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sábado, 17 de abril de 2010

Es un buen día para...

Foto: Punta del Este, Isla de la Juventud

Es un buen día. Para bien o para mal, he descubierto, a luz del amanecer, que ya no soy aquella provinciana, alta y delgada muchacha de pelo largo que salió de Banes con una maleta cargada de sueños. Muchacha tímida que emigró del terruño en busca de lo que había del otro lado del pueblo. Muchacha que desde entonces sabía que, con todos los infortunios, los fusilamientos, las blasfemias y los disturbios cajellejeros, en 1959 en Cuba nacía una nueva era que quizás beneficiaría a la mayoría de los descamisados que, a cualquier hora del día, mataban el tiempo muerto, jugando dominó, bebiendo alcohol, o cerveza, en los portales de las casuchas del barrio del Paradero de Mulas.
Muchacha que ya intuía que algo no encajaba bien en aquella historia de "nuevos héroes" que le arrebataban los bienes a aquellos que no les abrían las puertas , ni ponían en las paredes de sus viviendas el cartel "Esta es tu casa, Fidel". Bienes ganados con trabajo o heredados, o adquiridos de cualquier manera posible; bienes que pasaban a otras manos, mientras a sus legítimos dueños se les acusaba de enemigos, traidores de la patria, porque no se mezclaban con las multitudes entusiastas preñadas de esperanzas. Familias enteras proscritas, declaradas enemigas porque no creían las falsas promesas del lider bajado de la montaña como por arte de magia cuando se fue Fulgencio Batista, el mal llamado tirano...
Hoy miro con cierta nostalgia a aquella muchacha que fue niña y corrió descalza detrás de las bijiritas, de las palomas torcazas y de las mariposas, inventándose alas a la sombra de los cedros en las tardes ocupadas por los mayores de la casa en labores creadoras del pan de cada día, arando la tierra, o recolectando malangas.
¡Cómo pasan los años y envejecemos sin percatarnos de que cada día es uno menos! Pero yo, como buena cabeza dura que soy, muy optimista y siempre agradecida, siguiré pensando que cada nuevo día es uno más que Dios me regala para vivirlo plenamente.
Uno a uno mis días los he vivido llena de emociones, valorando detenidamente la belleza divina de cada cosa que me rodea, o la fealdad grotesca que me provoca rechazo... Asi he acumulado mis ya sesenta años. Cuántas historias se han hecho, se han tergiversado y hasta se han escrito en estos largos años, por aquellos que hasta se han auto proclamados protagonistas de las mismas, mientras yo, desde mi ostracismo,he sido testigo, aunque no siempre me he mantenido muda...
Como a todos, el tren de la vida me ha marcado con los detalles de su paso. Experiencias buenas han puesto brillos especiales en mis ojos. Las malas los han llenado de lágrimas por las penas que provocan los disgustos o fracasos, o las desilusiones cosechadas por las utopías abrazadas a la ligera. Las peores experiencias de mi vida han estado marcadas por la muerte de algún ser querido. El dolor más grande lo conocí siendo muy pequeña, a penas ocho años y perdí a mi madre y poco después a mi padre. No los olvido. Aprendí a vivir con ese dolor, con esa espina clavada en mi costado y tuve que resignarme y levantarme de la nada para vivir mi vida. También la muerte me alejó de otros seres a los que quise mucho y la vida me obligó nuevamente a resignarme a vivir sin ellos, aunque sus recuerdos están vivos en mi mente.
Muchas alegrías he recibido, cargadas de bendiciones, para hacerme sentir que estoy viva, estimulándome a seguir adelante, persiguiendo mis sueños que renacen con nuevas formas a cada instante. Pero les confieso que lo mejor de todo lo que me ha pasado en mi vida está en mis hijas, mis nietos, mi familia, mis amores. Por ellos vivo, por ellos renazco cada día. Siento un infinito orgullo de ser madre de mis adorables criaturas. Dos hijas que me hacen sentir muy orgullosa de sus actos y me compensan de todo lo malo que me ha tocado vivir. Mi primera niña llegó en un momento inesperado y con ella cambió para siempre el rumbo que yo misma me había trazado en mi adolescencia pueblerina. Pero no me arrepiento de haber renunciado a las clases en la Escuela de Arte de la Universidad de la Habana. No me arrepiento de lo vivido en la hoy llamada Isla de la Juventud, lugar donde pude resolver, a duras penas, un hogar para mi recien estrenado retoñito en julio de 1975. Isla a la que, en agradecimiento, le di los mejores 22 años de mi vida, de lo cual tampoco me arrepiento.
Isla de Pinos, Isla de la Juventud, lugar que llevo en mi corazón porque allí nació, trece años después de mi asentamiento, mi segunda niña, la misma que hoy me ha tirado de las orejas severamente por no tener en cuenta sus criterios, la misma que se preocupa por mi salud diciéndome que debo cuidarme y no perder mi tiempo en cosas que no puedo resolver por mi misma, como es este deseo (que se ha convertido en una razón imperiosa en mi vida) de ver a Cuba libre de la tiranía que nos excluye de nuestra tierra, de nuestras raices, de nuestra cultura.
Debo decir también que, a pesar de los regaños que recibo de mis niñas que ya se creen en sus derechos de mandarme, me siento altamente dichosa por la existencia de mis nietos; con ellos comparto las alegrías y travesuras que me devuelven parte de mi infancia perdida en el tiempo.
Han pasado muchos años. Ya soy casi una anciana. Ya no vivo en mi patria. Ya no seré nunca más esa muchacha que quería saber lo que hay, y lo que se esconde, del otro lado de aquel mar que veía desde el portal de la casa donde dio sus primeros pasos. Mar que me llenaba de angustia cada vez que llovía muy fuerte porque pensaba que podía desbordarse y arrasar con todo a su paso. Mar que a la vez me fascinaba -y aun me fascina- con ese embrujo propio de las maravillas que el universo encierra. Mar, azul como el color que me enamora, y que hace que no pueda vivir lejos de su orilla.
Mar que hoy, temprano en la mañana, me ha gritado que ya mi otra pequeña niña se ha hecho mujer, que pronto emprenderá su vuelo. A ésta, mi otra niña, también le han crecido las plumas, y por ley de la vida, hará su propio nido, quizás también en esta tierra extraña que nos abrió las puertas cuando nos marginaron en aquella que era nuestra.
Bendita por siempre sea esta tierra donde han nacido mis nietos...
Quién sabe bajo qué roble americano descansarán mis huesos.
La Cuba de mis recuerdos no es la misma de hoy a pesar del estatismo de su sistema de gobierno socialista, autoritario, diabólico. Los rostros que se pasean por sus calles, con sus caretas o no, ya no son los mismos de antes. El paisaje tampoco es el mismo, ni las fachadas de los portales, ni los alimentos que se sirven en sus mesas desmanteladas. Todos hemos cambiado. El presente se vuelve pasado y va muriendo lentamente al igual que nosotros.
Ya voy sintiendo que la muerte, muy a mi pesar, a veces se anuncia desde lejos, con su guadaña a cuesta, aunque yo, como Francisca*siempre estoy muy ocupada, pero si un día me alcanza, me largaré en sus brazos, totalmente satisfecha haber vivido siempre en paz conmigo misma, a pesar de las criticas que he levantado a mi paso...
Esperanza E Serrano
*Francisca, personaje creado por Onelio Jorge Cardoso en su cuento "Francisca y la muerte".