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martes, 14 de diciembre de 2010

Los trucos sucios de John F. Kennedy

A pesar del aura de glamour que lo rodea, el legendario ex presidente de EE.UU. dejó un legado oscuro al usar algunas técnicas políticas moralmente discutibles para llegar al poder.

Cincuenta años después de que fuera elegido presidente de Estados Unidos, un aura de glamour rodea todavía el paso de John F. Kennedy por el despacho oval. Sin embargo, podría decirse que la cara más sucia de la política moderna tiene sus raíces en su ascenso al poder.


"Logra salir bien en la foto y la historia hará el resto."

John F. Kennedy (JFK) siempre supo cómo sacar su lado más favorecedor en la foto.

Incluso ahora es casi imposible ver la brillante sonrisa blanca, el pelo iluminado por el sol y la imagen de la perfecta "Primera Familia" sin que se forme un nudo en la garganta.

JFK se convirtió en el símbolo del optimismo democrático, el hombre que inspiró a la mitad del mundo. Desaparecido en la flor de la vida, nunca envejeció lo suficiente como para traicionar, desilusionar o aburrir a su legión de admiradores.

¿Quién es el presidente Josiah Bartlett de la serie "El ala oeste"(The West Wing) sino la fantasía liberal de un Kennedy maduro, de inteligencia afilada, duro como una piedra y rebosante de idealismo?

Así que es todo un shock estudiar de cerca al Kennedy candidato.

La historia de cómo un chico rico, un niño bien de Massachusetts, logró elevar un rugido tan fuerte entre los menos privilegiados en Estados Unidos como para llevarlo hasta la Casa Blanca es apasionante, pero, ciertamente, no es alegre o inspiradora.






Ambición y cinismo

Sí, es un cuento de ambición y retórica arriesgada y de un candidato con una energía excepcional.Pero también es un cuento de grandes sumas de dinero, calumnias, soborno, manejo cuidadoso de los cables del poder y de un cinismo sin fin.

Si uno se pregunta qué fue lo que descarriló de tal manera a la política moderna, la campaña electoral de 1960 de Kennedy es un buen punto de partida para encontrar la respuesta.

Y en esa carrera hacia la Casa Blanca, la pugna por Virginia Occidental, el empobrecido y marginado estado donde Kennedy aplastó a su principal rival demócrata, Hubert Humphrey, es el mejor ejemplo.

Virginia Occidental es todavía el mismo lugar montañoso, lleno de árboles, donde la minería de carbón ha causado estragos, lleno de ciudades de pequeño tamaño, con sus vecinos y sus voluntarios militares que era cuando los dos rivales se enfrentaron allí.

En el ring...

En una esquina se encontraba Kennedy, con su avión privado, regalo de papi, y sus grandes sumas de dinero para la campaña y los anuncios.

JFK vino con promesas de más dinero para el estado, pero, sobre todo, llegó a vender una imagen: la del héroe de guerra naval, la mujer glamourosa, los niños, la familia sencilla con sus pqueños botes de vela para jugar.

Los políticos anteriores a la era Kennedy habían mostrado"escenarios de fondo" -cabañas de madera, sus casitas galesas, ¡de todo!- pero JFK fue el primero en vender un estilo de vida.

El padre de Kennedy, Joe, quien había sido un poco amigable embajador de Washington en Reino Unido, había hecho su fortuna vendiendo acero, películas, whisky, ganado y propiedades.

Con su obsesión de convertir a su familia en una gran dinastía política, Joe había acorralado a muchos de los propietarios de los periódicos cruciales para su hijo, quien, a su vez, fue un maestro a la hora de encantar y adular a sus reporteros.

Fue implacable y entendió a la perfección el inmenso poder de las compañías publicitarias, el mundo descrito en la serie Mad Men, que estaba empezando a tomar forma en ese momento.

Como JFK dijo después, su padre quizo saber cuál era el tamaño de la eventual mayoría que consegirían porque "de ninguna manera estaba dispuesto a pagar por una victoria arrolladora".

Campañas a la antigua

La máquina de Kennedy, un instrumento extremadamente bien organizado, tenía algunos problemas obvios.

Se rumoreaba que Joe Kennedy había sido un contrabandista de licores. Además, le habían retirado el cargo de embajador en 1940 después de que anunció que en "el Reino Unido, la democracia está muerta" y era un cercano aliado del senador Joe McCarthy.

Pero sobre todo, era un católico ferviente en una época en la que prevalecían fuertes prejuicios anticatólicos, particularmente en lugares mayoritariamente protestantes como Virginia Occidental.

Sin embargo, los Kennedy tenían claro que si podían vencer allí, podrían ganar en cualquier parte.

En la otra esquina del ring se encontraba Hubert Humphrey, llevando a cabo una campaña política de las clásicas, a la antigua usanza. Había estado demasiado enfermo como para luchar en la guerra, y sus recursos económicos eran magros.

