LA
DIÁSPORA COMO TEMA
Ambrosio Fornet | La Habana 2001
Ambrosio Fornet | La Habana 2001
El tema
de la emigración o el exilio en el arte y la literatura
cubanos, hasta donde alcanzo a saber, no ha sido
estudiado todavía en su conjunto. Ni siquiera existe
una bibliografía que pueda darnos un panorama general.
Estamos hablando de la emigración y el exilio
posteriores al 59 y, por ahora, del tratamiento que han
recibido en las obras literarias y artísticas
producidas dentro de la Isla. Yo no tengo autoridad para
hablar también de las producidas en el extranjero
--aunque la presencia aquí de Cristina García pudiera
servirme de pretexto para decir algo sobre Soñar en
cubano-- y tampoco la tengo para hablar de lo producido
en Cuba, por ejemplo, en el terreno de las artes
plásticas. Voy a limitar mi intervención-- un poco
improvisada, como verán-- a la literatura y el cine.
Me parece que una de
las primeras obras narrativas que tocaron el tema fue un
cuento de Sergio Chaple, de los años 60, titulado
"Camarioca la bella". Después hubo varias
narraciones más, entre ellas una de Hugo Chinea sobre
Mariel, o mejor dicho, sobre los sucesos de la Embajada
de Perú, cuyo título no recuerdo, que apareció en la
revista Unión. Este cuento --el monólogo de un tipo
marginal, de un "escoria", que había logrado
meterse en la Embajada-- podría verse como la otra cara
del de Reinaldo Arenas sobre el mismo asunto. Hay
también un cuento muy curioso, de José Antonio Grillo
Longoria, que se desarrolla totalmente en Miami; los
protagonistas son dos estudiantes cubanos de High School
que experimentan en carne propia los rigores de la
discriminación a los latinos. Más recientemente han
proliferado las narraciones sobre la emigración ilegal
o las salidas clandestinas. Recuerdo un cuento de Aida
Bahr en el que aparece una balsa premonitoria y, por
supuesto, el cuento de Alejandro Robles, "Los
muertos", que ganó el año pasado el premio de La
Gaceta de Cuba. La crisis de los balseros, por su parte,
suscitó una respuesta literaria inmediata, tal como
puede verse en dos narraciones premiadas en el concurso
Pinos Nuevos, todavía inéditas: el cuento
"Mientras agoniza" de Ronaldo Menéndez, y la
noveleta La milla, de Alejandro Hernández. Sobre este
asunto Luis Felipe Bernaza, por su propia cuenta, grabó
en video un documental que iba a llamarse Cubalsa,
título que el propio director consideró demasiado
sarcástico y decidió cambiar por Estado del tiempo.
En fin, no pretendo
hacer aquí un recuento exhaustivo, ni mucho menos. Pero
calculo que una de las primeras y más dramáticas
manifestaciones literarias del tema es Memorias del
subdesarrollo, de Edmundo Desnoes, una novela breve
publicada en 1966 y llevada al cine dos años después
por Tomás Gutiérrez Alea. Tiene un comienzo lapidario:
"Todos los que me querían y estuvieron jodiendo
hasta el último momento, se han ido ya". Siempre
me ha parecido un modo insuperable de abordar el asunto
a través de la tensión, expresa o soterrada, entre los
que se iban y los que se quedaban, aunque aquí el que
"se quedaba" lo hacía por motivos muy
personales. El enunciado pone en evidencia, creo yo, la
relación amor-odio que se suscitaba entre los miembros
de una misma familia que asumían posiciones políticas
opuestas. La primera parte ("todos los que me
querían") alude al desgarramiento, pero en la
segunda ("se han ido ya") uno percibe como un
suspiro de alivio: "¡Al fin se han ido!", es
lo que parece decir. La dicotomía se explica por la
frase intermedia: esos que se han ido estaban
"jodiendo", es decir, obstaculizando,
interfiriendo mis planes, y su partida me deja libre, al
fin, para seguir mi camino. Algo semejante podía haber
dicho el que se iba, porque también él quería escoger
su rumbo libremente. Ambas partes intentan alcanzar una
meta, y lo que ambas se proponen hallar, curiosamente,
es lo mismo: el paraíso. Lo que ocurre es que cada cual
lo busca por caminos diferentes y opuestos. Unos,
huyendo del infierno rojo e instalándose en ese jardín
del edén que es la sociedad de consumo; otros,
quedándose aquí, empeñados en construir su propio
jardín, su propia utopía, la sociedad comunista.
