El Coronel no tiene quien le escriba, y tampoco tiene casa
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Muchos antiguos coroneles, ministros, generales y altos funcionarios de la dictadura cubana, perdieron sus familias y sus antiguos hogares porque se dejaron llevar por el vendaval de una pasión de la tercera edad, y hoy no tienen ni una verdadera casa.Gran cantidad de estos octogenarios deambula de aquí para allá como verdaderos parias, solos y nostalgicos. Visitan a sus hijos; algunos van a veces a la casa de la primera esposa, con la cual ya no pueden vivir, pero al anochecer regresan a su “hogar”, al cual los ha enviado, al final de sus vidas, el mismo gobierno al que fueron incondicionalmente fieles.
En calle 13 y 62, en el municipio Playa, de La Habana, está una de estas discretas residencias para ancianos privilegiados. En ella viven ex ministros, coroneles y generales retirados, que en su mayoría llegaron allí por razones muy parecidas: quedaron sin hogar al final de sus vidas al ser echados a la calle por jóvenes amantes que parecían sus nietas, y que legalmente eran las propietarias de las casas que ellos les consiguieron con sus influencias.
No obstante, hasta en la desgracia, estos antiguos “mayimbes”, viven mucho mejor que la mayoría de los ancianos cubanos. En esta residencia tienen atención médica, buena alimentación, higiene, enfermeras y empleadas eficientes, televisor, radio y hasta lector de DVD para ver esas buenas películas que hace el malvado enemigo yanqui. En la Casa de 13 y 62, la comida es de primera, a pesar de la crisis alimentaria que vive el país, y las sábanas siempre están limpias, pese a que el detergente solo se consigue con las divisas que el pueblo no gana.
A estas casas, diseminadas por todas las provincias del país, las llaman Casas del Combatiente del Moncada, aunque en ellas no viven los verdaderos combatientes del asalto al cuartel Moncada, sino importantes funcionarios del gobierno que dejaron de serlo por la edad, o porque en algún momento comenzó a fallarles la mente en una reunión o mientras pronunciaban una arenga.
Una persona que visita la casa de 13 y 62, que por supuesto me pide anonimato, cuenta que todos, o casi todos, los viejitos comunistas que allí viven se vieron obligados a abandonar sus lindas residencias de Miramar, Nuevo Vedado, o Siboney cuando alguna joven amante que los engatusó para que la convirtieran en esposa o compañera oficial, les comunicó que estaba harta de acostarse con un viejito celoso, cascarrabias, fracasado, e impotente.
Entonces el coronel, el general o el ex ministro tuvo que recoger sus bártulos e informarles a sus compañeros del Partido que se había quedado, deshonrosamente, “en la calle y sin llavín”.
De esta forma, a medida que envejecía la revolución y crecía el número de gloriosos viejitos comunistas tronados por sus jóvenes amantes, al jefe máximo de Cuba se le ocurrió almacenarlos en estos asilos para ancianos funcionarios sin hogar.
Debido a la razón por la cual llegaron a estas Casas del Combatiente del Moncada la mayoría de sus inquilinos, los cubanos –que, a pesar de todas las desgracias, no pierden el sentido del humor- las llaman de otro modo menos patriótico. Son conocidas popularmente como las ¨casas de la titímanía”. El nombre viene de La Titimanía, un viejo éxito de la popular orquesta Van Van en los años 80, cuya letra habla sobre los viejos verdes que pierden la cabeza obsesionados por las jovencitas (“titis”, en el lenguaje popular cubano).
Los jubilados coroneles titimaníacos tienen en estas casas todo el tiempo del mundo para añorar su glorioso pasado y soñar. Es muy probable que no sueñen ya con la construcción del socialismo, sino con ligarse a alguna joven enfermerita o empleada, de esas que los cuidan y les cambian los pañales orinados.
Lamentablemente –para ellos- ahora les debe resultar bastante más difícil “enamorar” jovencitas porque, aparte de los cuentos de sus pasadas glorias revolucionarias, que a nadie le interesa escuchar, no tienen mucho que ofrecer estos viejitos titimaníacos, cargados de medallas y condecoraciones, pero sin casa propia.
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