Su mujer era ama de casa y tradicional. No tenía un avión privado sino un autobús, con la calefacción estropeada.

Calumnias

Humphrey era uno de los políticos más inteligentes, compasivos y cultos que de la historia moderna de la política estadounidense.

Había tratado la cuestión de los comunistas, el crimen organizado y el racismo cuando era peligroso dar la pelea sobre esos asuntos y entendía la clase media mucho mejor que Kennedy. Pero estaba a punto de ser aplastado.

El equipo de Kennedy trató el problema del catolicismo utilizando la calumnia para clasificar a Humphrey de militar prófugo.Y para ello saturaron el territorio de anuncios, dinero y voluntarios.

Al final de la campaña, un aturdido Humphrey, que comparó su lucha con la de una tienda de comestibles de la esquina contra una gran cadena de supermercados, no tuvo otro remedio que utilizar los pocos dólares que él y su mujer habían ahorrado para la educación de su hija para pagar un anuncio de final de campaña.

Tras haber difamado y destrozado su reputación, los Kennedy se limpiaron las manos y lo negaron todo.

Bueno, podemos pensar, así es la política. Kennedy pasó, después de todo, a arrasar con todos los grandes nombres del partido demócrata, Adlai Stevenson y el texano Lyndon Baines Johnson, que se convirtió luego en su compañero de campaña.

Luego venció por un escaso margen a Richard Nixon, luego de esos famosos debates televisados que mostraran a Nixon con una sombra de barba más espesa, trajes peor elegidos y una tendencia a sudar que persuadió a los televidentes que el mejor candidato era Kennedy.

Cuando me encontré con algunos de los que participaron, incluido al consejero de imagen y televisión de Kennedy en 1960, me quedé maravillado por la audacia de sus habilidades expositivas.

Por ejemplo, en el primer debate Kennedy se disculpó muy educadamente para tomarse un respiro, un minuto o dos antes de el programa saliese al aire. Y no volvió.

El secreto del ganador

Cuando el jefe del estudio estaba iniciando la cuenta atrás en los últimos segundos antes de comenzar la cobertura en vivo, todos, incluido Nixon, estaban aterrados.

Justo cuando la cuenta terminó, allí estaba Kennedy, sonriendo en el podio. Para poner nervioso a un oponente y asustarlo no hay ningún truco que funcione mejor.


Y sin embargo, Kennedy venció a Nixon no simplemente con las declaraciones mediáticas, sus anuncios publicitarios, los poses cuidadosamente elegidas para las fotografías y las mentiras redomadas que dijo sobre su salud.

Venció a Nixon por no apoyar nada que no fuese más allá que puras banalidades.


JFK y Nixon

En el asunto de la diferencia de misiles disponibles frente a Rusia, Kennedy desproporcionó intencionadamente el peligro. Nixon, como vicepresidente, conocía los hechos reales, pero por razones de seguridad nacional, no podía revelarlos, algo que Kennedy sabía.

En otra gran cuestión, los derechos civiles, el equipo de Kennedy envió un mensaje a las audiencias negras y otro a la clase media.

¿Y qué?

¿Importaba? Tras examinar lo que encontré terminé pensando que el resultado de la suma de grandes cantidades de dinero, más difamación, la promesa de bienestar en lugar de programas políticos y la venta de un candidato como si fuera un producto, es vergonzoso.

Incluso con todo eso, apenas ganó. El joven Nixon, quién era liberal en el tema de la raza y más amigo de la corriente dominante en asuntos económicos de lo que llegó a ser, podría haber sido un buen presidente antes.

Durante su período, Kennedy cometió algunos terribles errores en asuntos de política exterior (aunque mantuvo el valor durante la crisis de los misiles cubanos) y fue lento en la política interna, particularmente en lo que se refería a derechos civiles.

Si hubiera vivido más tiempo, pienso que su reputación como presidente no habría sido tan buena.

La historia de la campaña de 1960 no es la que yo esperaba. Es mucho más interesante.

Ha sido borrada por todas esas imágenes del guapo padre y marido, y luego del joven rey asesinado en la flor de su vida.

Sin embargo, hoy vivimos en un mundo profundamente cínico acerca de la política.

Creo que nos debemos a nosotros mismos el mirar a esas imágenes y preguntarnos: ¿no hay una mejor forma de practicar la democracia que la de Kennedy?

http://www.bbc.mundo.com/

BBC Mundo, BBC Mundo, Actualización: sábado, 11 de diciembre de 2010 8:30

domingo, 12 de diciembre de 2010

¿Qué es el exilio cubano?


¿QUÉ ES EL EXILIO?
Por Reverendo Martín N. Añorga
Para algunos, un traslado, un cambio de dirección. Una aventura secretamente deseada que de pronto se hizo realidad. Para muchos una deplorable travesía hacia lo incierto.

