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martes, 3 de abril de 2012

15 cartas inéditas de Ernest Hemingway en la Biblioteca John F Kennedy

Fechadas entre 1953 y 1960, las misivas están dirigidas a su amigo el aristócrata veneciano Gianfranco Ivancich, cuya hermana Adriana inspiró al escritor dos de sus obras maestras

                                        ABC : Ernest Hemingway en su sanctasanctorum de Finca Vigía



«Sí que te extrañé. Extraño a Tío Willie. He tenido que dispararle a gente, pero nunca a nadie que haya conocido y amado 11 años. Tampoco a nadie que ronroneara con dos patas rotas». Tío Willie era el gato de Ernest Hemingway, al que no le quedó más remedio que sacrificar tras ser atropellado por un coche en Cuba, un 22 febrero de 1953. Le dolía el corazón al viejo ante la mar, el mar, al pescador de almas, al boxeador de la vida, que no quería ver sufrir a tan digno animal literario.
Ve la luz un Hemingway que devora al «macho»: tierno, gentil, sensible
ABC
Fragmento de una de las cartas
Un Hemingway tierno, sensible, emocionado se confiesa así, por carta, a su amigo Gianfranco Ivancich -apellido ilustre de la aristocracia italiana-, a quien había conocido en un bar de Venecia en 1949. Las heridas de guerra en las piernas les unieron, e inmediatamente entablaron una conversación sobre sus experiencias en el frente bélico. Fue el comienzo de una gran amistad, de una hermosa e inédita relación epistolar, que ahora se acaba de hacer pública por vez primera.
Gracias a Gianfranco, Hemingway conoció a la hermana de aquél, Adriana Ivancich, que le inspiró uno de los personajes principales de su novela «Al otro lado del río y entre los árboles», y también la obra ganadora del Pulitzer «El viejo y el mar», durante su estancia en Cuba en 1950. Hemingway se había enamorado platónicamente de Adriana, su Renata, de diecinueve años de edad, su baronesa, tras compartir con ella una cacería de patos en Italia.
Las cartas están fechadas entre 1953 y 1960, un año antes de que un 2 de julio de 1961 Hemingway amaneciera temprano, abriera su almario, escogiera un arma del armario y se marchara del mundanal ruido. Redactadas a máquina o con su arabesca caligrafía, algunas misivas llegaban a la Venecia sin él en sobres personalizados de papel cebolla desde su residencia en la Finca Vigía en Cuba. En otras ocasiones, el premio Nobel remitía las cartas desde Ketchum, Kilimanjaro, Idaho, Nairobi, París y Madrid, ora en cacerías ora desde la quietud del reposo del guerrero.
Este lado sensible y emocionado, desconocido, del gran autor ha visto la luz tras ser encontradas quince de estas cartas en una caja con documentos de Hemingway que poseía la Biblioteca presidencial de la Fundación John F. Kennedy Foundation. Los especialistas que las han analizado coinciden en que los textos proyectan un aspecto de Hemingway diametralmente opuesto a su universo de guerra, tauromaquia, pesca y caza. En estas cartas, la humanidad de don Ernesto es una Fiesta.

Lucha feroz del «macho»

La Fundación de la biblioteca Kennedy [el presidente de Estados Unidos era un admirador rendido de Hemingway, y permitió a la cuarta esposa del escritor, María, viajar a Cuba, a pesar de la prohibición, para recuperar los papeles de la familia y sus pertenencias] compró las cartas a Gianfranco Ivancich en noviembre pasado. La comisaria de la Colección Hemingway, Susan Wrynn, viajó hasta Italia para reunirse con el anciano destinatario en Italia, Gianfranco Ivancich. «Todavía escribe cada mañana», dijo, «Hemingway lo alentó para que lo hiciera». «En conjunto, las cartas muestran que Ernest Hemingway poseía un lado gentil [alejado del compartimento de «macho» con el que había sido encasillado], y que era alguien que apartaba su tiempo para ser paternal y nutrir a un joven amigo», señala Susan Beegel, editora de la publicación académica The Hemingway Review.
Ve la luz un Hemingway que devora al «macho»: tierno, gentil, sensible
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Hemingway y Adriana
La carta de Hemingway sobre la muerte de su felino amigo Tío Willie plantea la lucha feroz del escritor por separar su vida privada de la pública. Hemingway relata cómo un grupo de turistas llega a su villa ese día tan fatídico. De repente, alguien se ofrece a sacrificar al animal, pero él añade que no podía arriesgarse. «Todavía tenía el rifle y les expliqué que habían llegado en un mal momento; les pedí que entendieran y que se fueran», escribe Hemingway a Gianfranco. Pero no logró convencer a uno de ellos, que le espetó: «Hemos llegado en el momento más interesante, a tiempo para ver al gran Hemingway llorar porque tiene que matar a un gato». Y Hemingway escribe a su amigo: «Yo le humillé como debe ser humillado, omito detalles».
Hemingway llamaba a Gianfranco Ivancich «hermano», «amigo potable de buena calidad» y con frecuencia firmaba las cartas como «Mr. Papá» o «Papá». En otra cuartilla que le envía en abril de 1953, Hemingway le informa a su «hermano» de que «el hígado de Mr. Papá, los riñones y la presión arterial están ganando consistencia en casi todas las pruebas que los médicos están haciéndome»; y también le anota que su cabeza está trabajando «rápido, fuerte y alegre». Aunque él dice que ha terminado un libro en ese momento, y tres cuartas partes de otro, le advierte: «Ninguno para su publicación este año sin embargo, ya que el impuesto sobre la renta es tan alto que los ingresos nos pondrían en una pobre casa».

Y siempre la baronesa Adriana

En una de las últimas cartas, de fecha 30 de mayo 1960, Hemingway confiesa: «He trabajado terriblemente duro. Llevo escritas más de 100.000 palabras desde finales de enero y todos los días cuando termino estoy demasiado cansado como para escribir cartas». Esas cien mil palabras quizás podrían corresponder a «París era una Fiesta», una de sus novelas póstumas, que se publicó en 1964.
Al final de todos sus renglones íntimos, Ernest Hemingway le preguntana siempre a Gianfranco por su hermana Adriana, su amor platónico, su baronesa del alma.