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Mostrando entradas con la etiqueta Banes en mi memoria.Esperanza E Serrano. Mostrar todas las entradas
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jueves, 5 de agosto de 2010

"Arrieros somos y en el camino andamos"

Muy mal anda mi pueblo. Ese no es el Banes donde yo nací y crecí.
Las nuevas generaciones de banenses se están mostrando ante el mundo como seres despiadados, fanáticos, agresivos, ásperos, inhumanos. Ese no es el pueblo de Banes que yo llevo en mi memoria y en mi corazón. Yo crecí cerca del barrio donde vive Reyna Luisa Tamayo. Los restos de su hijo Orlando Zapata Tamayo descansan en el mismo cementerio donde reposan los restos de mis padres, mis abuelos y mis tíos.

Los primeros veinte años de mi vida los pasé alli. Mis primeros sueños se quedaron enredados en las calles de ese rinconcito de Cuba, hoy tan distinto y tan distante.


Recuerdo muy bien que en mi pueblo no se hacían actos de repudio a nadie. Las turbas castristas callejeras no podían, ni por asomo, intentar agredir a alguien por manifestarse abiertamente en contra del gobierno comunista de los hermanos Castro y su élite acompañante porque Banes, la tierra del General Fulgencio Batista, tenía muy bien ganada su fama de ser un pueblo de contrarrevolucionarios.


Los tiempos cambian. Con ira, dolor y mucha pena leo cómo las turbas conformadas por niños y jóvenes banenses fundamentalmente, asedian, persiguen, maltratan y agreden a la madre de Orlando Zapata Tamayo , mujer valiente que reclama justicia por el asesinato de su hijo en las ergástulas del régimen.


Reina Luisa Tamayo merece que el pueblo entero, al menos, respete su dolor ya que no son capaces de unirse a ella a reclamar castigo para los verdugos que asesinaron a su hijo. Parece que ya en mi tierra no funciona aquel refrán que de niña escuché a mis vecinos:
"
Hoy por ti, mañana por mi."


Nadie sabe lo que el futuro depara, sobre todo en un pais en el que no se respetan los derechos humanos. "Arrieros somos y en el camino andamos". Asi les gritaría mi viejo a esas turbas de cobardes, que, azuzadas por el gobierno castrista, se comportan como perros rabiosos ante una mujer indefensa.

¡Que Dios y la Virgen de la Caridad del Cobre se apiaden de esos salvajes! Yo no, yo los detesto por cobardes, por miserables esclavos arrastrados de rodillas ante el tirano que los veja y los aplasta diariamente


Esperanza E Serrano


La madre de #OZT, acorralada por una turba castrista en Banes

lunes, 27 de julio de 2009

Banes en mi memoria.

No sé lo que pueda significar para otros ese pueblito perdido en la costa norte de la provincia de Holguín. Pero para mí, Banes es un lugar especial. Allí nací y crecí, en contacto directo con la naturaleza exorbitante que rodeaba la casa de mis padres. Todavía cierro los ojos y puedo ver el panorama...

Demarcando las cercas del patio, del huerto, del jardín y del establo, recuerdo que estaban los enormes algarrobos, cedros, guásimas, y hasta un flamboyán atrevido que cada cierto tiempo desafiaba el horizonte con su colorido rojo anaranjado por encima del verde equilibrado de los otros árboles, más modestos y hasta más elegantes en sus estructuras.

Mi padre era un hombre de campo. Le gustaba sembrar y sacarle el mayor provecho a cada pedazo de tierra que poseía. Por eso construyó la casa familiar en medio de una parcela de tierra que él personalmente atendía. Tierra fértil donde todo lo que sembraba se le daba a manos llenas. El tenía otras parcelas mas alejadas, donde tambien sembraba de todo lo que se le antojaba cultivar. En mi casa siempre había frutas frescas, viandas, legumbres... Como teniamos vacas lecheras no faltaba la leche, el queso y la mantequilla casera.

A mi viejo le gustaba el guarapo fresco. Sembraba cañas del tipo medialuna, cerca de la casa. Cuando las cañas estaban en su punto, crecidas, hermosas y cargaditas de jugo, las pasaba por una máquina moledora, a la que le llamábamos el trapiche. Con mucho entusiamo mi padre le brindaba guarapo fresco a los amigos, vecinos y familiares que pasaban por allí a visitarnos . Nunca supe por qué les gustaba tanto el jugo de caña medialuna, porque a mí, particularmente, no me agrada su sabor.

