Isla de la Juventud
Tu presencia me llega a través del tiempo que he vivido sin verte,
Tu presencia me llega a través del tiempo que he vivido sin verte,
Himno del desterrado.
Reina el sol, y las olas serenas
corta en torno la proa triunfante,
y hondo rastro de espuma brillante
va dejando la nave en el mar.
¡Tierra! claman: ansiosos miramos
al confín del sereno horizonte,
a lo lejos descúbrese un monte...
Lo conozco...¡Ojos tristes, llorad!
Es el Pan... En su falda respiran
el amigo más fino y constante,
mis amigas preciosas, mi amante...
¡Qué tesoros de amor tengo allí!
Y más lejos mis dulces hermanas,
y mi madre, mi madre adorada,
de silencio y dolores cercada
se consume gimiendo por mí.
'Cuba, Cuba, qué vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura!
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu suelo feliz!
Y te vuelvo a mirar!... ¡Cuán severo
hoy me oprime el rigor de mi suerte!
La opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.
Mas, ¿Qué importa que truene el tirano?
Pobre, sí, pero libre me encuentro:
sola el alma del alma es el centro:
¿Que es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y proscripto me miro
y me oprime el destino severo:
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.
Pues perdí la ilusión de la dicha,
clame ¡Oh gloria! tu aliento divino
¿osaré maldecir mi destino,
cuando puedo vencer o morir?
Aún habrá corazones en Cuba
que me envidien de mártir la suerte,
y prefieran espléndida muerte
a su amargo, azaroso vivir.
De un tumulto de males cercado
el patriota inmutable y seguro,
o medita en el tiempo futuro,
o contempla en el tiempo que fue,
cual Los Andes en luz inundados
a las nubes superan serenos,
escuchando a los rayos y truenos
retumbar hondamente a su pie.
¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
en su grado más alto y profundo,
la belleza del físico mundos
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra:
mas tu fuerza y destino ignoras
y de España al déspota adoras
al demonio sangriento del mal,
¿Ya que importa que al cielo te tiendas
de verdura perenne vestida,
y la frente de palmas ceñida
a los besos ofrezcas al mar,
si el clamor del tirano insolente,
del esclavo el gemir lastimoso,
y el crujr del azote horroroso
se oye sólo en tus campos sonar?
Bajo el peso del vicio insolente
la virtud desfallece oprimida,
y a los crímenes y oro vendida
de las leyes la fuerza se ve.
Y mil necios, que grandes se juzgan
con honores al peso comprados,
al tirano idolatran postrados
de su tronco sacrílego al pie.
Al poder el aliento se oponga,
y a la muerte contraste la muerte:
la constancia encadena la suerte,
siempre vence quien sabe morir.
Enlacemos un nombre glorioso
de los siglos al rápido vuelo;
elevemos los ojos al cielo,
y a los años que están por venir.
Vale más a la espada enemiga
presentar el ímpavido pecho,
que yacer de dolor en un lecho,
y mil muertes muriendo sufrir.
Que la gloria en las lides anima
el ardor del patriota constante,
y circunda con halo brillante
de su muerte el momento feliz.
¿A la sangre temeis...? En las lides
vale más derramarla a raudales
que arrastrarla en sus torpes canales
entre vicios, angustias y horror.
¿Qué teneis? Ni un sepulcro seguro
en el suelo infelice cubano
¿Nuestra sangre no sirve al tirano
para abono del suelo español?
Si es verdad que los pueblos no pueden
existir sino en dura cadena,
y que el cielo feroz los condena
a ignominia y eterna opresión;
de verdad tan funesta mi pecho
el horror melancólico abjura,
por seguir la sublime locura
de Washington y Bruto y Catón.
¡Cuba! al fin te verás libre y pura
como el aire de luz que respiras,
cual las hondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar!
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.
09/1825
José María Heredia (1803- 1839)
Poeta cubano que, según José Martí, "despertó en su alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible de la libertad" Sus versos contribuyeron a formar el sentimiento nacionalista del pueblo cubano.J.M.Heredia no fue un poeta romántico, ni clásico tampoco. Pertenecía, según algunos críticos,al grupo crepuscular de los reromanticos que determinaron la transición del neoclasicismo aristocráticodel siglo XVIII, incapaz de subsistir tras las convulsiones de la Revolución francesa, al romanticismo que apuntaba desde las páginas precursoras de Rousseau.
