DEL CASTRISMO A LA CASTRACIÓN
Por: Dr. Eugenio Yañez
Nada más patético que alguien, como Raúl Castro, pretenda presentarse como “revolucionario” y defienda a la vez el criterio de que “en la actualización del modelo económico cubano, cuestión en la que se avanza con un enfoque integral, no puede haber espacio a los riesgos de la improvisación y el apresuramiento”.
A los hermanos Castro parece que no les ha bastado con más de cincuenta años de disparates, irresponsabilidades y destrucción sistemática de la nación cubana. El general-presidente declara sin sonrojarse: “Tengo conciencia de las expectativas y honestas preocupaciones, expresadas por los diputados y los ciudadanos en cuanto a la velocidad y profundidad de los cambios que tenemos que introducir en el funcionamiento de la economía, en aras del fortalecimiento de nuestra sociedad socialista”
Pero enseguida se desdice en la práctica: “En este sentido me limito, por ahora, a expresar que en la actualización del modelo económico cubano, cuestión en la que se avanza con un enfoque integral, no puede haber espacio a los riesgos de la improvisación y el apresuramiento. Es preciso caminar hacia el futuro, con paso firme y seguro, porque sencillamente no tenemos derecho a equivocarnos”.
Ni siquiera Leonid Brezhnev cuando era una casi-momia viviente, o el Mao Zedong almidonado a quien un ayudante escondido tras él levantaba la mano para hacer como que saludaba desde los balcones, mostraron conductas tan timoratas y pusilánimes como hizo el general-presidente en el reciente discurso de clausura de la siempre unánime y dócil Asamblea Nacional del Poder Popular.
“La improvisación y el apresuramiento” caracterizaron las decisiones de orientar la revolución cubana hacia el bloque soviético desde 1959, la intromisión subversiva en América Latina en los años sesenta, la llamada ofensiva revolucionaria en 1968, la zafra de los diez millones en 1970, la invasión de Angola en 1975 y su posterior repetición en Etiopía, el ridículo de Grenada en los años ochenta, el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas en 1986, los fusilamientos de 1989, la implantación del período especial tras el desmerengamiento socialista, la dolarización de la economía en los noventa, la destrucción de la industria azucarera cubana.
En todas esas improvisaciones y apresuramientos del Comandante en Jefe durante medio siglo, el flamante y ahora tan cauto general-presidente nunca se caracterizó por el llamado a la cordura de su incontrolable hermano, por ser una voz de sosiego y reflexión dentro del alboroto-escándalo carismático, ni por pedir alguna vez evitar “la improvisación y el apresuramiento”.
Todo lo contrario, mantuvo todo el tiempo, durante cuarenta y siete largos años, un vergonzoso silencio cómplice, y afirmaba públicamente que su hermano era “el papá de todos nosotros”. Y cuando las circunstancias –no los deseos- le forzaron a hacerse cargo provisionalmente de la dirección del país, mostró cualquier cosa menos voluntad y corazón para mantener una posición propia e independiente.
Al revés: cuando en febrero del 2008 el muy deteriorado anciano dictador, imposibilitado físicamente de seguir siendo el soberano absoluto, delegó en el general de opereta (pues no se le conocen batallas) los cargos de presidente de los consejos de estado y de ministros, lo primero que hizo Raúl Castro fue “pedirle permiso” a la Asamblea Nacional –que en más de treinta y tres años de existencia no ha expresado nunca ni un solo voto individual en contra de algo- para consultarle al Comandante en Jefe sobre todas las cuestiones importantes del país.
Triste papel del general-presidente, al que no se rebajaron tanto los coroneles Carlos Mendieta y Federico Laredo Brú, ni Andrés Domingo y Morales del Castillo, aún cuando ellos sabían que su “presidencia” dependía de las decisiones y la aprobación de Fulgencio Batista.
Un general-presidente que es capaz de aparecer sonriendo en una Feria del Libro o besarle la mano a Alicia Alonso u Omara Portuondo, pero desaparece tan pronto los huracanes están golpeando la Isla; incapaz de lograr que se construyan más de treinta mil viviendas al año cuando el déficit habitacional supera el millón de unidades; que cuando en 2007 se creyó que podría ser líder desbarró contra el marabú y, sin que nadie se lo pidiera, dijo que era una vergüenza que todavía se hablara de que los niños hasta los siete años recibían un litro de leche al día cuando el resto de la población no podía consumirla, para que dos años y medio después el marabú siga siendo la plaga reinante en el país y la situación de la leche siga igual o peor.