Cuando en las tardes todos se sentaban en la enorme sala a disfrutar sus vasos de jugo de caña fresca, entre conversaciones de mayores, risas y cuentos, yo andaba por los alrededores mordiscando una guayaba, un caimito, una naranja, un mango o una ciruela. Éstas últimas siempre me hacían daño, cada vez que me comía más de una, me enfermaba del estómago con eso que los guajiros de mi tierra llaman empacho. A mi no me importaban las consecuencias. Cuando miraba para la mata de ciruelas y encontraba algunas medio maduras, y nadie me veía, las tumbaba y a un rincón, lejos de todos, me iba a saborear la fruta prohibida aunque después la fiebre me mantuviera en cama por unos días. Los niños son tremendos, arriesgados a más no poder y yo no era la excepción.

Recuerdo que cuando los mayores hablaban temerosos sobre algo de lo cual en aquel entonces yo no entendía nada, a los niños nos mandaban para las habitaciones interiores. Eran cosas muy graves sobre elecciones, presos políticos, alzamientos en las lomas. Yo a duras penas escuchaba, aunque no entendiera "ni papas", de lo que hablaban, pero les aseguro que me daba una "roña" enorme no poder ir tranquilamente a corretear por las laderas de las lomas, o a las márgenes de los ríos que por allí corrían libremente.

De niña traviesa me gustaba correr detrás de las mariposas, de los gorriones y hasta de las palomas torcazas que tenían sus nidos en las ramas de los cedros. Pero los espectáculos mejores lo daban los pajaros carpinteros siempre martillando en las cortezas de los viejos arboles, mientras los zunzunes libaban la miel de las madreselvas que a ambos lados adornaban el sendero que conducía a la casa. Pajaros y zunzunes que jamas pude tocar pero que tenían la magia de mantenerme encantada durante horas observándolos mientras ellos se lucían con todo su esplendor; unos abriendo huequitos con un ritmo tan peculiar que para mi cabeza de niña soñadora, significaba el llamado a la danza del néctar de las flores a la que acudían prestos y muy activos los lindos zunzunes introduciendo sus largos picos en las corolas mientras se mantenían fijos en el aire gracias al veloz trepitar de sus lindas alas verde-azulosas que no paraban, como si una fuerza interna muy grande las mantuviera en un punto fijo, prendidas en el aire...

Tengo recuerdos muy bonitos de mi infancia en los campos de Mulas y de Banes, ese pequeño pueblo oriental donde desperté a la vida. Me gustaba caminar por sus calles limpias , perseguír el olor de las frutas de las placitas del puente donde un gran reloj marcaba la hora avisándome el momento exacto en que debía regresar a casa. En esa placita los campesinos de la zona vendían sus productos frescos, sobre todo frutas, viandas y vegetales, aunque también vendían huevos y pollos vivos. Siempre había mucha actividad en esa zona a cualquier hora del día.

Los domingos por la tarde me iba con mi hermana Dania y con algunas primas y amiguitas del barrio a jugar al parque infantil o a ver la película de la tanda del domingo en el cine teatro José María Heredia.

El parque infantil que más visitábamos era el de la Guira, prácticamente lo inauguramos nosotras junto con otros chiquillos del barrio. Fulgencio Batista lo mandó a construir en el año 1956, como parte de un complejo de servicios públicos gratuitos que incluía una biblioteca, una escuela primaria, un policlínico, una escuela para adultos llamada de Artes y Oficios y un salón de actividades o reuniones. La Guira que yo conocí en mi infancia era un barrio alegre, con muchas casas bonitas, limpias, con jardines llenos de rosas y de flores preciosas.

En ese barrio nació Fulgencio Batista. Casi toda mi familia por parte de padre vivía allí, de ahí que gran parte de mi infancia transcurrió en aquellos parajes de los que guardo recuerdos tan agradables que aún se mantienen frescos en mi memoria a pesar de los años y de la distancia que me separan de ellos.

En mi pueblo y en mi vida, un mal día todo cambió de repente. Las conversaciones de los mayores a penas se escuchaban, hablaban como en susurros dentro de las casas. Algunos comenzaron a hacer planes para marcharse del país antes de que fuera demasiado tarde. Por esa época y por esos cambios, perdí a casi toda la parentela de mi padre. Se acabaron los domingos en el parque de La Guira, las tardes en la biblioteca y los paseos a caballo por las lomas de Mulas.