Para los que eran afortunados, tenían propiedades bien adquiridas y disfrutaron de las comodidades propias de un intenso trabajo, el exilio fue la pobreza impuesta arbitrariamente, el cambio de los palacios por el estrecho cuartucho de un hotel sin estrellas. Pero fue también la exaltación del decoro, el despliegue de la más arriesgada expresión de la valentía y la máxima manifestación del patriotismo.

Para otros, un ascenso, un salto a mejor economía y a vivir sin mayores problemas.

Habrá quienes crean que el exilio es una bendición: viajamos, tenemos casas más holgadas, manejamos automóviles, y hasta buenas cuentas en el banco. Son los que han anestesiado su dolor por Cuba, inyectados por la ambición desmedida por el dólar.

Hay los que asocian el exilio con la amnesia. Para estos sus vidas empezaron aquí, con imperdonable olvido de los años vividos allá. Son los que cambian de nombre y de idioma, los que se han dejado subvertir la cultura y han aceptado calladamente una nueva geografía.

Están los que se han insertado en el cómodo espacio de la indiferencia. No creen en las organizaciones y por eso no las apoyan. Son los que se pasan la vida criticando a los héroes del pasado y se han dejado clavar en la frente la dolosa marca de la resignación.

Y están también los traidores y tramitados. Los que abandonaron un pedazo de tierra, porque patria no tenían, y han venido para esparcir falsa ideología, para crear divisiones y para servir en este ámbito de libertad al tirano que ha sembrado en la Isla atropellada el crimen, el odio y la opresión.

En el exilio he visto, sin embargo, a campesinos que han fabricado su nueva agricultura en tierra ajena sin abjurar jamás de aquella de la que se despidieron.

He visto en el exilio a médicos y profesionales reconstruyendo sus carreras al tiempo en que trabajaban mal pagados en fábricas hacinadas. He conocido a escritores que sostenían la escoba en sus manos sin olvidar la pluma que les reclamaba el regreso al romance de su vocación literaria.

He conocido en tierras de libertad a mujeres y hombres con la altura moral de una empinada asta de bandera, que llegaron de Cuba cuando eran niños, prendidas sus manos de manos desconocidas. Los padres, allá, en la tierra convulsa se separaban lagrimosos de sus criaturas con la ilusión de que éstas vivieran en tierra libre, con esperanzas vestidas de limpio. Los asombrosos niños de Peter Pan son honra del exilio cubano. Sus logros exaltan la fertilidad del sacrificio y la libertad.

Una de las experiencias más dramáticas del exilio, para mí, es la de despedir en un cementerio local a un cubano que se murió con hambre de Cuba. Pudiera intentar una larga lista, pero siempre cometería impropias omisiones. Voy a mencionar a un íntimo amigo que a punto de exhalar su último suspiro, me dijo con entrecortada voz: "no me duele morir, lo que me duele es morir fuera de Cuba".

El exilio es una rara combinación. Para unos, gloria, triunfos, reflectores, aplausos y riquezas. Para otros, pobreza, soledad, escasez, insomnio y desespero. Este exilio, que se ha ido integrando por etapas, es diverso. Para la gente de mi edad, Cuba es innegociable, la queremos libre, sin zurcidos en el traje. En ese empeño hemos ido dejando pedazos de juventud. Los que han venido llegando después no pueden tener de Cuba el mismo recuerdo que el nuestro. Han dejado atrás una tierra encadenada, un sistema de opresión feroz y un amargo sentimiento de frustración que es perdurable.

Cuando oigo a algún recién llegado hablando despectivamente del exilio histórico, se me sale de seno la rebeldía. Estos cincuenta años de destierro contienen un cúmulo de heroísmo, sacrificio y patriotismo que únicamente pueden negarlo los que estén ciegos por el odio o tienen corrompido el corazón por la maldad.

El exilio es sueño interrumpido, sonrisas que alternan con lágrimas, nostalgias que invaden el alma, despedidas que han dejado incurables cicatrices, es andar al frente con el corazón mirando hacia atrás. No importa lo que hayamos alcanzado ni la importancia que hemos conquistado. Para el verdadero exiliado nada hay que valga más que la ansiosa ilusión de una patria redimida.

Hoy día existen puentes de comunicación entre el exilio y la Isla aherrojada. Hay quienes van a la Isla con un equipaje de sorpresas y un plan empaquetado en carcajadas. Son los que han cambiado el traje de desterrados por el uniforme de turistas. Pero hay otros que van a dar el beso último a la madre enferma y llevan como equipaje pan para saciar el hambre y medicinas para aliviar el mal. Es, evidente, sin embargo, que estos trámites de los viajes a Cuba, sea cual fuere el motivo, cobran el precio del silencio por parte del viajero.

A nosotros, en las primeras décadas del destierro nos tocó una etapa dolorosa y cruel de aislamiento total. Conozco personas - más de lo que quisiera -, que no pudieron cerrar los ojos al padre moribundo, ni visitar a sus enfermos y seres más amados, que en tierra cubana clamaban por un abrazo y por una limosna de cercanía. Cuando veo a algún cínico sonreír malévolamente, cuando hablamos del dolor del exilio cubano, tengo que cerrar mis puños para no golpearlo. El que no es capaz de entender el dolor ajeno ha dejado de ser humano.