Un “líder” cuya primera decisión es querer pedirle permiso a otra persona para dirigir, y que se define en público a sí mismo, muy tranquilamente, como “una sombra”, no puede conducir ni siquiera una comparsa del carnaval, mucho menos un país en bancarrota y crisis terminal.
¿Quién sigue y acepta realmente el liderazgo de Raúl Castro en la Cuba de hoy, además del dinosaurio José Ramón Machado Ventura? No se trata de los que teman y obedezcan por terror, de quienes siempre aplauden o asienten, o de los que le ríen el chiste aun antes de haber terminado de contarlo, sino de los que realmente se sienten orientados o guiados por el jefe de gobierno, de quienes consideren que sus orientaciones y órdenes son inteligentes y prácticas, de los que confían que bajo su liderazgo el país podrá salir de la crisis económica y social que se vive en estos tiempos, la más profunda de la historia de Cuba.
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que la reforma salarial establecida hace más de un año no se ejecute porque a la burocracia no le da la gana de pasar trabajo y a nadie le interesan las dificilísimas condiciones de vida de los cubanos de a pie?
¿Es culpa del “bloqueo”, del imperialismo” o de los huracanes que más de la mitad de las tierras hábiles del país estén cundidas de marabú y malas hierbas, pero su distribución bajo arrendamiento a quienes desean ponerlas a producir demore meses y más meses, que no se les facilite acceso a equipos y aperos de labranza a quienes reciben la tierra, que no puedan obtener semillas, o alambre para cercas, machetes, guatacas o botas de trabajo?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que el acopio agropecuario estatal sea incapaz de evitar las continuas pérdidas de miles y miles de toneladas de productos alimenticios, mientras el país gasta miles y miles de millones de dólares en el extranjero comprando alimentos en cantidades que resultan insuficientes para las necesidades de la población?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que los agricultores privados, a pesar de las innumerables regulaciones y arbitrariedades que pesan sobre ellos, sean mucho, pero mucho más productivos y eficientes que las empresas estatales y las Unidades Básicas de Producción Cooperativa?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que el soberbio Comandante en Jefe haya considerado la producción azucarera cubana como la ruina del país y haya ordenado su desmantelamiento? ¿Acaso el ahora tan cauto general-presidente tuvo el corazón suficiente para aconsejar a su hermano mayor que debía evitar “la improvisación y el apresuramiento” en una decisión de esa magnitud?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que turbas de facinerosos golpeen como les da la gana a indefensas y pacíficas mujeres en la calle, mientras la policía que debería mantener el orden ni se da por enterada?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que en el país exista una doble moneda, que se pague a los cubanos en una moneda nacional totalmente devaluada y sin poder adquisitivo ninguno, mientras la escasa oferta que no resulta ilegal es en otra moneda completamente diferente, y que se declare tranquilamente que la solución de tal engendro necesita años?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes acusar a los cubanos de pensar como pichones con la boca abierta, que solamente desean depender del estado benefactor y paternalista, cuando no se les permite ganarse la vida de una manera decente y esforzada fuera de los marcos del súper ineficiente y burocrático estado totalitario?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que los deportistas cubanos se cansen de poner su esfuerzo y su musculatura en función de la propaganda y la mentira política, y prefieran arriesgarse para buscar ser recompensados como corresponde a los atletas destacados en cualquier lugar fuera de la Isla cautiva?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que los deportistas cubanos que triunfan en el profesionalismo fuera del país sean ídolos para los cubanos dentro de la Isla, mientras el régimen solo pretende insultarlos, difamarlos, ningunearlos e ignorarlos?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que cincuenta años después de haberse supuestamente eliminado la discriminación racial en el país las proporciones de negros y mulatos –y que no se hable de “afrocubanos” que no existen- sea ridículamente minoritaria en cargos de dirección y empleos relacionados con el turismo, los viajes al exterior y el acceso a divisas?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que los salarios en Cuba sean escandalosa y ridículamente bajos, y además pagados en una moneda que no vale, mientras se le exige a los trabajadores esfuerzos y sacrificios constantes en aras de un futuro muy borroso y además pospuesto con carácter indefinido?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que la gerusía gobernante –pareja de reyes a cargo del país, donde un Comandante se impone sobre un general y lo desprecia- y el consejo de ancianos que dice gobernar, también conocido como Comisión del Buró Político, y donde todos se consideran gobernantes vitalicios, no tenga el más mínimo sentido de la realidad, ignore los acuciantes reclamos populares, y viva tan “preocupado” por el calentamiento global o la “crisis mundial”, mientras en el país no alcanza la comida, no hay viviendas decorosas para los cubanos, la productividad continúa decayendo, nadie cree en el futuro y millones de cubanos desean emigrar para escapar del paraíso revolucionario?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que la contabilidad en Cuba no sea confiable, cuando esa técnica económica sirve para controlar la actividad económica en todas las naciones del mundo?