No creo que esta
visión simplista y maniquea haya producido obras de
valor ni aquí ni allá --con malos esquemas no se hace
buena literatura--, y, por lo demás, el enfrentamiento
no siempre llegaba a adquirir categoría de drama por la
sencilla razón de que se pasaba por alto, se
"ignoraba". El que se iba, dejaba de existir,
simplemente; desaparecía de mi vista y de mi vida; se
convertía en un fantasma. ¿También nosotros, vistos o
evocados desde allá, adquiríamos esa cualidad
fantasmal? Quizás nunca lleguemos a saber quién fue el
que tiró la primera piedra; ¿ellos, que se atrevieron
a afirmar que el son se había ido de Cuba, o nosotros,
que nos negamos a aceptar que ellos seguían siendo
cubanos?
Lo cierto es que nos
alimentábamos de negaciones recíprocas, como si yo
sólo pudiera afirmar mi identidad negando la tuya, que
por lo demás no era tan distinta de la mía. Quede
claro que no estoy hablando en términos de
contradicciones políticas, sino de conflictos
dramáticos, que es el terreno propio de lo artístico.
Era una situación que se caracterizaba, a mi juicio,
primero, por ser históricamente inevitable, dadas las
circunstancias, y segundo, por ser culturalmente
empobrecedora para ambas partes.
Eso experimenta un
vuelco súbito a finales de los años 70, cuando se abre
el diálogo entre las dos partes, encabezado --entre los
participantes de allá-- por los miembros de la Brigada
Antonio Maceo y del Grupo Areíto. Uno de los primeros
resultados literarios de ese histórico encuentro fue
Contra viento y marea, testimonio colectivo del Grupo
Areíto que recibió el premio Casa de las Américas y
se publicó en 1978. Por primera vez las voces de allá
entraban con todos los honores en la historia de nuestra
literatura, y eran voces solidarias, no hostiles --un
acontecimiento que en el campo intelectual tuvo
repercusiones importantes--. Ese mismo año ganó el
premio de la UNEAC el testimonio de Jesús Díaz De la
patria y el exilio, publicado en 1979. Esa obra era el
resultado de la experiencia que el autor, como cineasta,
había tenido con la filmación del documental 55
hermanos, donde muchos de nosotros vimos por primera vez
los rostros de aquellos que se habían "ido"
contra su voluntad, o mejor dicho, no por voluntad
propia, sino por decisión de sus padres, puesto que
emigraron siendo niños o adolescentes. Esos jóvenes
tendían un puente emocional que era muy fácil de
cruzar, puesto que no había reproches, ni
resentimientos, ni ajustes de cuenta de por medio; uno
podía abrir los brazos y decir, sin reservas:
"Bienvenidos, muchachos, están en su casa".
Tres años después, en 1981, Jesús Díaz vuelve a
tocar el tema en Polvo rojo, una película que
contrapone la épica de la Revolución al drama de los
que abandonan el país. Ese mismo año Lourdes Casal
obtiene el premio Casa de las Américas de poesía con
su libro Palabras juntan revolución, y eso significaba
la entrada de la autora, por la puerta grande, al
espacio cultural de acá.
Cualquiera hubiera
dicho que ya aquello no lo paraba nadie, que todo era
miel sobre hojuelas, pero está comprobado que la
historia nunca se desarrolla linealmente. Entre los dos
premios Casa --el de testimonio y el de poesía, con
sólo tres años de diferencia entre ambos-- se había
producido el fenómeno de Mariel. Fue generándose así
un arco de tensiones cuyo extremo se selló con el
establecimiento --en 1985, si mal no recuerdo-- de la
llamada Radio Martí. Volvimos a sumergirnos en la
atmósfera de los enfrentamientos, pero el puente había
quedado en pie y la "comunidad" --como
llamábamos ahora a la emigración y el exilio-- siguió
viniendo en plan de visitas familiares y creó, tal vez
sin proponérselo, una situación nueva. Ya no todos
fueron recibidos por todos con los brazos abiertos; ya
no todos aquí estaban dispuestos a aceptar
tranquilamente que de la noche a la mañana los
"gusanos" se hubieran convertido en
"mariposas". Pero hubo quien, por el
contrario, descubrió que tener una de ellas en la
familia, una "mariposa" que viniera cada
cierto tiempo cargada de regalos, no dejaba de ser una
suerte. Si yo tuviera que caracterizar la nueva
situación diría, simplificando al máximo, que el
viejo drama, el de los que se iban, fue sustituido por
el de los que volvían --de visita, se entiende-- y por
el de los que se habían quedado, dispuestos a cualquier
sacrificio, y ahora veían a los otros volver cargados
de maletas. No era fácil tragarse aquel sapo y seguir
tan fresco. Al mismo tiempo, los que volvían no eran
extraños; eran nuestros hermanos e hijos, nuestros
tíos y primos, viejos amigos, a veces hasta nuestras
madres... Es decir, el reencuentro tenía siempre esa
carga emocional y en no pocos casos obligaba a una
reflexión que iba más allá de la anécdota, una
reflexión sobre nuestra propia vida y la legitimidad de
determinadas conductas. Era como si uno, ante una
situación como aquella, necesitara pasar balance y
dejar las cuentas claras, para ver si tenía derecho o
no a sentirse en paz consigo mismo.
