Sentada
en su vieja poltrona, escondida detrás de las coloniales rejas, día
a día, Sofía mira pasar los transeúntes. A veces
su mirada se pierde tras las viejas fachadas y ya sus ojos no ven nada de
lo que pasa debajo de su ventana.
Se
escapa por el largo camino de los recuerdos, de las cosas idas o vividas. A
veces se le confunden las fechas, y siente que todo se repite día a día, como
si el tiempo le jugara una mala pasada, como si se hubiera detenido en una larga
jornada, en este lugar donde todo permanece estático y las personas
actúan como robots movidos por un discurso interminable , monotemático y aburrido que ya a nadie emociona ni confunde, porque es
el discurso del monarcastro a sus súbditos; siempre ordenando más y más
sacrificios y ya no hay formas de apretarse el cinturón sin que se desgarren
las costillas.
Más
de medio siglo ha pasado desde que rebeldes barbudos bajaron de la Sierra.Entraron en las ciudades prometiendo un
cambio, declarando “una revolución hecha por
lo humildes, para los humildes y con
los humildes”.
Los pobres humildes cayeron en la trampa de las promesas, creyeron que al fin había llegado "el mesías" que les resolvería sus problemas.Lo aplaudieron con
entusiasmo y lo apoyaron en todas sus decisiones arbitrarias en contra de los ricos, sin tener en cuenta los atropellos, los abusos, las confiscaciones de bienes, los fusilamientos, el destierro forzado y muchas medidas más que en contra de aquellos infelices dictaba el líder enfurecido, sembrando odio, sed de venganza, desunión incluso entre las familias.
Las masas entusiasmadas cumplían ciegamente las órdenes de aquel endemoniado "mesias" que les prometía un futuro luminoso lleno de bonanzas, prosperidad, con una nueva sociedad igualitarista, sin discriminación, sin prostitución, sin miserias, sin corrupción. Les prometía y les hacía trabajar y luchar en todos los terrenos, incluyendo las guerras"internacionalistas" guerrilleras y solidarias... Esfuerzos y sacrificios del presente -que nunca pasa por ser presente- en aras de un futuro mejor -que nunca llega por ser futuro- Todo supeditado al supuesto objetivo de crear una Cuba socialista, superior a cualquier sociedad moderna capitalista
Sofía
busca y rebusca y no encuentra que fue lo que se trabó en el intento, aunque
desfilan día a día en sus recuerdos los primeros juicios, los
paredones de fusilamientos, la renuncia del Comandante Hubert Matos, la
desaparición de Camilo Cienfuegos, la alfabetización y su estribillo, de “estudio, trabajo, fusil” las tres
opciones de aquel momento. Sofía recuerda las
llamas que convirtieron la tienda El Encanto en cenizas… las
movilizaciones por Playa Girón y los cubanos que vienieron a pelear en contra
de los barbudos revolucionarios. Invasores mercenarios, como les llamó " el mesías", obviando que eran también cubanos con todo el derecho de luchar por la patria perdida.
por su mente desfilan las iágenes y los miedos de aquel octubre del año 62 y la crisis de los misiles, que por poco desata la tercera
guerra mundial. Luego desfilan confusas imágenes de los alzados del
Escambray y de la Sierra del Rosario. Imágenes que se confunden con los
recuerdos de Julian, su hijo mayor, que se fue en un bote pesquero con su mujer
y sus dos niñas, y ella llorando por temor al mal tiempo, y sus dos
pequeñas nietas tan contentas porque iban a conocer la nieve.
Otra vez la
lágrimas empañan sus recuerdos por aquel día que se quedó llorando por el hijo,
culpado de traidor, de gusano apátrida, el hijo y su familia condenados al
destierro… Recuerdos que se mezclan con
otros ocurridos veinte años después, cuando volvieron a encontrase en una
visita de apenas unos días. Le duele pensar en su hijo Julián, en sus nietas
perdidas para siempre por habitar en mundos diferentes…
Otra vez desfilan
imágenes de los
remotos primeros veinte años marcados por las tantas guerras en países en
los que Cuba, a penas un punto en la geografía, era considerada como un
faro y guía de América Latina, Asia y Africa por su cacareaba “Gran
derrota del Imperialismo Yanqui en América”. Uno de los países
que se coló en la casa y vida de todos los cubanos por aquella época fue
Angola…
Para
Sofía Angola es mucho más que un país de negros africanos. Angola es el
recuerdo imborrable de su nieto Adriano…Las lágrimas se escapan
involuntariamente. Sus pasos por el tiempo la llevan a la última vez que vio su
rostro... Cuando partió con su uniforme verde olivo sólo tenía diecisiete años
y su cabeza llena de sueños. Adriano partió pensando que el servicio militar pasaría
rápido. Soñaba con el mar y con los barcos en los puertos. Adriano quería
ser marinero mercante y recorrer el mundo para regresar a la isla cargado de
regalos para todos. Pero Adriano se fue a la guerra, a cumplir una misión
internacionalista y allá quedó su sangre derramada en vano… Al cabo de diez
años le entregaron la cajita sellada, les dijeron que en ella venían los restos
del muchacho. Era una cajita pequeña, de madera forrada de negro. Era
igual a las diez mil cajitas que llegaron de regreso a casa allá por los
años 90, como última remesa de la guerra en Angola. Adriano no fue escogido
para representar su ciudad en el cementerio donde descansan los restos de los
mártires ilustres. Sólo catorce, de aquellos diez mil muertos en Angola regresados en cajitas, fueron enterrados en el
mausoleo de los héroes. El pobre muchacho ni siquiera era militante de la
juventud comunista de Cuba cuando perdió la vida en tierra extraña. Era uno más
del montón, un joven adolescente muerto cumpliendo con su deber como recluta de
siete pesos cubanos , enrolado por su edad, en el servicio militar
obligatorio de Cuba. Adriano no era más que un pobre recluta
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, que por esa época estaba
empeñada en librar guerras de “liberación” en tierras lejanas para
exportar la revolución fidelista_ socialista, en los países de tres continentes:
Asia, África y América Latina, unidos por su odio al desarrollo de
las potencias capitalistas, y sobre todo, por su odio a Los Estados
Unidos de América. Era la época del sacrificio por el internacionalismo
proletario…
Sofía,
como la gran mayoría de las madres cubanas, nunca ha comprendido por qué el
gobierno cubano ha mandado y continua
mandando a los jóvenes a pelear y / o a
cumplir misiones especiales en tierras extrañas
si siempre se han necesitado brazos fuertes, vigorosos para trabajar y sacar la patria del
estancamiento en que ha caído por los desastres y fracasos de planes y más planes que desde 1959 no acaban de dar resultados
económicos satisfactorios para que los pobres dejen de ser tan y más pobres que antes.
