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martes, 21 de febrero de 2012

La iglesia Católica, el régimen cubano y el presidente americano.


por: Diego Trinidad, Ph D, Miami
La Iglesia Católica se encuentra involucrada en dos nuevas controversias a principios de este nuevo año. La primera es con el régimen cubano, no solo por la anunciada visita del Papa a Cuba en marzo, sino mucho peor, por los reportes en la prensa italiana, con visos de sensacionalismo, de que el Papa le ofrecerá la comunión a Fidel Castro durante esa visita.

La visita papal en si ya es controversial. ¿De qué sirvió la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998? ¿De qué sirvieron las célebres palabras “no tengan miedo”? De nada, de absolutamente nada. Solo sirvieron para manchar los últimos tiempos de la carrera de quien quizás fuera el más grande de los Papas. A Cuba y a los cubanos de la isla no los benefició mucho -ni les quitó mucho el miedo.

Tampoco ahora beneficiará a los cubanos de la isla en nada. La actuación de la Iglesia Católica en Cuba desde 1961 no puede ser descrita sino como bochornosa. Aceptado que el deber de la Iglesia es el conforte espiritual de sus feligreses. Aceptado inclusive que algún bien haya resultado de las gestiones del Cardenal Ortega en los últimos años, sobre todo en la liberación de algunos presos políticos.

¿Pero a cambio a de que? De comprometer el honor de la Iglesia y de COLABORAR con un régimen totalitario. Si, de colaborar. Por eso fusilaron y colgaron a cientos de franceses después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que el Cardenal Ortega ha hecho en su gestión en Cuba desde que fue nombrado Cardenal es comparable a lo que el primer ministro de la Francia “libre” de Vichy, Pierre Laval, hiciera en su gobierno controlado por los nazis. Laval fue ejecutado por colaborador. Ortega hoy es alabado por muchos por ser tan colaborador. Así es la vida.

Pero la Iglesia no siempre actuó tan pusilánime ante regimenes totalitarios, ni siquiera en Cuba al principio de la revolución. Valientes sacerdotes y obispos se enfrentaron a la incipiente dictadura comunista, como Eduardo Boza Masvidal y Enrique Pérez Serantes (quien ayudó a salvar la vida de Fidel Castro después del ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, pero luego lo combatió). Ambos y muchos otros se enfrentaron al gobierno revolucionario, como lo hicieron antes con la dictadura de Fulgencio Batista (algunos fueron torturados bárbaramente bajo Batista, como Ramón O’Farrill).

La gran oposición de la Iglesia al régimen castrista culminó en noviembre de 1959, cuando un Congreso Católico reunió a quizás un millón de cubanos en la Plaza Cívica (si, así se llamaba antes de que el nombre fuera cambiado a Plaza de la Revolución). Poco después, el régimen expulsó a cientos de sacerdotes y monjas, y la Iglesia Católica de Cuba se sometió por casi medio siglo, sin muchas excepciones.

Por supuesto, la actitud del Papa Pío XII ante los nazis y los comunistas es muy conocida, a pesar de algunos libros difamadores que acusan a Pío XII de simpatías por los nazis. Pero el Papa Pío XII ayudó a salvar a miles de judíos de las cámaras de gas y, después de la Segunda Guerra Mundial, fue el principal opositor a todos los regimenes comunistas del mundo.

Cardenales como Mindszenty en Hungría, Wyszenski en Polonia, Stepinac en Yugoeslavia (todos torturados y encarcelados) y Spellman en New York, representaron a la Iglesia en su firme y combativa posición ante el comunismo internacional. Pero el débil e ingenuo Papa Juan XXIII diluyó mucho la oposición de la Iglesia al comunismo internacional y su pusilánime actitud afectó a la Iglesia cubana.

Ni siquiera el gran Papa Juan Pablo II, quien contribuyó enormemente a la caída del comunismo colaborando abierta y secretamente con el Presidente Ronald Reagan y la Primer Ministro Margaret Thatcher, se opuso al castrismo en Cuba. Una vez más, a los cubanos nos tocó perder ante la historia.