El exilio podrá tener sus momentos de alegría, sus horas de disfrute de abundancias y sus conquistas felices; pero no por eso deja de ser fundamentalmente un exilio triste. Cuando se apaga la última nota de la música, se queda vacía la copa en que celebramos la felicidad y regresamos a nuestro íntimo reencuentro con la almohada y desnudamos, ante Dios, nuestra alma sin que nos importe el pudor, sabemos que no tenemos patria, que Cuba nos ha sido robada, que nos espera una tumba bajo cielo extraño y que, a fin de cuentas, por mucho que creamos tener, nada somos. La risa es pasajera, la tristeza es resurgente.

Soy un exiliado, un viejo exiliado. En Miami tengo hijos, nietos y biznietos, amigos y hermanos. Pudiera decir que, a mis años, nada me falta; pero eso sería engañarme. Me falta Cuba, y mientras no la tenga no seré más que un errante caminante que anduvo por sendas que jamás le pertenecieron.

Sé que moriré fuera de Cuba, como un exiliado más; pero el consuelo que me queda es el de que Cuba seguirá viviendo más allá de mi muerte. Otras manos, otras voluntades rescatarán a Cuba de la ignominia.

¡Y ese día celebraré en el cielo, con millares de mis amados compatriotas, la fiesta más grande que haya conocido la eternidad!

Tomado de:

http://el-chiffonier-de-mi-abuela.blogspot.com/

sábado, 11 de diciembre de 2010

Elogio de la lectura y la ficción




08 DE DICIEMBRE DE 2010
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2010

Mario Vargas Llosa.
ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

MARIO VARGAS LLOSA

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Nicaragua ha invadido a un país desarmado.

Daniel Ortega saca las uñas. Como buen aliado y discípulo de la mafia castro comunista, inventora del socialismo del siglo XXI, está haciendo una demostración de fuerzas en contra de un pais vecino que se ha caracterizado por mantenerse al margen de la mafia. El país más democratico y más pacifista de toda Latinoamerica: Costa Rica.
¿Pretende Ortega que la comunidad internacional apoye su delincuencia más allá de la frontera nicaraguense?.
Este blog ys su hermano www.anhelos'y'esperanzas.com, declaran su solidaridad con Costa Rica y con su presidenta Laura Chinchilla.
¡¡NO A LA INVASION NICARAGUENSE EN COSTA RICA!!!!





Laura Chinchilla, presidenta de Costa Rica: «El diálogo está roto. La palabra de Ortega no cuenta. Sería perverso pensar que su Ejército invadió Costa Rica porque su presidente es mujer.

CARMEN DE CARLOS / MAR DEL PLATA
Día 08/12/2010
La presidenta de Costa Rica, el único país de Iberoamérica —y de buena parte del mundo— sin Fuerzas Armadas, no ha tenido tiempo para disfrutar de la luna de miel del poder. En seis meses de Presidencia, Laura Chinchilla (San José, 28 de marzo de 1959) ya tiene «una ocupación militar en nuestro territorio». El Ejército nicaragüense, desde octubre, se instaló en uno de los tramos del río San Juan (Isla Calero), que Costa Rica reclama como propio. En ese enclave el Gobierno de Daniel Ortega pretende construir un canal.
«El diálogo está roto», lamenta Chinchilla. «Nicaragua no tiene intención de resolver el conflicto y retirar las tropas. La palabra de Ortega —que dijo lo contrario— no cuenta», protesta. El contencioso se encuentra, entre otras instancias judiciales, en el Tribunal de La Haya. La Presidenta insiste en que «no es un conflicto fronterizo, es una ocupación a un país desarmado». En la pasada Cumbre Iberoamericana de Mar del Plata , España, a sugerencia de Costa Rica, aceptó formar parte de un grupo de países amigos que medie en el conflicto.
—¿En una situación como ésta, se plantea recuperar un Ejército para Costa Rica?

—No, en absoluto. Nuestras convicciones son muy fuertes. La paz está en el ADN de Costa Rica. Nuestro campo de batalla es el de la opinión pública y el derecho internacional. Vamos a ser todo lo agresivo que podamos sin disparar un tiro. Nos asiste la razón.

—¿Qué habría pasado si Costa Rica hubiera tenido Ejército cuando Ortega mandó los soldados?

—Los ejércitos se han hecho para responder. No tengo la más mínima duda de que Costa Rica habría respondido inmediatamente, posiblemente con mayor efectividad que el nicaragüense.

—Primera mujer presidente de Costa Rica y quinta de Iberoamérica. ¿Si usted fuera un hombre Ortega habría actuado igual?

—No lo sé, pero sería perverso y vergonzoso pensar que, además de invadir una democracia desarmada, lo ha hecho porque su presidente es mujer.