Nunca he podido olvidar unas frases que mi padre repetía constantemente unos meses antes de morir en el año 1960 : "la sangre que han derramado no es nada en comparación con lo que se avecina. Ese loco es peor que Batista, acabará con Cuba y con todo lo que se le pare por delante". Cuando aquello yo era todavía una niña inocente y no entendía ni la mitad de las cosas que estaban sucediendo a mi alrededor. Mas tarde comprendí que el loco del que hablaba mi padre con tanto pesimismo, era Fidel Castro Ruz...

Esperanza E Serrano

miércoles, 27 de mayo de 2009

Memorias de mi infancia.

Desde pequeña siempre me he sentido, de una forma u otra, ligada a Estados Unidos.

En el pueblo donde nací, en la segunda mitad del siglo pasado, por doquiera se veía y se sentía la presencia de los americanos; así le llamábamos y le llaman a los estadounidenses en mi país. Mi padre trabajaba para una compañía norteamericana establecida por muchos años en la zona. La United Fruit Company. Recuerdo que era una de las principales empleadoras de la localidad.

De niña me gustaba pasear por el barrio americano, me gustaba caminar por sus aceras a todo lo largo de la calle Los Angeles. Mi escuela primaria quedaba cerca de la zona, y aunque no necesariamente tenía que pasar por allí, para ir o regresar de la escuela, siempre me desviaba al volver a casa. Disfrutaba caminar por todo el barrio, transitar por aquellas calles limpias, mirar los jardines y las lindas casitas...En una de ellas vivía Jeanny, mi amiguita americana.

Jeanny asistía a la misma escuela pública donde yo estudiaba. Fuimos compañeras de aula y de grupos desde el primer grado, en la Primaria de la calle Mulas, en Banes. Recuerdo que a la hora del recreo nos divertíamos mucho con las ocurrencias de ella y de otros niños americanos que apenas hablaban español, pero se comunicaban perfectamente con nosotros. A la hora de las travesuras, de los juegos y de las rondas, todos nos entendíamos, el único problema, motivo de algunas riñas infantiles, se presentaba cuando nos daba por tumbar los tamarindos de la mata del patio de la escuela. Ahí sí se armaban buenas broncas entre toda la muchachada, disputándonos los mejores frutos. En esas riñas se imponía la ley del más fuerte y los ganadores siempre eran los cubanos de lo grados superiores.


Mi amistad con Jeanny comenzó en tercer grado y terminó cuando ambas cursábamos el séptimo grado en el año 1962. Año en que sus padres y todas las familias americanas que aún quedaban en mi pueblo, se vieron forzados a regresar a Estados Unidos.


El día de la despedida fue duro para todas. Nunca lo podré olvidar. Hasta ese día habíamos sido un grupo inseparable, tres niñas adolescentes cubanas y una americana. Un cuarteto. Todas unidas en las buenas y en las malas, compartiendo sueños, alegrías, juegos, travesuras, canciones, ilusiones...
Jeanny y todas nosotras llorabamos desconsoladamente desde que recibimos la noticia de que se tenía que ir de Cuba. A los americanos establecidos en Cuba desde muchos años atrás, no les quedaba otra alternativa . El nuevo gobierno establecido por Fidel Castro desde 1959, los obligaba abandonar definitivamente el país.

Jeanny a penas tenía doce años y su vida, su estabilidad emocional, su seguridad, se vio interrumpida bruscamente. Tenía que renunciar definitivamente a todo lo que hasta ese momento había conformado su vida. Todas las pertenencias de la familia fueron confiscadas. Ella había crecido en aquel lindo barrio. Toda su infancia la pasó jugando con nosotras, sus amiguitas cubanas, en el patio de su casa, en la escuela, en el parque infantil del pueblo, en la playa. Con nosotras compartió sus libros y sus fabulosos juguetes. En la sala de su casa disfrutábamos de las peliculas de Disney World...

A la hora de partir, ni siquiera pudo dejarnos uno de sus libros como recuerdo de nuestra amistad. Todo fue inventariado por las nuevas autoridades. Ninguna de nosotras supo nunca a dónde fueron a parar las lindas muñecas de Jeanny, ni sus vestidos, ni sus zapatos, ni sus joyas, ni sus películas... Ninguna de nosotras volvió a saber de ella y de sus tres hermanitos.

Han pasado muchos años, pero en mi memoria siempre ha vivido aquella niña rubia de ojos azules, con la que reí en tiempos felices y la que lloró de dolor conmigo el día que murió mi madre...

Esperanza E. Serrano


Note:

In Cuba, in 1950, United Fruit Company employed 14,000 sugar cane cutters and owned 330,000 acres of arable land, 850 railcars, two company DC-3s and a 75-foot yacht.