Como se comprenderá,
esa atmósfera cargada de reflexiones y tensiones
morales, donde abundaban los dramas de conciencia, era
el espacio ideal para la proliferación de obras
artísticas y literarias. Y una buena parte de las
mismas se centró en el problema de reencontrarse con
aquellos fantasmas que resultaban ser de carne y hueso;
con el deseo, la necesidad, la obligación, la
dificultad, la alegría, la imposibilidad de reanudar
relaciones normales con ellos.
En los diez últimos
años aparecieron una serie de obras, tanto literarias
como audiovisuales, que trataban el tema con pasión y
rigor. Lejanía, filme de Jesús Díaz estrenado en
1985, lo aborda de frente: cuenta la historia de una
madre que vuelve después de diez años de ausencia y se
reencuentra con su hijo y con la incómoda mirada de su
nuera. En 1986 se publica la novela de Rolando Pérez
Betancourt Mujer que regresa, y al año siguiente la de
Gustavo Eguren La espada y la pared, donde el que
regresa es un hombre que había sido enviado de niño a
los Estados Unidos y ahora está tratando de hallar sus
raíces. Una de las obras más logradas de esta etapa es
Weekend en Bahía, pieza del joven dramaturgo Alberto
Pedro, en la que una pareja no tan joven reanuda una
vieja relación amorosa que nos permite descubrir que ni
ella, que se fue, ni él, que se quedó aquí,
encontraron sus respectivos paraísos, porque al fin y
al cabo cada uno lleva dentro sus propios cielos e
infiernos, modelados casi siempre por experiencias muy
personales e intransferibles. Otro largometraje dedicado
íntegramente al tema es Vidas paralelas, de Pastor
Vega, estrenada en 1993: el doble conflicto simétrico
de uno que está aquí, y quiere irse, y otro que está
allá, y quiere volver. Más recientemente se estrenó
Reina y Rey, de Julio García Espinosa, cuya segunda
parte cuenta la historia de un matrimonio que viene de
visita, dispuesto a llevarse para Miami a la anciana que
fuera su criada, y nunca llega a saber que la anciana es
incapaz de abandonar a su perrito (que sin embargo la ha
abandonado a ella). Estela Bravo ha hecho reveladores
documentales sobre los cubanos concentrados en Perú y
los Estados Unidos, el último de los cuales es Havana-Miami, y Luis Báez publicó una interesante
colección de entrevistas, Los que se fueron... Estoy
citando de memoria y de pronto caigo en la cuenta de
que, después de 1968, fue hacia 1972, en la película
de Humberto Solás Un día de noviembre, donde creo
haber encontrado por primera vez el tema de la familia
dividida, aunque tocado tangencialmente (lo que también
ocurre, por lo demás, en filmes como Bajo presión, de
Víctor Casaus, en novelas como Las iniciales de la
tierra, de Jesús Díaz, en piezas teatrales como
Confesión en el Barrio Chino, de Nicolás Dorr...).