—¿Encuentra algún escenario semejante con otros países?

—Muchos países tienen situaciones complejas. Está la de Gibraltar, Ceuta y Melilla, Malvinas…pero hay una diferencia con el nuestro: esos casos son de larga data. El conflicto de Costa Rica es reciente, está inventado para poder ocupar nuestro territorio. Hablamos de una franja fronteriza que nunca ha estado en disputa porque ambos países compartimos una cartografía oficial.

—¿Tiene miedo de que en esta escalada de tensión pueda escaparse un tiro y que corra la sangre?

—Por supuesto que tenemos miedo. De ahí nuestra obligación de elevar el tono y levantar nuestra voz. La comunidad dice, Costa Rica es un país muy civilizado, no va a disparar un tiro… Entonces, de alguna manera, abandonan Costa Rica. Es injusto.

—Existe una contradicción entre aprobar una cláusula democrática que condena los golpes de Estado y…

—En esta Cumbre no se condenó a nadie pero hay un déficit: Honduras. Es repudiable la expulsión de Zelaya pero tenemos que reconocer que el país ha encontrado una salida a través de elecciones democráticas.

—Hay resistencia en Iberoamérica a la hora de decir que Cuba es una dictadura. ¿Usted se animaría a hacerlo?

—No hay la menor duda que Cuba tiene un Gobierno que no ha sido elegido democráticamente, eso está clarísimo. ¿Cómo se le puede calificar? Hay muchas acepciones pero ciertamente el origen del Gobierno cubano no es derivado del sufragio popular.

—España estuvo representada en esta Cumbre por el Rey pero se notó la ausencia de Zapatero. ¿Sigue teniendo peso España en Iberoamérica o, como dijo Marco Aurelio García, asesor de Lula, está en segundo plano?

—Se lo ilustro con un ejemplo, en la cumbre UE-América Latina y Centro América de este año, logramos firmar el acuerdo de asociación de comercio e inversión con la UE. Si no hubiera sido por el papel de liderazgo que España ejerció, no hubiera salido. España sigue jugando un rol sumamente relevante para la región.

martes, 30 de noviembre de 2010

Del romanticismo cubano (Siglo XIX)

A un arroyo

¿Veis ese arroyuelo blando
que va la yerba lamiendo,
cómo se acerca sonriendo,
cómo se aleja llorando?

Es una blanca madeja
que con sus hebras encanta:
Cuando se aproxima canta,
y llora cuando se aleja.

Cinta de cristal sonora
que en aljófar se deslíe,
como un alma alegre ríe,
como un alma triste llora.

Ya forma en su murmurío
copas de blancas espumas,
rizados como las plumas
de las ánades del río.

Ya temblando se alboroza
si el aura sus linfas mece,
o bien corriendo parece
que se queja o que solloza.

Y cuando viene a besar
las flores con su corriente,
se llega tan mansamente
que no se siente llegar.

Entre sus espumas frías
y mis yertas ilusiones,
hay vagas palpitaciones
de secretas simpatías.

El baja del soto umbrío
solo, humilde, sin estruendo,
y va corriendo, corriendo
hasta perderse en el río.

Su existencia viene a ser
una existencia latente,
que corre tan mansamente,
que no se siente correr.

Y yo con paso ligero
busco el lugar del olvido,
trovador desconocido,
ignorado caballero.

Vengo a su orilla a sentir
la fe muerta, el bien pasado,
y a vivir tan ignorado
¡que no me sienta vivir!

Autor: José Joaquin Palma

Prestigioso poeta cubano. Nació en Bayamo, el 11 de septiembre de 1844.
En 1968 se unió al Grito de la Demajagua
Fue ayudante de Carlos Manuel de Céspedes y redactor del periodico "El Cubano Libre"
En 1873 salió a cumplir una misión del Gobierno en Armas en Centro América. Residió ,por muchos años, en Honduras y Guatemala. Es el autor de la letra del himno nacional de Guatemala.
Se unió a José Martí y regresó a la isla a combatir en la guerra de 1895.
Al instaurarse la República de Cuba, el primer presidente: Don Tomás Estrada Palma lo designó Cónsul General en Guatemala. Allí lo sorprendió la muerte el 2 de agosto de 1911.

lunes, 22 de noviembre de 2010

A los consumidores residentes en Estados Unidos




Para lectores residentes en los EE.UU.)


Por Lázaro R. González


Hace unos días me encontraba en una tienda conocida, buscando en los archivos de información adjuntos de los productos. Todos los artículos estaban hechos en China, México, Malasia, Taiwan, India, Viet-Nam, Emiratos Árabes, etc. Al día siguiente, en otra tienda, revisé la información adjunta para varios productos y éstos eran producidos en los EE.UU. Los precios eran competitivos y los componentes de mejor calidad.