¿Es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes pretender regresar a la planificación centralizada y los planes quinquenales que más de setenta años de intentos en el socialismo real demostraron que no sirven para nada?
¿Tiene sentido, en un país en bancarrota total, destinar tanto dinero, recursos, tiempo y energías a pretender “exigir” la liberación incondicional de cinco espías convictos en Estados Unidos, que pretendieron penetrar instalaciones militares norteamericanas, y quienes fueron juzgados con todas las garantías procesales existentes, mientras cientos de prisioneros de conciencia en Cuba cumplen sanciones más largas que las de algunos de esos espías, porque son considerados mercenarios o como agentes del imperialismo, y no se acepta hablar sobre su situación con gobiernos extranjeros que se desviven por santificar la tiranía?
¿Qué importan los discursos del jefe de gobierno o las tonterías que declare ahora el Ministro de Relaciones Exteriores cubano sobre una supuesta disposición del régimen a conversar con Estados Unidos, si en esas mismas declaraciones ya se establecen condicionamientos, exigencias y reglas del juego que serían inaceptables hasta para un país militarmente derrotado, mucho más para el país más poderoso del mundo?
¿Tiene sentido enorgullecerse de una supuesta independencia con relación a los países más democráticos y desarrollados del mundo, para depender miserablemente de un golpista como Hugo Chávez, un inculto reaccionario indigenista como Evo Morales, un desacreditado corrupto como Daniel Ortega, o un demagogo como Rafael Correa, todos agrupados en un engendro llamado ALBA, que resulta lo más parecido a un ocaso de tormenta?
¿Tiene sentido la amistad con gobiernos dictatoriales y corruptos como Angola, Guinea Ecuatorial, Libia o Belarús, mientras se fomenta el enfrentamiento y se desprecia el acercamiento con Europa Occidental o diversas económicamente sólidas democracias asiáticas?
¿Es justo, humano, decente, o tan siquiera revolucionario que en Cuba esté funcionando un solo equipo de Resonancia Magnética Nuclear (MRI en inglés), con la consiguiente afectación a los servicios de salud de los cubanos de a pie, mientras se han enviado hacia Venezuela más de cinco de estos sofisticados equipos, con el único objetivo de brindar servicios médicos en función de desarrollar la propaganda bolivariana y el engaño a los pueblos?
¿Cómo es posible llamarse comunista y ser incapaz de convocar un Congreso del Partido, que no se celebra hace ya más de doce años, cuando el congreso supuestamente se define como “la reunión más importante del Partido y el país”, posponiéndolo con carácter indefinido hasta las calendas griegas?
¿Como es posible anunciar para realizar “en breve” una conferencia del partido, como sucedáneo del congreso indefinidamente aplazado, y que seis meses después de su muy pomposo anuncio no se haya dicho una palabra más sobre tal conferencia?
¿Por qué la prensa oficial –y única autorizada en el país- no hizo mención a la alocución televisiva navideña del Cardenal de La Habana, donde timoratamente mencionaba la posibilidad de que los cubano-estadounidenses pudieran visitar a sus familiares en Cuba este año, gracias a la autorización del jefe del “imperio”, aunque silenciaba la prohibición de entrada al país a otros cubanos, y la de viajar al exterior sin la humillante y arbitraria “tarjeta blanca” y un “permiso de salida”?
En resumen, ¿es culpa del “bloqueo”, del “imperialismo” o de los huracanes que el general-presidente sea incapaz de solucionar uno solo de los más acuciantes problemas del país, o que no se haya atrevido a intentar los cambios estructurales y de concepto que prometió sin que nadie se lo hubiera pedido? ¿O será que quizás piensa que sus funciones de jefe de estado y gobierno se limitan a sus obligaciones familiares, comenzando por rendirle pleitesía absoluta y subordinación total al tirano principal?
