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sábado, 24 de agosto de 2013

Paredón



 Pelotones de fusilamientos  en Cuba  (1959 )(imagenes tomadas de internet)



 JOSÉ LEÓN D’ALESSANDRO |  EL UNIVERSAL
sábado 24 de agosto de 2013  12:00 AM
Cuba, 1959. Euforia colectiva. En los escaparates de las tiendas el busto del gran líder de la revolución bañado en oro, al pie la leyenda: "Gracias, Fidel". En el lobby del hotel Sevilla Biltmore un tractor con su rastra  y la pancarta: "Aporte de los trabajadores del hotel a la revolución".

Palacio de los Deportes: a través de la señal de radio onda corta se escuchaba en todas las Américas la voz del comandante Ernesto Guevara, mejor conocido como el Che, presidiendo el ritual. Comiencen los juicios; sumarios, sumarísimos mejor decir. ¡Gusanos! gritaba la multitud. A continuación el imputado flanqueado por milicianos, caminaba en dirección al tribunal. A cada paso el clamor iba en aumento al ritmo monocorde de ¡paaaredón!, ¡paaaredón!, ¡paaaredón! De pronto un murmullo invadía el recinto y la palidez se apoderaba del rostro de aquel infeliz. Sin más preámbulos el Che declaraba: acabas de palpar tu realidad; el vocerío, pueblo libre y soberano te ha juzgado. Los sentimientos y las pasiones desbordan en frenesí, la onda expansiva recorre más allá de los contornos del palacio; por momentos no sabemos si estamos en el coliseo de la Roma Imperial. Los límites de racionalidad son rebasados y a escasos metros del foro deportivo la descarga ciega la vida de uno de los miles de contrarrevolucionarios, así señalados, quienes correrán con la misma suerte a lo largo de los años. Los hay espectadores de pasados episodios y uniformados verde oliva arrepentidos; sobre todo el mismísimo Che Guevara,
a quien el fotógrafo Alberto Díaz, mejor conocido como "Korda", convirtiera en icono del más puro objeto del capitalismo. La otrora figura prominente de la revolución sintió desdibujarse su estrella solitaria cuando dijera a sus verdugos, ya vencido, en intento fallido por prolongar la vida: "yo les valgo a ustedes más vivo que muerto".

Estas reflexiones coinciden con la conmemoración del 77 aniversario de la muerte de un  poeta.

España, 1936. Guerra Civil. En la madrugada del 19 de agosto es fusilado Federico García Lorca en el barranco de Víznar, Granada, la tierra que le vio nacer y sepultado en fosa común sin causa debidamente sustentada. Ese paredón como todos los paredones en cualquier lugar de este planeta constituye lacerante herida abierta, símbolo sombrío de la sinrazón, pretendida manera de emplear la fuerza de las armas con el propósito de sepultar la palabra convertida en denuncia. Mancha indeleble que corroe las entrañas de sus autores y perdurará mientras exista la impronta de la metáfora.

El poema titulado "Pero que todos sepan que no he muerto", García Lorca nos dejó labrado con buril en lo más profundo de nuestros sentimientos este epitafio: "Pero que todos sepan que no he muerto/que hay un establo de oro en mis labios/que soy el pequeño amigo del viento oeste/que soy la inmensa sombra de mis lágrimas".

Venezuela. Siglo XXI. Paredón itinerante; hoy está en la barriada o en el autobús, a la salida del metro o en la urbanización. En todos los estratos desde la A a la E. "Dame lo que tienes y si no tienes me pagas con la vida". El paredón se reinventa, se transforma en morgue o mugre cuando muta en asamblea nacional y el discurso deviene en arma con silenciador, para callar y embarrar el don preciado que nos legó la independencia, el derecho ciudadano a expresarnos en libertad y defenderla bajo el imperio de la ley sin interpretaciones torcidas.
Tomado de;

http://www.eluniversal.com