Supuestamente después de la expulsión masiva de obispos, sacerdotes y monjas en septiembre de 1961, Fidel Castro fue excomulgado por el Papa Juan XIII. Pero parece que no hay tal evidencia. Según reportajes recientes de la prensa italiana, no hubo ninguna excomunión de Castro per se, sino que de acuerdo con la doctrina de la Iglesia y la Ley Canónica, cometer actos de violencia contra obispos católicos por si mismos, latae sententiae, excomulgan a quien los comete. De manera que Castro debe considerarse excomulgado.

Pero ese no es el punto; no importa si fue excomulgado o no, lo que importa es que ahora se considere darle la comunión por el Vaticano. Algunos sitios de Internet italianos hasta citan día y hora en que la comunión le será ofrecida a Castro por el Papa Benedicto XVI, el 27 de marzo a las 5pm cuando, se reúnan los líderes en el Palacio de la Revolución.

Y aquí viene otra vez uno de los graves problemas con las doctrinas cristianas. Un buen amigo, quien es también un gran católico, me contó esta anécdota recientemente respecto al tema: una vez, en su presencia, otro católico creyente le preguntó al Obispo Agustín Román si era pecado desearle a Fidel Castro una condena eterna en el infierno. El buen obispo, a quien nadie puede acusar de simpatías por Castro y su régimen, contestó, después de una pausa, que la eternidad era demasiado larga.

Por implicación, ni siquiera Fidel Castro merecería pasar la eternidad en el infierno. Sobre todo si se arrepiente de sus pecados y barbaries, y pide su reincorporación a la Iglesia, como de acuerdo con su propia hija Alina Fernández (según la prensa italiana) lo ha hecho.

Cabe preguntar: entonces, ¿quién se merece ir al infierno? ¿Estarán en el infierno Hitler, Lenin, Stalin, Mao y Pol Pot? Esos probablemente nunca se arrepintieron, y ni siquiera creían en Dios. Pero, ¿y si lo hicieron antes de morir? Entonces tienen que ser perdonados de acuerdo a la doctrina cristiana, y estarán en el cielo en presencia y compañía de Dios. Nada ni nadie puede hacer nada al respecto.

Es por eso y por otras doctrinas que considero inmorales y profundamente anti humanas que me es imposible aceptar el cristianismo y sus doctrinas de amar a nuestros peores semejantes y tornar la otra mejilla a quien nos abusa, y el perdón a los grandes criminales de la historia, simplemente porque se arrepienten y piden perdón antes de morir.

La Iglesia Católica aquí en Estados Unidos, sin embargo, ha tomado una posición sorprendentemente firme y digna ante otra situación de abuso, aunque completamente distinta, esta vez el del presidente del país.

Resulta que hace como dos semanas, el gobierno americano anunció la imposición a las instituciones religiosas, pero principalmente a hospitales y clínicas católicas, de dispensar píldoras anti-conceptivas y, peor, pastillas que inducen el aborto al día siguiente, a todas las mujeres que busquen atención médica en esas instituciones.

Esto es parte de la Ley de Salud aprobada por el Congreso en el 2010, y que algunos consideran inconstitucional y esperan por el pronunciamiento del Tribunal Supremo al respecto. Es la Ley que la entonces Presidente de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi declaró que había que aprobar antes de leerla -y la que nadie leyó.

¡Sorpresa, sorpresa! Este es solo uno de los tantos mandatos que esa Ley contiene y los que se conocerán más y más según se acerque la fecha de implementación de la mayor parte de la Ley en el 2014. Muchos de los principales obispos americanos, incluyendo el Cardenal designado de New York Timothy Dolan, y el Cardenal Donal Wuerl de Washington, han denunciado la imposición de dispensar medicamentos anticonceptivos y anti aborto a instituciones católicas. 
Otros obispos, como los de Phoenix y de Cincinnati, han declarado que se negarán a implementar esa parte de la Ley de Salud. El Arzobispo Timothy Broglio, director de los Servicios Católicos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, declaró antes cientos de soldados que esa injusta aplicación de la Ley de Salud era “un golpe a todos ustedes que han peleado por defender la libertad del país”.