Creo que seria muy buena idea si todas las tiendas grandes y pequeñas que vendan productos: hechos en Estados Unidos (“Made in Usa”), pusieran letreros grandes fuera de la tienda que dijeran: "Ayude a resolver la crisis del desempleo, compre aqui productos “Made in Usa”


En nuestra situación económica actual, cada pequeña cosa que compramos afecta a otras personas, y muy importante, afecta sus empleos. Por lo tanto, es muy importante revisar cuidadosamente todos los productos que compramos y si podemos optar por un producto hecho en los Estados Unidos, que tenga una calidad similar, debemos adquirirlo. En primer lugar y sin ninguna duda, obtendremos más calidad y garantía. Pero además, estaremos protegiendo los empleos de esas personas que produjeron estos productos y que son ciudadanos norteamericanos o residentes legales de este país. Indiscutiblemente, el mayor problema económico que afrontamos es el DESEMPLEO, y si logramos mantener a quienes están trabajando, aumentando nuestro consumo de productos estadounidenses, podremos lograr que aumenten las ventas y por ende, que disminuya el desempleo y se recupere el país, pues estaremos haciendo un gran negocio: "Consumir productos hechos en Estados Unidos, siempre fue sinónimo de calidad y garantía en todo el mundo.


“El que conquiste el mercado norteamericano, conquista el mundo.”
Los estadounidenses somos los que más consumimos, somos los que más dinero gastamos en el mundo comprando cosas. Si consumimos los productos hechos aquí, estaremos mejorando nuestra economía, ayudando a acabar con el desempleo. Ningún país del mundo tiene las reglas extrictas de control de calidad que tenemos en los USA. Hemos tenido incontables problemas con los productos importados de otros países que no sigue un control de calidad y producción correcto. Las planchas de paredes (Sheerrot) venían atiborradas de arsénico y esto provocó que se tuvieran que hacer de nuevo esas casas donde se utilizaron, ya que causaron muchos problemas de salud a los que vivían en ellas. Los juguetes con pintura de plomo, crearon más autismo y otros envenenamientos, cunas que se desarmaban solas produciéndole daños a nuestros hijos, automóviles que se aceleraban solos o no frenaban y causaban muertes innecesarias, y muchísimos casos más que hemos visto en las noticias.


La crisis del desempleo no la podemos tomar indiferentemente, estamos en una situación caótica. Los políticos no tienen la más mínima idea de como resolverla y nosotros podemos ser el elemento más importante para la solución de nuestros problemas económicos. ¡Eliminar el desempleo, es eliminar la crisis!


A mis nietos les gustan los caramelos Hershey's. Me di cuenta, sin embargo, que estos están hechos en México. Ahora compro marcas “Made in USA”. Mi pasta favorita de dientes es Colgate, pero se hace en México. Cuando se me acabe la que tengo en el baño, compraré otra que sea hecha en Estados Unidos.


Es necesario leer las etiquetas de todo lo que compremos para estar seguros del país de fabricación.


El pasado fin de semana, estuve en Kroger, pues necesitaba comprar unos bombillos y un soplador de hojas para el jardín. Me encontraba en el pasillo de los bombillos, y justo al lado de la marca GE, que normalmente se compra como “La oferta del día” etiquetados como “Todos los días de valor". Eran los mismos, excepto por el precio.


Las bombillas de GE costaban más que “La oferta del día”, pero lo que más me sorprendió fue el hecho de que GE se fabricaba en MEXICO y “La oferta del día” era fabricado en Estados Unidos por una compañía de Cleveland, Ohio, que les da empleo a personas que que residen en este país.


Así que es un mito de que usted no puede encontrar los productos que usamos todos los días y que se hacen aquí “Made in USA”.
Así en el otro pasillo – encontré el soplador de hojas del jardin, sí, lo adivinaste, el más caro se hace en Canadá. Y “La oferta del día” La marca era “Made in USA” y su costo era menos dinero. Así que no solo podemos ayudar a la economía y a terminar con el desempleo, sino que además ahorramos dinero y ganamos en calidad y garantía.


Las hojitas de suavizarte para la secadora Baunce son hechas en Canadá y mas caras que las “Made in USA” y hacen el trabajo exactamente igual y por menos dinero.


Yo les pido que cuando compren lean las etiquetas cuando hacen las compras compre los productos que ayuden a resolver esta crisis que los políticos no saben ni tiene interés en resolver. Esto lo podemos hacer nosotros. Tómelo como un asunto personal. El trabajo que usted puede salvar puede ser el de su hermano, vecino y quizás el suyo propio.


Debemos exigirles a las grandes corporaciones que en los estantes de productos se marque claramente cuales son productos “Made in USA”


Para que cuando estemos comprando sean fáciles de identificar y comparar su valor y contenido fácilmente.


Es mas le pido a las compañías productoras en los USA por su propio bien y buscando una disminución del Desempleo, le pongan una bandera Americana en sus productos con el letrero debajo de “Made in USA”


Acepte el reto, pasar esta información a otras personas de su lista de direcciones para que todos podamos empezar a comprar “Made in América”, ¡Una bombilla de luz a la vez!