Según
la mitología, tras la muerte las almas de los hombres iban a parar a un
lúgubre reino subterráneo, gobernado por el terrible dios Hades y su
esposa Perséfone. Héroes como Orfeo, Heracles o Ulises se atrevieron a
visitarlo.
La visión que tenían los griegos del Más Allá cambió con el tiempo. Al
principio, el inframundo o Hades –como se le llamaba por el dios que lo
gobernaba– parecía un lugar poco deseable, como cuenta a Odiseo (el
Ulises romano) la sombra del héroe Aquiles en un episodio de la Odisea
de Homero; Aquiles manifiesta su deseo de volver a la tierra como sea,
incluso como un simple jornalero. Sin embargo, al menos desde el siglo
VI a.C. se empezó a ver el Más Allá desde una perspectiva ética, con una
división de los muertos entre justos e injustos a los que corresponden
premios o castigos según su comportamiento en vida. Así, se creía que
los justos se dirigían a un lugar placentero en el Hades, los Campos
Elíseos, o a las Islas de los Bienaventurados, el reino idílico del
viejo Crono, convertido en soberano de ese Más Allá. Seguramente esta
nueva concepción del inframundo obedecía al desarrollo de la idea de la
inmortalidad del alma, e incluso a la introducción del concepto de
reencarnación por parte de algunas sectas religiosas y filosóficas.
Hubo
asimismo figuras semilegendarias a las que se atribuyó un especial
conocimiento del Más Allá gracias al vuelo del alma o démon para visitar
esas regiones antes de su hora postrera. Un ejemplo es Abaris, un
mítico sacerdote de Apolo Hiperbóreo que, según la leyenda, viajaba
sobre una flecha de oro voladora y era amigo de Pitágoras. O Zalmoxis,
un chamán tracio del que se cuentan extrañas noticias sobre un descenso
subterráneo para mostrar que era capaz de morir y renacer. Otro caso es
el del viajero y poeta Aristeas de Proconeso, del que se contaba que
cayó muerto en un batán y luego fue visto en distintos lugares. Decía de
sí mismo que había acompañado a Apolo en un viaje espiritual
transformado en cuervo. También el filósofo Pitágoras realizó varios
descensos al otro mundo a través de grutas.
Algunas
grutas o cuevas que también se han considerado puertas al infierno son
la cueva Coricia, en una ladera del monte Parnaso, cerca del santuario
del dios Apolo en Delfos, o las cuevas del cabo Ténaro en Grecia. La
boca al infierno por excelencia en Occidente se identificó con la cueva
de la Sibila en Cumas, cerca del lago Averno, lugar donde vivían estas
mujeres que podían profetizar el futuro. En la Eneida de Virgilio, el
príncipe troyano Eneas, guiado por la Sibilia de Cumas, entra en la
cueva para acceder al reino de Hades.
Las
múltiples descripciones del Hades por autores antiguos y modernos
permiten representar el desolador paisaje del infierno de los griegos,
repleto de lugares horrendos. Tras entrar por cualquiera de las bocas
del infierno existentes, el difunto se dirigía a la orilla del Estige,
el río que rodea el inframundo y que cruzaba a bordo de la barca de
Caronte. En la otra ribera el alma se encontraba con el guardián Cerbero
y con los tres jueces del inframundo. Los autores explican que en su
penar por el Hades las almas encuentran tres ríos de infausto recuerdo:
el Aqueronte o río de la aflicción, el Flegetonte o río ardiente y el
Cocito, el río de los lamentos. También separan nuestro mundo del Más
Allá otros lugares prodigiosos, como las aguas del Leteo, el río del
Olvido, que John Milton describe en su Paraíso perdido. Las almas de los
justos van a parar a lugares felices como los Campos Elíseos o las
Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en los misterios, que a
veces se hacían enterrar con instrucciones para emprender su viaje, se
aseguraban la llegada sin problemas a los Campos Elíseos invocando el
poderoso nombre de Deméter, Orfeo o Dioniso. Por último estaba el
Tártaro, lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.