La oposición ha sido unida y feroz, algo que nunca los “genios” que dirigen la campaña de reelección del presidente anticiparon. Las opiniones están dividas casi parejas: en las últimas encuestas de Rasmussen, el 46% de los católicos se opone a la medida (contra el 43% que la favorece), a pesar que hasta un 98% de las mujeres católicas han aprobado las pastillas anticonceptivas en el pasado.

El furor ha sido tal que el presidente se vio obligado a “aclarar” que las instituciones no tendrán que pagar por los medicamentos anticonceptivos/antiabortos. Pero las compañías de seguros que cubren a esas mismas instituciones si tendrán que pagar por ellas.

Por supuesto, como las compañías de seguros no son organizaciones caritativas, cobrarán mas primas por dispensar esas medicinas. Y todos los contribuyentes pagaremos un más alto precio por esta Ley, (aunque la Corte Suprema tiene que pronunciarse sobre su constitucionalidad en el verano). De todas maneras, este intento de cuadrar el círculo por parte del presidente no fue satisfactoria para nadie, y el Consejo de Obispos Católicos renovó su oposición a la medida.

Los católicos votaron a favor del presidente en el 2008 54% contra 46%. De manera que un pequeño cambio, solamente un 4% digamos, es necesario para que el voto católico se divida a la mitad, y esto puede costarle suficientes votos al presidente para causar su derrota en noviembre.

No importa. Esta decisión fue tomada por ideología. Pero también fue una grave falta de cálculo. Quienes dirigen la campaña decidieron que el voto de las mujeres era más importante que el voto católico.

No es verdad. La mayoría de las mujeres casadas y mayores de 30 años, votaron y votarán contra la reelección del presidente. Además, los estrategas de campaña están desesperadamente tratando de desinformar al público, queriendo convencerlos que esta medida es a favor de otorgarle a todas las mujeres que lo quieran, el derecho al aborto.

Pero esto ya existe. Toda mujer que quiera usar píldoras anticonceptivas puede adquirirlas gratis en diversas organizaciones como Planned Parenthood, principal dispensador de abortos en el país (más de 300,000 al año, cobrando un promedio de $500 por cada uno).

No, ese no es el problema. El problema es el abuso de la autoridad para imponer tal medida tan solo porque el gobierno puede hacerlo, gracias a la Ley de Salud del 2008.

Es peor todavía. La medida podría ser una clara violación de la Primera Enmienda de la Constitución, que en parte dice: “El Congreso no aprobará ninguna ley respecto al establecimiento de la religión, o prohibiendo el libre ejercicio de la misma…”.

Si esto no es una limitación a la libertad religiosa ¿qué es? Si la Iglesia Católica es forzada por un gobierno a violar una importante parte de su credo ¿cuál será la próxima violación de nuestros derechos?

Esto no se resolverá con mentiras y desinformación. La presión de la campaña electoral lo garantiza. Todos los candidatos republicanos exigen la derogación del mandato de la Ley de Salud. Diez Fiscales Generales estatales han presentado una demanda ante Cortes Federales competentes para bloquear la aplicación de esta última abusiva medida.

Y la Iglesia Católica felizmente está unida contra el abuso, apoyada por la enorme mayoría de las Iglesias Protestantes y las Judías. Hasta algunos clérigos islámicos se han pronunciado en contra de la abusiva medida. Veremos en qué para esto, que podría seguir hasta que la administración sea obligada a retroceder.

Para lo que esto sirva, el sábado pasado le pregunté a la Congresista Ileana Ros qué haría la Cámara al respecto. Me contestó rotundamente que la Cámara obligará al presidente a cancelar este abuso. El Senador Marco Rubio también ha anunciado que presentará una Ley cancelando esta medida, y muchos otros líderes republicanos se han pronunciado igualmente, incluyendo el líder de la minoría del Senado Mitch McConnell. Pero que quede muy claro: esta oposición al presidente no tiene mucho que ver con la política.

Tiene, en cambio, todo que ver con la defensa de nuestras libertades individuales. Y recordemos, una vez más, que en la unión está la fuerza. Si los que defendemos la libertad en esta concepción, no importa cual sea nuestra afiliación política, nos mantenemos firmes, lograremos derrotar esta última -pero desgraciadamente no LA última- violación de nuestros derechos. SI SE PUEDE.
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