Deje de comprar de las empresas en el extranjero, si puede comprar mejor precio, mas calidad y mejor garantía “Made in USA”

Lamentablemente, intereses mezquinos y sin bandera, nos han metido en este berenjenal y ahora estamos atascados y sufriendo una tremenda crisis. El contenido de este mensaje se me ocurrió por un e-mail que me envió un amigo que trataba el tema. A veces estamos tan atorados, que no vemos que la solución es simple y está delante de nuestros propios ojos. Debemos ayudar a nuestros conciudadanos a mantener sus puestos de trabajo y crear más


¡BASTA YA! TENEMOS EL DERECHO A DEFENDERNOS.



martes, 16 de noviembre de 2010

Isla

Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos...
Nadie escucha mi voz si rezo o grito:
Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces,
morder mi cola en signo de infinito.

Soy tierra desgajándose... Hay momentos
en que el agua me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto...
Pero abierta a mareas y a ciclones,
hinco en el mar raíz de pecho roto.

Crezco del mar y muero de él... Me alzo
¡para volverme en nudos desatados...!
¡Me come un mar batido por las alas
de arcángeles sin cielo, naufragados!
Dulce María Loynaz

Nota:
Imagen: Cayo Levisa, Cuba

domingo, 31 de octubre de 2010

Cuentos cortos



En el desierto un dromedario grita:
¡Qué cansado estoy! Nadie le escucha.
En el claro del monte
el avestruz esconde la cabeza.

En la noche oscura brillan las luciérnagas,
los tontos se conforman con sus rayos
e intentan encontrar la aguja legendaria
en el paquete de estiércol que llevan al costado.


Un viejo loco allá en mi pueblo,
dedicó todos sus años a construir
una cadena. En su delirio ufano
se creía dueño del mar, de la tierra
del cielo y las estrellas...
Pobre loco, se afanaba en vano
intentando encadenar el mundo
a sus antojos... Pero se olvidó del aire.

Una niña de cabellera dorada
juega por las noches entre los escombros
del viejo basurero. Persigue el brillo
de las latas y busca cuentas de vidrio roto
para tejerse una diadema.
Quiere ser princesa y se viste
con una larga cabellera de arco iris de plata,
con ella danza a luz de la luna
siguiendo la cansona melodía
de los maullidos del gato.

Los chiquillos del barrio
la persiguen en sus sueños,
le besan las manos y le tienden
alfrombras de azuzenas,
para que la niña pase
con su traje de reina,
reina de alpargatas,
tirana del becerro
que despertó en el alba.

Esperanza E. Serrano

domingo, 24 de octubre de 2010

"No más Miss América"


El 7 se septiembre, durante el acto de coronación de Miss Universo 1968, en Atlantic City, New Jersey, grupos feministas efectuaron una manifestación en pro de la liberación de la mujer norteamericana. El objectivo fundamental de la protesta era manifestar el total desacuerdo con el rol que hasta ese momento se le asignaba a la mujer, a la cual se valoraba más por su apariencia física que por sus acciones y valores como ser humano.

Previamente las feministas le habían declarado la guerra al maquillaje, a las pestañas postizas, a los trajes ajustados, a las sayas, al cuidado excesivo de la figura... Defendían el uso de los pantalones como atributo también femenino por lo que éste implica como simbolo de poder y de mandato. Se negaban a ser consideradas "muñecas" apreciadas por su belleza física en detrimento de sus valores humanos. Proclamaban los derechos de la mujer a participar en la vida activa del país; a no ser reducidas exclusivamente a los roles de amas de casa, responsables de las tareas domésticas, cuidado de los niños y de los ancianos, además de esposas obedientes, serviles, y para remate, esclavas de la apariencia fisica: Se le "exigía" (y aún se le exige a la mujer) ser portadora de un cuerpo esbelto, perfecto, y de una cara perfecta, con un cutis lozano, sin arrugas, según los cánones de bellezas previamente establecidos (aún mantenidos) por las grandes empresas de la moda y de los productores de cosméticos y artículos de belleza.

El grupo de cien mujeres de diferentes tendencias politicas, convocadas por Carol Hanish y por Robin Morgan, aprovecharon la covertura mediática del Concurso De Belleza Miss Universo para que su protesta llegara a todos los confines.
Carol Hanish, Kathie Sarachild y otras lograron entrar al evento interrumpiendo el discurso de la entrega de corona coreando sus consignas de Libertad, y luego desde un blacón desplegaron una sábana con el letrero ""Women's Liberation".


Las que no pudieron entrar marcharon por todo el malecón o paseo marítimo de la ciudad portando carteles de protesta.