Como
un relámpago pasa ante ella el año del esfuerzo decisivo, seguido por el
fracaso de la zafra de los diez millones…
No puede evitar pensar
en Chile y en la libra de azúcar que les quitaron de la cuota, ya de por
si escasa: seis libras por persona al mes, en un país hecho de azúcar, en
solidaridad con el gobierno de Allende y aunque han pasado más de treinta
y cinco años de los acontecimientos del Palacio de la Moneda, y hace más de
quince años que el dictador Augusto Pinochet entregó el gobierno de Chile a la
democracia, esa libra de azúcar no regresa a la cuota, que se ha quedado
ya reducida a cuatro desde el periodo especial de los años 90.
Sofía
está convencida que esa libra de azúcar no volverá a la cuota de la libreta de
racionamiento, por más que Cuba era un gran exportador de azúcar en otra época
ahora ni siquiera se produce lo necesario para el consumo nacional. El azúcar que
tantas vidas ha salvado en estos años de crisis. De nada vale que el agua
con azúcar, caliente o fría, sea lo único que puedan tener los cubanos para comenzar el día. Eso a los que mandan, no
les importa. Ellos desayunan otras cosas. El agua de zambumbia, hecha con
azúcar prieta es parte de “lo nuevo” de
estos tiempos, se ha impuesto en contra de gustos y costumbres por
la falta de pan, galleta mantequilla y una buena taza de café con leche… ¿Quién
se acuerda que el café con leche y el pan con mantequillas era el desayuno predilecto del cubano?
Son tantas y tantas las costumbres y tradiciones alimentarias cubanas que se han
perdido en estos más de cincuenta años de constantes escaseces, que ya nadie se
acuerda del café con leche ni de las frutas jugosas que se encontraban a
montones en cualquier lugar. Son décadas
y décadas en lo mismo: acostarse y
levantarse pensando dónde y cómo conseguir la comida del día…
Torpes
y mal alimentados andan esos cuerpos que caminan como autómatas cargando una jaba plástica en la
echan lo que encuentren, a su
paso, así sea en el latón de la basura de los barrios donde viven los que
tienen mucho: los que compran en la shopping y no se sientan tras las ventanas
de una habitación en ruina, a ver pasar la muchedumbre como jaurías deambulando
por las calles en busca de comida.
Muchedumbre
que no le importa lo que digan los papeles que recogen las absurdas leyes
que la privan de los más elementales derechos humanos, leyes que de tan
ambiguas y absolutas, declaran ilegales a los nacidos en los campos y ciudades
de otras provincias, si se atreven a mudarse para la capital aunque sea para un barrio de ¨”quita y pon”;
de esos que abundan en los alrededores de La Habana donde hay niños que
no tienen el derecho al litro de leche que le venden en la bodega a los otros,
iguales a ellos por ser menores de siete años, que han tenido la suerte de nacer
legales en la ciudad en ruinas.
Los
ojos de Sofía están marchitos y agotados de ver tanta miseria en la que cinco
décadas atrás era una de las zonas más alegre de La Habana: Prado y Neptuno,
famosas además por el chachachá de Enrique Jorrín que la Orquesta
Aragón inmortalizó con su estribillo: La engañadora.
Desde
su vieja y destartalada ventana, Sofía mira y mira y aunque no encuentre nada
nuevo, ella sigue fiel, como un vigía oteando el horizonte, aunque nadie
entienda qué puede mirar una señora, de más de setenta años, detrás de su ventana. A nadie le
preocupa su existencia pero ella está ahí: firme, esperando para ser de las
primeras, en ver lo que ha de llegar algún día, a pesar del discurso oficialista
y de la monotonía que persiste en enterrarla aunque viva todavía…
Esperanza
E. Serrano
Julio 2010