no vivo en Miami, siempre me había mantenido en contacto con ella. Conversábamos por telefono de muchas cosas, pero siempre el tema era la familia de Cuba, para quien Amanda trabajaba como una esclava para mandarles todo lo que les pedían, desde una canastilla`para el nieto de su hermana Arminda, hasta los trajes para los quince de Marianita.... Siempre que hablaba con ella me contaba de las cosas que estaba reuniendo para mandarle a algunos de sus familiares en Cuba. La lista de las cosas que debía mandar, nunca se terminaba, ni siquiera cuando se tuvo que jubilar y hasta mudarse de Coral Gables para un apartamento en Hialeah compartido con otra persona que desde algún tiempo para acá ha estado muy cerca de ella. Un señor mayor que la conocía desde Cuba y que por esas cosas del destino, también estaba solo. Un señor que le dio toda la ternura y el amor que quizás ella nunca conoció de parte de los suyos.
Durante años, indirectamente, he sido testigo de todos los sacrificios hechos por esta sencilla mujer para complacer a todos los que, desde Cuba, le pedían y le pedían cada día más , creyendo quizas que era millonaria o tal vez llevados por esa forma tan errada que tienen los comunistas de ver las cosas, que creen que se lo merecen todo, y que los de aquí deben resolver todos los problemas económicos de los que están allá defendiendo aquel sistema.
Lo cierto y doloroso es que Amanda murió sola, sin un familiar cercano que se ocupara de sus funerales, y sin un centavo para pagar la última morada donde reposarán sus huesos. Sola y no dejó herencia aunque los hermanos allá en Cuba ya están haciendo gestiones para nombrar un abogado de aquí que los represente ante una Corte de Miami "para que no haya problemas y las cosas se repartan equitativamente entre todos, ya que no hay un testamento donde se nombre un único heredero."...
Esperanza E. Serrano.
Fort Myers/2009

miércoles, 17 de junio de 2009

Hoy la alondra se ha detenido en mi ventana


"Hoy la alondra se ha detenido en mi ventana.
Me trae un mensaje de mi amado. Yo estoy rendida y entre sueños escucho su canto.
Ella me dice que él me está esperando, allá, sentado en su nube de algodón esperando por mí para salir a recorrer los mares.

Soñolienta aún, me tiro de la cama. Con prisa me baño y me visto con mis mejores galas. Quiero estar bella para él, para que con razón me diga que soy la más hermosa. Sonrío de pensar en la dicha de tenerlo tan temprano en la mañana...

"Alondra, sigue cantando. Sol, sigue brillando, que yo me voy soñando a reunirme con mi amado. Hoy recorreremos los lagos, los montes, los valles..Subiremos las cumbres de las sierras de mi patria, tejeremos un arco iris de rosas, dalias y azucenas, y lo regalaremos al viento para que sobre Cuba caiga, como un mensaje de amor para un pueblo esclavizado, que sueña, como soñamos, con un porvenir humano, mas justo para mi tierra y para todos mis hermanos...

"Mi amado me mira sonriente, con sus ojos extasiados...Me invita hacer travesuras cogido de mi mano. Quiere volar por el mundo cruzando todos los mares, recorrer todas las calles y los parques donde se detienen todos los enamorados, quiere regalarme las flores perdidas en los valles, quiere llevarme muy lejos, por las cumbres de los montes, por los ríos y montañas. No quiere por testigo una mirada indiscreta, solo quiere subir las cuestas que nos lleven a otros lares, lejos, muy lejos de todos, donde nadie nos alcance, en un trono muy lejano... más allá de los mares, más allá de la tierra, más allá de la luna, más allá de los cielos... donde solos los dos estaremos hasta que Dios nos reclame..!
Esperanza E Serrano