Podría hablarse asimismo de un cuento de Leonardo
Padura cuyo título no recuerdo y hasta del giro
sorpresivo mediante el cual se introduce el tema en
Fresa y chocolate..., pero en aras de la brevedad
terminaré refiriéndome a dos filmes que constituyen
también puntos de referencia ineludibles. El primero es
el cortometraje de ficción de Ana Rodríguez titulado
"Laura", que forma parte del largometraje
Mujer transparente, estrenado en 1990. "Laura"
es la historia de una muchacha que permaneció aquí y
está esperando a una amiga que "vuelve". Es,
de hecho, la historia de un examen de conciencia. Tiene
una de las secuencias más estremecedoras del cine
cubano de estos años, una secuencia breve, resuelta con
un montaje paralelo de multitudes, en imágenes de
archivo, gritando "¡Que se vayan!" y, en
contraposición, imágenes de los
"comunitarios", recién llegados, abrazando
conmovidos a sus familiares en el vestíbulo de un
hotel. Como podrán imaginarse, se trata de una mirada
crítica no exenta de amargura pero, al mismo tiempo, de
una gran autenticidad y lucidez. El otro filme es un
documental, en video, hecho por un equipo de
realizadores del ICAIC asesorado por Mercedes Arce.(2)
Está editándose todavía. Se grabó íntegramente en
Miami y otras ciudades de los Estados Unidos. Es el
testimonio de una decena de personas --todas mujeres,
por cierto-- que formaron parte de los catorce mil
niños que entre diciembre del 60 y octubre del 62
fueron enviados por sus padres a los Estados Unidos en
el marco del Programa Peter Pan --o como nosotros le
llamamos, la Operación Peter Pan--. No creo que entre
las manipulaciones destinadas a desestabilizar a la
Revolución en los primeros años, haya habido una más
tortuosa que aquella relacionada con la supuesta
supresión de la patria potestad. En fin, se ha ido
acumulando un material que bien merece ser clasificado y
estudiado, porque sean cuales sean sus valores
artísticos, no cabe duda de que todos son testimonios
de una época y radiografías de uno de los traumas más
dolorosos y persistentes de nuestra sociedad.
En los últimos años
ha empezado a imponerse el criterio de que la cultura
cubana es una sola --cualquiera que sea el lugar de
residencia de los escritores y artistas-- y, en
consecuencia, han aparecido antologías donde están
representadas las dos partes, la que trabaja dentro y la
que trabaja fuera de la isla. Quien primero llevó a
cabo un proyecto de integración semejante --quizás un
poco prematuro, pues apareció en 1981, frescas todavía
las secuelas ideológicas de Mariel-- fue Edmundo
Desnoes con la atrevida y discutida compilación Los
dispositivos en la flor. Ahora, entre 1993 y 1994, más
de diez años después, aparecen en Madrid sendos
volúmenes dedicados al teatro y la poesía de "las
dos orillas", preparados por Carlos Espinosa y
León de la Hoz, respectivamente, y en la Michigan
Quarterly Review, los dos volúmenes editados por Ruth
Behar y Juan León. Todos han suscitado polémicas,
tanto acá como allá. Creo que en ambos lados la
mayoría vota a favor, pero hay algunos --los menos--
que dicen: "Juntos, ni muertos", y otros, más
flexibles y numerosos, que se limitan a advertir:
"Juntos, pero no revueltos". A mediados de
1993, La Gaceta de Cuba --uno de los órganos literarios
de la UNEAC, interesado en dar a conocer aquí la obra
de los cubanos que se iniciaron como escritores en el
extranjero-- me pidió que le preparara sendos dossiers
con los autores más representativos de cada género. Ya
han aparecido dos, el primero dedicado a los ensayistas
y críticos, y el segundo a los cuentistas; y está a
punto de aparecer el tercero, dedicado a los poetas.(3) Es
nuestra manera de afirmar, en la práctica, que la
cultura cubana es una sola, lo que no quiere decir que
estemos tratando de inventar una nueva versión del
paraíso --esta vez un paraíso letrado-- sin
contradicciones, malentendidos o polémicas.
NOTAS
l. Intervención en
el Encuentro "Cultura e Identidad Nacional"
(Universidad de La Habana, 23-24 de junio de 1995).
3. Aludo a Del otro
lado del cristal (1995), cuyo equipo de realizacion
incluye a Marina Ochoa, Manuel Pérez Paredes y
Guillermo Centeno. [Nota adicional, para los usuarios de
la Editorial Electrónica "CubaLiteraria": En
marzo de 2001 se estrenó la película de Humberto
Solás Miel para Oshún, que trata sobre un joven
cubano-americano que vuelve a Cuba, al cabo de treinta
años, para tratar de encontrar a su madre.]
3. Apareció en el
cuarto número del año bajo el título de "El
discurso de la nostalgia". Más recientemente
(jul.-agost. 1998) se publicó el dedicado a los
novelistas ("Erotismo y humor en la novela de la
diáspora"). Véanse los sumarios respectivos en
"Los dossiers de La Gaceta", primer apéndice
del volumen Memorias recobradas. Introducción al
discurso literario de la diáspora. Santa Clara,
Ediciones Capiro, 2000.
2001. La Jiribilla. Cuba.
http://www.lajiribilla.cubaweb.cu
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