¿Cuáles son los méritos intelectuales y políticos, cuál la experiencia de su hijo Alejandro Castro Espín para ser asesor del Consejo de Estado? ¿Cuáles son los méritos deportivos y gerenciales, cuál la experiencia de su sobrino Antonio Castro Soto del Valle, hijo de Fidel Castro, para ser vicepresidente de la Federación Internacional de Béisbol?
¿Qué cargo subordinado o qué servicio social realizó en la base su hija Mariela Castro Espín para ganarse la dirección del Centro Nacional de Estudios Sexuales? ¿En qué batallas ganó su yerno Luis Alberto Rodríguez López-Callejas los grados de coronel y el cargo de director general de la poderosa corporación GAESA, dueña de medio país y totalmente controlada por los militares? ¿No hubo improvisación ni apresuramiento en esos festinados nombramientos modelo de nepotismo caudillista?
¿Cuántos cubanos talentosos y valientes, que saben cómo solucionar realmente todos los problemas del país, son ignorados, aplastados, reprimidos, detenidos, cesanteados o forzados a abandonar el país, mientras se promueve festinadamente como clan a la camarilla familiar, personas que tal vez tengan talento o condiciones, pero que nunca han tenido la oportunidad de demostrarlo trabajando en la base junto a los cubanos de a pie, y compitiendo realmente en un proceso de meritocracia revolucionaria?
¿De dónde o de quién surge la festinada idea de que los cubanos soportarán eternamente tanta inmundicia política, tanta demagogia, tantos desmanes, tanta ineptitud, tanta mentira y tanta cobardía del supuesto liderazgo, impuesto por la fuerza y el terror, por la vía de la herencia familiar, la camarilla y la componenda?
El general-presidente promete, sin sonrojarse ni demostrar vergüenza o dignidad política, algo que le ha dado en llamar un “modelo integral” cubano, pero sin “la improvisación ni el apresuramiento”. De hacerle caso y creer en él, habría que esperar tal vez veinte años más en un remedo de régimen norcoreano o camboyano para poder llegar a lo que fue aquel bochorno del “socialismo real” en Europa del Este que se desplomó con el Muro de Berlín, pues le teme hasta a las soluciones chinas o vietnamitas que han demostrado resultados específicos.
Si el general-presidente sin corazón suficiente para otra cosa, y su consejo de mediocres ancianos, pretenden encaminar a Cuba hacia caricaturas tropicales de los modelos rumano, búlgaro o este-alemán del fracasado “socialismo real”, disfrazado de “perfeccionamiento empresarial”, harían bien en recordar como terminaron en 1989 los dictadores de tales países.
¿Qué les hace pensar que en Cuba podría ser diferente?
¿Tal vez la convicción que de que en Cuba existe un líder verdaderamente querido y respetado por los cubanos, quizás como Kim Jon Il en Corea o Pol Pot en Kampuchea?
¿Escuchar lo que le dicen al general-presidente todos los amanuenses y parásitos de la familia o la nomenklatura que medran a la sombra de la tiranía totalitaria?
¿O la convicción del carácter sagrado y eterno del Gran Dictador, el hermano mayor, el fundador de la dinastía, el Comandante sin batallas ni valor personal demostrado, el único que se perdió en el camino al asalto al cuartel Moncada, a pesar de haberse criado en Santiago de Cuba?
Tal vez para los históricos, que en estos momentos ya son solamente tres, o para los veteranos, que son unas pocas decenas, muchos de ellos demasiado ancianos, el general-presidente podrá significar algo.
Para casi todos los cubanos de a pie, midiendo solamente por los resultados después de casi tres años y medio de gestión, Raúl Castro es solamente un demagogo, un fracasado, un timorato, un incapaz, un mediocre y un cobarde, que promete lo que nadie le pidió, pero no tiene valor para intentar y cumplir.
Ciertamente, a falta de corazón, resultados, programas, recursos, estrategias y visión, al general-presidente le quedan en este momento solamente los eternos instrumentos del terror: las turbas en la calle y los tanques para aferrarse al poder.
Las turbas, como detritus social revolucionario, solamente responden a los estímulos más primitivos y bajos, instintos y bajas pasiones, pero nunca a ideologías o programas.
Y los tanques dependen de quienes los manden y los manejen directamente, y de hasta donde estén dispuestos a llegar.
Tomado de