Las feministas echaron en un latón de basura (Freedon Trash Can) brassieres o sostenedores, rizadores de pelo, fajas, zapatos de tacones altos, revistas Playboys y Cosmopolitan, y otros artículos considerados "símbolos" de opresión de la mujer. Intentaron darle candela a los sostenedores antes de tirarlos al latón como muestra de liberación, pero la policía de Atlantic City no lo permitió. No obstante la prensa se hizo eco de este simbolo y lo dio por un hecho real creando el mito de "la quema de brassieres en Atlantic City el 7 de septiembre de 1968 : Acto de liberación de la mujer.
Tomado de

jueves, 21 de octubre de 2010

Consejos sanos

" Cuida tus pensamientos, ellos engendran tus palabras.
Cuida tus palabras, ellas generan tus acciones,
Cuida tus acciones, ellas devienen en hábitos.
Cuida tus hábitos, ellos forjan tu carácter.
Cuida tu carácter, él traza tu destino."

lunes, 18 de octubre de 2010

Un poco de humor


jueves, 14 de octubre de 2010

Cuando me vaya

I

Probablemente esta noche
vendrá a visitarme.
La esperaré tranquila.
Al sonar el timbre,
le abriré la puerta...
_ "Es de muy mal gusto
hacer esperar al visitante".
Quizás la intrusa se demore
unas horas. Tal vez quiera
quedarse algunos días...
_ "Es tan dulce el calor del hogar
que cualquiera se queda,
si le brindan una cama".
No es mi amiga la parca.
No la he llamado,
tampoco la he invitado a mi casa,
pero sé que vendrá una noche,
una de estas noches en que está frío
mi lecho y me falta el aire...
_ "No se respira bien
cuando se duerme de costado".
Por mi ventana ya se cuela
una brisa extraña
que me trae las nanas
que una vez me cantaron,
cuando era una bebita
y dormía en sus brazos,
brazos de mi madre,
brazos de mi alma...
_ "¿Quién te llevó tan lejos
dejándome tan sola...?"
Un día partiré. Quizás sea
cuando menos lo esperes.
Me mudaré de casa,
me marcharé despacio,
con la sonrisa eterna
de lo que nunca regresa...
_ "¿Quién te dijo que te fueras
si yo quiero que te quedes?"
II
Cuando ya no esté,
si quieres mirarme,
si quieres sentirme,
búscame en la risa de los niños,
en el perfume de las rosas,
en el aletear de las mariposas
en la lluvia de las tardes de mayo...
 
No me busques en las profundidades
del océano, ni en la negrura de la noche.
Búscame en el vuelo de la paloma,
búscame con la luz del alba,
o con los rayos del sol,
al atardecer, en una playa cubana.
 
Búscame en la trasparencia del aire,
o del agua del río que corre por tu almohada.
Búscame en la gota de rocío
que mojará tus zapatos
cuando camines en las mañanas.
 
Cuando ya no esté,
te enviaré un mensaje,
lo escribiré en la canción
que romperá el silencio
sólo para decirte:
 Te amo tanto,
como aquellas tardes
cuando dormías en mis brazos,
y soñabas que el mundo
descansaba en mis manos.
 
Solo te pido que,
antes de que me vaya,
me cubras el camino
con rosas, lirios y margaritas blancas.
 
Alegrame el ambiente de mi despedida
con la novena sinfonía de Beethoven.
No llores, no sufras, no te lamentes,
"la vida es solo un sueño
y la muerte el despertar".
 
Te prometo, dulce amor mío,
que en un mañana no muy lejano,
nos encontraremos, quizás,
en un mundo más humano...
 
Y otra vez seré yo,
y serás tú,
y otra vez partirémos
y otras vez regresaremos
y otra vez la historia
comenzará de nuevo.
Esperanza E Serrano

martes, 12 de octubre de 2010

We, The People

miércoles, 6 de octubre de 2010

Amor tardío


Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío.
Y sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío.
Y yo, que voy andando hacia el poniente,
siento llegar maravillosamente,
como esa mariposa, una ilusión,
pero en mis años de melancolía
mariposa de amor, al fin del día,
que tarde llegas a mi corazón.
José Angel Buesa

domingo, 3 de octubre de 2010

Poema imperfecto


Entre tú y yo, un mar de tempestades
aún sin ritmo de lunas, roto en las oquedades
de un mundo blanco... Un mar de otras edades.
(¡Barco de mi esperanza desde entonces
arriba de las olas...!)
Entre tú y yo, un río
un río turbio inflan las lluvias del estío
y se va desatando monte abajo... ¡Un gran río!
(¡Barco de mi esperanza, palmo a palmo
contra de la corriente...!)
Entre tú y yo, un lago de aguas muertas;
agua podrida, bocas abiertas
de caimanes que duermen la hora de la siesta.
(¡Barco de mi esperanza, que floreces
caminos en el fango...!)
Entre tú y yo, una estrella...
¡Tan sólo ya la gota de agua de una estrella,
el agua que cabría en una estrella...!
(Barco de mi esperanza, naufragado
en una gota de agua...!)
Dulce María Loynaz