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sábado, 11 de abril de 2015

País en crisis: Política y negocios sucios sobreviven en La Habana subterránea.

El activo mercado subterráneo es oscilante. Existen etapas de vacas gordas y otras de escasez. Pero siempre regresa el comercio en negro, donde los precios se corrigen por las leyes ciegas de la oferta y la demanda
Política y negocios sucios sobreviven en La Habana subterránea
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Un anciano dibuja en un balcón de Centro Habana. (EFE)
IVÁN GARCÍA
Especial
LA HABANA

Ni siquiera con suficiente moneda dura [dólares] en su billetera, Ramsés pudo comprar pescado fresco, queso blanco y latas de atún en una cadena de tiendas por divisas.
“Un socio me llevó a la casa de un tipo que vende pescado de primera. En otro sitio compré yogurt, 12 libras de carne de res de primera, 10 jabones Camay y dos tubos de pasta dental Colgate. Todo a mejor precio que en la tiendas del Estado”, cuenta, mientras bebe una piña colada en un bar particular en el oeste de La Habana.
El activo mercado subterráneo es oscilante. Existen etapas de vacas gordas y otras de escasez. Pero siempre regresa el comercio en negro, donde los precios se corrigen por las leyes ciegas de la oferta y la demanda.
A este otro habanero llamémosle Pedro. Accedió a contar para DIARIO LAS AMÉICAS cómo funciona el negocio clandestino de pescados y mariscos. También me presentó a varios personajes pintorescos que se dedican al juego ilegal, a buscadores de oro, y a quienes se dedican a la venta de alimentos, drogas y ropas de marcas.
Para tipos como Pedro, la palabra de un hombre vale más que un contrato legal. “En este mundo las cosas se mueven por las relaciones. Más importante que el dinero es tener buenos contactos. Con sólo mirar a un hombre a los ojos me doy cuenta si es serio y si puedes hacer negocio”, asegura.
Pescadores legales e ilegales, administradores de almacenes estatales u hoteles de turismo figuran entre sus contactos. "Tengo cuatro neveras y suelo comprar de 600 a 700 libras [de pescado]. El precio oscila. El pargo, la cherna y otras especies con cabeza, los compró a ocho pesos por libra. Y los vendo a 25 pesos. Los pescados más cotizados, aguja, dorado, castero y atún, o mariscos como la langosta y camarones o la caguama, los compro entre 30 y 35 pesos por libra, según la época del año. Después los vendo a 60 pesos o su equivalente en pesos convertibles. No vendo al menudeo. Tengo clientes de paladares y restaurantes estatales con mucha afluencia de turistas que cada 15 días me compran 300 o 400 libras”.
En ocasiones, alquila una camioneta y personalmente viaja a comprar en lugares costeros, donde adquiere grandes cantidades. "Otras veces me lo traen a la casa. A los dueños de embarcaciones de pesca también les suelo comprar. La parte más riesgosa es la de transportar la mercancía hasta la capital. Tengo una licencia de pescador deportivo que me permite trasegar con 50 o 60 libras de pescado como cherna o pargo. El comercio de mariscos y pescado de alta gama es ilegal. Los camuflo en la camioneta, pero los puntos de controles policiales y las patrullas de carretera son muy hábiles en detectar ilegalidades. No por honestidad, si no para ganar un dinero con los sobornos. Pesan el vehículo y así detectan cuando uno carga más kilogramos que el declarado. Tengo buenos contactos con oficiales de la Policía. Mientras más estrellas en la charretera, más seguridad te ofrecen. En el entorno policial y de la inspección estatal la corrupción es amplia. Es un mundo podrido”, relata.
Muchos de los artículos que Pedro necesita no siempre los paga en efectivo. “Con los socios dedicados a la venta de pollo o carne de res hago trueques. Igual con las personas que venden bienes de aseo o ropas. En este negocio, como en cualquier otro, es fundamental tener dinero suficiente, 3.000 pesos convertibles o más”.
Uno de los que “bisnea” por la izquierda y no paga impuestos al Estado, vive al final de un pasillo estrecho, en un barrio marginal de la ciudad. En ese mundillo, un periodista es tan intrusivo y molesto como un investigador policial.
“Es casi lo mismo. No te meten en una celda, pero en sus escritos dan pistas a la policía”, dice desconfiado. Veinte minutos me costó convencerlo que suelo enmascarar bien las historias. “Ni fotos, ni grabadora”, fue su primera advertencia.
“Empecé haciendo negocios con anticuarios. Compraba oro, libros de valor, óleos de artistas plásticos cubanos bien cotizados. No puedes imaginar la cantidad de funcionarios involucrados en esos negocios. Todo sale por el aeropuerto, hacia Europa o Miami. También hay extranjeros que por su cuenta compran oro y clandestinamente lo sacan por vía aérea. Era muy arriesgado, por eso decidí apostar al seguro y tratar directamente con los funcionarios corruptos. Estuve una temporada preso por traficar con dólares y chavitos falsos. Ahora me dedicó al negocio de los alimentos, materiales de construcción, venta de ropa y electrodomésticos. Mi premisa es la seriedad, rapidez y confianza”.
Explica que con el boom de los emprendimientos privados, la gente quiere materiales de construcción de primera calidad. Y debido a la perenne escasez y altos precios, los particulares compran la comida por debajo del tapete. "Es muy difícil que alguien pueda prosperar si tiene que adquirir los insumos a precios minoristas y, encima, pagar elevados impuestos. Al contrario del Estado, que vende sin facilidades de pago, yo vendo a plazos. Cuando existe confianza mutua, el cliente me paga por partes, sea un televisor plasma o 100 sacos de cemento”.
Al igual que en cualquier barriada habanera, encuentras recogedores callejeros de la popular lotería ilegal conocida como “la bolita”. Y si se busca placer, no es difícil encontrarlo. En una vivienda donde cuelga un cartel del CDR, una señora tararea una canción. Deja de cantar y en un susurro dice: “Hoy me entró yerba de la buena".
También ofrece ron Santiago, cerveza Heineken más barata que los mercados estatales y chicas por 20 cuc. Es la otra Habana, la subterránea, donde todo se lucra y la simulación política se mezcla con los negocios sucios.
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